75 cumpleaños de la Reina
Fan de Bach y apasionada melómana
La música ha ocupado y ocupa un lugar muy destacado en la vida de nuestra Reina. Se interesa por otras artes, como la arquitectura, pero la música siempre ha ocupado un papel muy importante en su vida. Le recuerda muchos momentos de felicidad y también otros, de tremenda tristeza, en los que ha buscado expresamente su compañía como remedio al dolor. ¿Cuántas veces habrá escuchado el aria de contralto «Erbarme dich» para serenarse? Son muchos los recuerdos musicales que albergará su mente. Recordará sus pinitos como contraalto en el coro de la escuela de Salem de Bondesse, donde estuvo de 1951 a 1955. En aquella coral cantó a Haendel, Telemann, Mozart, Bach... Pero no era su destino ser cantante. Su profesora, Atina Spanudi-Guerri, declararía después «Aveva un grande amore per la música, ma la voce non láveva pure!». Recordará a su tía Helena, en la Villa Esparta de Florencia, entonando el «dúo de las flores» de «Lakmé» de Delibes. Quizá también aquellas canciones de Cole Porter que sonaban en algunas fiestas familiares. Cómo no a su hermana Irene, ya fuera de joven con el acordeón y siempre al piano. Pero, sobre todo, recordará a su padre, el rey Pablo, de quien heredó su gran afición. Él tocaba el piano, seguía clases con Gina Bachauer, quien fue una famosa concertista que, nacida y fallecida en Atenas, desarrolló una brillante carrera internacional por Europa y Estados Unidos. Aún hoy cientos de jóvenes acuden a Salt Lake City en busca del ansiado premio de la competición que lleva su nombre. Recordará a su padre tocando o escuchando música en la paz del Palacio de Tatoi y también, en los momentos penosos de su enfermedad, el alivio que le proporcionaban las músicas que la citada Bachauer desgranaba al piano o las que más tarde volarían desde el violín de Yehudi Menuhin. Todos sabemos que la obra favorita de nuestra Reina es «Pasión según San Mateo» de Bach, pero sólo ella sabe si parte de ese amor proviene del día en que falleció el rey Pablo. Sí, ésa fue la última música que escuchó porque ella misma se la puso en el tocadiscos. Quizá la música más maravillosa que se haya escrito.
Lo cierto es que a la entonces Princesa, la veíamos todas las Semanas Santas en un palco lateral izquierdo del Teatro Real cuando Rafael Frühbeck de Burgos dirigía la inmensa partitura con la Orquesta Nacional y, frecuentemente, el Orfeón Donostiarra. La propia Doña Sofía se quejó en 1975, nada más ascender al trono, de la desaparición de aquella costumbre que ciertamente muchos echamos de menos. Curiosamente, los Reyes fueron coronados un 22 de noviembre, justo el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos.
La relación con Frühbeck se ha mantenido a lo largo de los años. Así estuvo presente cuando el maestro recibió el Premio Jacinto Guerrero en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1996. Son muchos los artistas con quienes ha mantenido o mantiene una estrecha relación: Arthur Rubinstein, Wilhelm Kempff, Margot Fontayn, Mstislav Rostropovich... El gran chelista ruso llegó a decir que si pudo resistir el exilio fue en buena parte por el apoyo de los Reyes de España. Los cuatro citados han desaparecido y ahora posiblemente el músico más cercano a la Reina sea Zubin Mehta. Su Majestad no se pierde ninguna de sus óperas en el Palau de les Arts valenciano o de sus conciertos en el Auditorio Nacional de Madrid y suelen acabar juntos la velada en el restaurante Horcher.
Si bien es cierto que Doña Sofía prefiere la música instrumental o sinfónica y muy especialmente la perteneciente al periodo barroco, también le atrae la ópera y la hemos visto con frecuencia tanto en el Teatro de la Zarzuela como en el Real o el Liceo. Fue en este teatro donde presenció unos «Maestros cantores» de Wagner en un viaje de una semana a Cataluña apenas subir al trono. Hubo miedo alguna vez entre algunos altos cargos papanatas a que Su Majestad se pudiese sentir a disgusto en obras como «Anna Bolena» o, muy especialmente, «Don Carlo». Viene a cuento, recordar en el bicentenario verdiano, que algunos llegaron al extremo de impedir que la citada ópera se representase en El Escorial y su teatro-auditorio lo hubo de inaugurar Riccardo Muti sólo con varias escenas en versión de concierto. Ni el Rey ni la Reina tuvieron reparo alguno en acudir y, estoy seguro de que Doña Sofía se habría enfadado de saber lo que impidió aquel papanatismo. Alguien que, como ella, ama y sabe lo que es la música está por encima de aquellos prejuicios que otros sentían sobre el papel de la leyenda negra en la obra de Verdi. Como estuvo por encima de todos ellos cuando decidió no volver a ocupar el palco del Auditorio Nacional -eliminado tras ello- porque no le permitía disfrutar de los conciertos en las debidas condiciones acústicas. ¿Qué papel desempeñó en la acertada supresión de aquellas terribles «Galas de Reyes» navideñas? Doña Sofía, en su papel institucional, ha cedido su nombre a entidades como la Escuela Superior de Música Reina Sofía o la Orquesta de Cámara Reina Sofía.
Majestad, ¡por un 75 cumpleaños en el que no falte su arte más amado!
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