Partidos Políticos
Iglesias, en continuo «estado de excepción»
Podemos ha demostrado sentirse incómodo con los preceptos parlamentarios. Un movimiento adicto al ruido callejero apenas encaja en la vía institucional. Las algaradas, en cambio, le sientan como un traje a medida. Pablo Iglesias, con quemaduras de tercer grado en las encuestas, lo sabe, y por eso, tras unas dudas iniciales, ha decidido arrojarse al camino del referéndum. El secesionismo, claro, no le ha fallado en su intento de abrirse paso atropellando las reglas. Por la vía de los hechos y, desde luego, abanderando el agit-prop en su más cruda versión. Iglesias ha elegido bando: al lado de los independentistas. Se ha convertido en su principal y único valedor entre las grandes fuerzas nacionales. Los hechos hablan por sí solos. Los acontecimientos en Cataluña le han llevado de la firma de iniciativas en el Congreso de los Diputados junto a ERC, PDeCAT y Bildu a organizar revueltas con ellos, tanto en las calles como con la convocatoria este domingo en Zaragoza de una asamblea extraordinaria de alcaldes y parlamentarios para denunciar «la deriva represiva del PP». Es su manera de intentar salir de la irrelevancia mezclando el problema catalán con su guión habitual contra Rajoy y el PP. En línea con el «estado de excepción» en el que el líder podemita trata de enmarcar los pasos del Gobierno en defensa del Estado de Derecho, su soflama mendaz sobre los «presos políticos» tras la operación de la Guardia Civil para desmontar el 1-O dejó con la boca abierta incluso a parte de sus seguidores.
Consciente de la potencia visual de las masas ante la consejería de Economía de la Generalitat, Iglesias ha querido hacerse visible arriesgando su propia supervivencia como marca en el resto de España. El pinchazo de la concentración en la Puerta del Sol a favor de los separatistas ha sido un claro aviso de ello. A ese punto neurálgico de la capital española acudieron, según los datos más optimistas, unas 800 personas. No se cumplieron las expectativas. Ni de lejos. Sin embargo, ello no parece haber sido suficiente para bajar del monte a un Iglesias cada vez más radicalizado que promete a los suyos que el tiempo les dará la razón. Mantener viva la vía del permanente alboroto es una deliberada y, al parecer, inalterable, decisión del secretario general de Podemos.
Ello a su vez evidencia la desorientación de un líder al que desborda la realidad y que busca ante todo desquitarse del amargo sabor de boca que le deja la pérdida de la batalla por la hegemonía de la izquierda. De ahí que obligue a los suyos a pisar un terreno resbaladizo que sin duda les pasará factura, en un momento además en el que algunas de las mentes pensantes moradas confiaban en colocarse de perfil, dejando el protagonismo a Ada Colau y Xavier Domènech, y esperar al día después para, de la mano del PSOE, seguir avanzando en su solución final de promover otra moción de censura con la que «echar a Rajoy». Pues bien, esa hoja de ruta ha sido dinamitada por Iglesias.
Como todo antisistema, Iglesias tiene interiorizado que su oportunidad viene de la confrontación y el conflicto. La explicación es, en realidad, simple: el suyo pretende ser un movimiento popular y actúa en consecuencia. En cualquier caso, el cierre de filas de los distintos sectores ha sido inmediato. Iñigo Errejón y Miguel Urbán han aparcado las diferencias internas para mostrar unidad de acción. Al líder morado le gusta recordar a los suyos que carecen de fuerza para imponerse en la Carrera de San Jerónimo. Simple y llanamente, porque los números no les son propicios. «Si ellos pretenden que nos atrincheremos en el Parlamento, les respondemos desbordando las calles», Pablo Iglesias dixit, en desafío a populares y socialistas. Tal cual.
Sin la existencia de jaleo mediático y callejero (cree) se queda sin argumentos para estimular a sus hooligans y no tiene, en consecuencia, garantía de avanzar. Su todo o nada pasa por dañar los cimientos del «régimen del 78», deslegitimar las instituciones y, sobre todo, la Corona. Quedó en un amago, pero Iglesias ha soñado con poder meter en la actual refriega al propio Rey Felipe VI al exigirle «neutralidad» o al advertir de que «un jefe de Estado más cerca del PP que de la ciudadanía catalana no augura un futuro fácil para la Monarquía». El «cuanto peor vaya a España, más engordamos nosotros» es la divisa populista que abraza el líder de Podemos. Por más que le persiga el resto de su carrera. La incógnita ahora es saber hasta dónde está dispuesto a llegar en la agitación de las calles para enmascarar su debilidad. Porque todo resulta, sencillamente, el fruto de una delicada elección: o susto o muerte. Ésas y no otras son las opciones de Iglesias.
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