El desafío independentista
Inés Arrimadas: La batuta de la oposición
Sintió el gusanillo de la política y se afilió a Ciudadanos encandilada por Rivera. Cuando éste se fue a hacer las Españas, se hizo cargo del partido sin tiempo para preparar las elecciones y pasó a liderar la oposición. Quienes dudaban de su capacidad han visto cómo se ha ido consolidando como el referente del no nacionalismo
Sintió el gusanillo de la política y se afilió a Ciudadanos encandilada por Rivera. Cuando éste se fue a hacer las Españas, se hizo cargo del partido sin tiempo para preparar las elecciones y pasó a liderar la oposición. Quienes dudaban de su capacidad han visto cómo se ha ido consolidando como el referente del no nacionalismo.
Hace siete años, una jovencísima Inés Arrimadas García (Jerez de la Frontera, 1981) fue a un acto de Ciudadanos en el Teatro Romea de Barcelona. Apenas llevaba viviendo algo más de dos años en Barcelona y el gusanillo de la política corría por sus venas. Encandilada por Albert Rivera se afilió al partido y alguien le echó el ojo a esta jerezana que con desparpajo empezó a curtirse en las nada fáciles tertulias radiofónicas y televisivas del régimen. Arrimadas no pasaba desapercibida. Formas suaves, incluso cariñosas, pero sin concesiones a la hora de polemizar, con vehemencia. Nacía en esos días la tigresa de Jerez frente a la que sus rivales quedaban desarmados y, muchas veces, noqueados con su catalán de acento andaluz.
En 2015, Albert Rivera se fue a hacer las Españas y Arrimadas se hizo cargo del partido casi sin tiempo para preparar su primera contienda electoral. Nadie daba un euro por ella. «No tiene entidad política», «le falta un hervor», «sólo es una cara bonita», «Ciudadanos se equivoca» eran las frases cargadas de mala baba que dedicaban a la nueva líder naranja en Cataluña. Lo tenía todo en contra. No era de las élites de toda la vida, no era catalana, era mujer y era –insultantemente– joven. Los agoreros se dejaron los dientes en el bordillo de la acera. Ciudadanos se convirtió en el principal partido de la oposición bajo el liderazgo de la «tigresa de Jerez». Los agoreros no fueron capaces de reconocer su error y cuestionaron su gestión como líder de la oposición. En poco tiempo, volvieron a sufrir un revolcón. Arrimadas fue tejiendo complicidades. Se consolidó en sus filas, a pesar de algunos compañeros y compañeras de partido que no pueden disimular su inquina para con la nueva líder del Parlament a pesar de las cargas de profundidad que el popular García Albiol le lanza de forma graneada, y en la calle, a pesar del menosprecio con el que es tratada por los medios de comunicación públicos y los «hooligans» del soberanismo, como el nuevo referente no nacionalista.
Hasta su vida privada fue objetivo de ataques. La jerezana se casó hace poco más de un año con un diputado de CiU. Para algunos de la caverna –catalana y española, que en estas cosas van de la mano– que Arrimadas hablara un catalán más que fluido, que pretendiera ampliar los horizontes de su partido hacía sectores catalanistas no independentistas y que, encima, se casara con un nacionalista, eran tres pecados que la expulsaban del reino de los justos. Sabía que de su reacción dependería su futuro y sacó las uñas como nunca. Tanto que sus relaciones con el PP –el de verdad, el de Génova y Moncloa– mejoraron, Xavier García Albiol la empezó a hablar de tú a tú, y Miquel Iceta, el líder socialista empezó a valorarla porque las encuestas le dicen que Ciudadanos seguirá siendo el primer partido de la oposición en un escenario electoral catalán. Que los tres puntos que Ciudadanos le saca al PSC son muchos puntos y se antojan insalvables. E Iceta, un gato viejo, se ha cogido de la mano de la tigresa.
El pleno del 6 y el 7 de septiembre, el pleno de la ruptura, el pleno dictatorial de Carme Forcadell, visualizó a Arrimadas en su papel de adalid de los no nacionalistas. Se batió el cobre, con estilo y con arrojo, con el inestimable apoyo de su mano derecha, el correoso Carlos Carrizosa. Tanto se lo batió que Rivera temió quedarse sin protagonismo y arrinconado en el ostracismo y convocó una rueda de prensa, que rozó el ridículo del que ansía unos segundos de televisión, en el balneario de Madrid para decir lo mismo que Arrimadas en el territorio comanche del Parlament. Ésa era la diferencia. Casi la misma que los resultados de Ciudadanos en unas autonómicas frente a los resultados de Ciudadanos en unas generales. En las primeras, los naranjas juegan en primera división. En las segundas, sólo la promoción.
Inés Arrimadas no lo tiene fácil. Es la líder de un partido que sigue sin ser un partido de verdad, con mayúsculas. Su representación municipal es inocua y frágil y en muchos municipios, sus candidaturas han acabado como el rosario de la aurora. Ése es su gran reto, construir un partido arraigado en el territorio y que consiga avanzar en presencia en la sociedad civil. No es objetivo fácil para Arrimadas. Antes que ella ya fracasó en este reto, nada más y nada menos que Albert Rivera, que fraguó una marca electoral, pero sin capilaridad territorial. No lo den por imposible, de la tigresa se puede esperar cualquier cosa.
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