Tribunal Supremo

Grande-Marlaska: «No descarto dar el salto a la política, pero es muy difícil»

En «Ni pena ni miedo», Grande-Marlaska escruta su interior y el mundo que le rodea. Ha sentido vértigo, quién no, y barrunta que levantará polvareda.

El juez, en el balcón de su casa
El juez, en el balcón de su casalarazon

En «Ni pena ni miedo», Grande-Marlaska escruta su interior y el mundo que le rodea. Ha sentido vértigo, quién no, y barrunta que levantará polvareda.

Nos cita en su casa del madrileño barrio de Chueca en plena vorágine de promoción de «Ni pena ni miedo» (Ariel), un libro escrito a dos manos: a un lado, el juez Grande-Marlaska (Bilbao, 1962), presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, y al otro, Fernando, la persona. Es Fernando quien nos abre la puerta, el marido de Gorka, que nos saluda atento pese a una inoportuna afonía. Antes, uno de sus tres perros, un galgo adoptado, nos olisquea y se deja acariciar dándonos su bendición. Frente al hombre y al juez nos sentamos a hablar de un libro en el que, sin aspavientos pero con firmeza, deja a la intemperie sus convicciones.

–«Ni pena ni miedo», ha titulado su libro. ¿Qué miedos ha tenido que superar en su vida?

–Fundamentalmente los miedos a lo que podía pensar la gente simplemente por mostrarme como yo entendía que debía mostrarme, a que la gente que quiero pudiera sentirse defraudada.

–Como juez, ¿el miedo a ser injusto es el peor de todos?

–Sin duda alguna.

–¿Cómo se asoma uno al abismo de escribir un libro sobre sí mismo? ¿Ha sentido vértigo?

–He sentido vértigo, y menos mal, porque cuando uno habla de sí mismo tiene que sentir vértigo y mucho respeto, siempre que eso no te paralice. Cuando buceas en ti mismo en ocasiones es duro. Hay cosas que te gustan menos y cuesta sacarlas, pero si quieres ser sincero tienes que sacarlo todo.

–Confiesa que ha pagado peajes muy altos por su trabajo de juez y por su condición sexual. ¿Cuál ha sido el más doloroso?

–La ruptura familiar sin duda alguna, aunque transitoria, porque es lo más importante, lo que más te marca. No he sido el mismo ni seré el mismo después de esa ruptura.

–A las vidas ajenas no hay que ponerles adjetivos, escribe. ¿Cuál es el más injusto que le han puesto?

-Ufff (ríe). Joer... ésa es difícil (silencio). Seguro que está por venir y seguro que próximamente.

–¿A consecuencia de este libro?

–Quizá.

–Su activismo por los derechos de los homosexuales, ¿le ha expuesto a la opinión pública más de lo que desearía?

–Sin duda alguna. En un momento me involucré, y lo sigo haciendo, pero sí creo que ha sido un poco excesivo, aunque no hay ninguna desafección por mi parte. Lo digo porque pueda haber gente que piense que me puede limitar en defensa de otras causas, que parece que sólo me muevo por ésa.

–Alerta a los jueces sobre los cantos de sirena de la excesiva exposición pública. La asistencia a charlas y conferencias remuneradas organizadas por Ausbanc, ¿eran oportunas?

–Todos actuamos de buena fe, pero con sucesos como éste te das cuenta de que debemos ser muy cautelosos sobre quién está detrás de las conferencias y cuántas damos. No es que tengamos que vivir encerrados, pero debemos pararnos a reflexionar si pueden generar un sentimiento de pérdida de imparcialidad.

–¿Un cambio de destino a tiempo evita un «juez estrella»? ¿Haberlos haylos?

–Yo no digo que haya jueces estrella. Es una creación periodística que obedecía a una realidad. Cuando los casos que lleva un profesional le exponen públicamente y durante mucho tiempo, debe de tener cautelas, porque todos tenemos nuestra vanidad. Hay determinados puestos judiciales que es aconsejable limitar a un periodo máximo de permanencia, cuando exigen un plus de dedicación importante, servidumbres ya no solo profesionales sino también personales.

–Califica de «despiadado» lo que sucedió con el juez Del Olmo y la investigación del 11-M. ¿Por qué le subleva tanto este asunto?

–Soy absolutamente respetuoso con los medios de comunicación y creo que determinados medios han hecho mucho por sacar a la luz actividades delictivas importantes, y relacionadas con el Estado, pero en ese caso, más allá de la crítica razonable a la instrucción, hubo un ataque personal, que es lo que me molestó. Creo que ese caso se estudiará algún día como un ataque indebido al necesario respeto a la independencia judicial.

–Se muestra especialmente indignado con la corrupción y aboga porque los cargos públicos estén obligados a hacer públicas sus declaraciones de la renta.

–Ayudaría, porque modificaría comportamientos. La vida de los cargos públicos debe ser transparente.

–Porque usted ha llegado a la conclusión de que los corruptos nunca se arrepienten.

–Creo que no. En un gran porcentaje no lo hacen. No he visto a ningún condenado por corrupción que haya devuelto todas las cantidades extraídas al erario público.

–Cuando algunos partidos apuestan por la elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial por los propios jueces, usted sigue defendiendo el actual sistema de elección parlamentario.

–Porque me parece extraño que sea el único poder del Estado que esté sustraído a la soberanía popular. El sistema actual es óptimo en el procedimiento. Quizá deberías ser modificado en que haya primero un filtro en la carrera con un mínimo aval de los compañeros, de un tres por ciento, y luego en que el procedimiento sea mucho más estricto y completo en la comisión de nombramientos. Algunos acuden con la nota puesta.

–Precisamente su elección como vocal del CGPJ a propuesta del PP y algunas de sus decisiones durante el «proceso de paz» le colgaron la etiqueta de juez conservador. ¿Le molesta?

–No. Los términos «conservador» o «progresista» son fáciles de imponer a una persona u otra. Creo más en las actitudes y en los comportamientos, en los hechos; las palabras son tan fáciles de decir como de borrar. Los hechos es más difícil.

–La liquidación del ejercicio de la Justicia Universal soliviantó a sus compañeros en la Audiencia Nacional, pero usted la aplaude.

–No digo que la Audiencia no esté para eso. Lo que digo es que no debemos establecer como prioridad la Justicia Universal absoluta, sino en los términos que viene recogida en los convenios internacionales ratificados por España.

–Defiende la Ley de Memoria Histórica y la búsqueda de los restos de desaparecidos en las fosas comunes.

–Sí, sí. Defiendo la Ley de Amnistía y, como no podía ser de otra forma las resoluciones que ha adoptado el Supremo al respecto, pero hay una necesidad de reparación cuando una parte de la sociedad, descendiente de personas que desaparecieron, quiere tener sus restos. Me parece difícil pensar que eso no es legítimo.

–Está a gusto en el ámbito público pero no descarta cambios, aunque no querría, dice, tener demasiado poder. ¿Aceptaría ser fiscal general del Estado o presidente del Tribunal Supremo?

–No me lo he planteado.

–Lo digo por aquello de no tener demasiado poder...

–Es que creo que el fiscal general del Estado, igual que el presidente del Tribunal Supremo, no tienen por qué tener mucho. Lo que deben tener es un poder controlado.

–¿Pero lo tienen o no lo tienen?

–No deberían tenerlo, porque todo poder debe ser controlado.

–¿Es un control, en todo caso, que debería acentuarse?

–Debería acentuarse.

–¿Descarta dar el salto a la política en el futuro?

–Me sería difícil dar un salto a la política, muy difícil. No lo descarto. Lo único que descarto es dejar la vida pública por la privada.

–ETA planeó asesinarle. ¿Eso le cambió la vida?

–Creo que no. Los que somos vascos y hemos vivido allí muchos años y hemos tenido la mala suerte de convivir con el terrorismo de una forma más integral, porque el terrorismo lo impregnaba todo, lo veíamos desgraciadamente como algo que no era normal e iba a pasar.

–Denuncia que la sociedad vasca, usted mismo, fue cómplice de lo que ocurría por mirar hacia otro lado durante años. ¿Qué le hizo reaccionar?

–El asesinato de Miguel Ángel Blanco nos cambió a todos. Antes del asesinato de José María Lidón ya tuve amigos y conocidos que fueron asesinados por ETA. Cuando digo eso me refiero a que en el País Vasco había mucha gente, como yo, que no compartía el terrorismo para nada y cuando oía un atentado terrorista le afectaba. Y a mí, desde el principio. No es que no nos afectara personalmente, lo veíamos como una anormalidad pero no éramos capaces de salir y expresarlo.

–Otegi, inhabilitado, no podrá ser candidato en las elecciones autonómicas vascas. A usted le indigna que se le quiera presentar como un hombre de paz, como un émulo de Mandela.

–Una persona condenada por terrorismo e inhabilitada, y sin un arrepentimiento mínimo que yo sepa, no es el mejor ejemplo para una sociedad.

–Su voto fue decisivo para ejecutar la resolución de Estrasburgo sobre la excarcelación de etarras tras el «caso Inés del Río». ¿Se sintió injustamente tratado por las víctimas?

–Me dolió, pero nunca podré decir que fui injustamente tratado. No fue una resolución fácil para mí, pero hubiera sido mucho más difícil transigir con no aplicar la ley tal y como entendía que debía; eso me hubiera dolido mucho más y habría tenido dudas de poder seguir. Me dolió porque es un colectivo con el que tenemos que ser muy sensibles y lo hemos sido tardíamente.

–Abandonó en 2003 el País Vasco cansado de la presión del nacionalismo. ¿Cómo valora el desafío soberanista en Cataluña?

–Me preocupa que se pueda poner a las instituciones democráticas entre la espada y la pared, que no se aquieten todos los comportamientos al ordenamiento jurídico vigente. Todo el mundo puede defender lo que sea, pero conforme a los procedimientos establecidos.

–¿Es contrario al velo islámico?

–No al velo, sino al burka y al niqab en espacios públicos, donde afecta a la libertad y a la dignidad de las mujeres más allá de ser un símbolo religioso. En la calle es un símbolo de desigualdad, como ha dicho el Tribunal de Derechos Humanos.

–¿Se ha sentido frustrado por no tener hijos?

–No frustrado, que haya sido como una herida, no. Me he acostumbrado a aguantar frustraciones. En la vida no todo puede realizarse. Tampoco vamos a hacer dramas.

–Pero sí se planteó la adopción.

–Sí, y para mí hubiera sido importante. En su momento pudo ser una asignatura pendiente. A día de hoy, ya no.

–Es un firme defensor de los animales. ¿Qué le parece la supresión del toro de la Vega?

–Lo que me llama la atención es que se haya tardado tanto, y que todavía se haga un sucedáneo. Me llama la atención que en las fiestas populares se utilice el sufrimiento de los animales para el disfrute. Si la gente quiere divertirse de esa forma que hagan como en el Reino Unido, que se tiren por laderas rodando.

–Sin embargo, es cauteloso sobre las corridas de toros. ¿Está a favor de su prohibición?

–Estoy a favor de que no se subvencionen con dinero público. No soy ningún defensor de las corridas de toros, pero me cuesta ser tan taxativo como con otros espectáculos en los que se utiliza a animales.

–Si tuviera que elegir entre nadar o leer, ¿con qué se quedaría?

–¡Guau! Depende de la hora del día. No renunciaría a nada.

–¿Ha dado vueltas a alguna sentencia mientras nada?

–Sí. Da para eso y para mucho más.