Cádiz
José Miguel Ortí Bordás: «La democracia representativa ha muerto en Europa»
José Miguel Ortí Bordás vivió la Transición en primera persona y, a lo largo de su dilatada carrera política, también ha sido portavoz del Grupo Popular en el Congreso y vicepresidente del Senado. Ahora, publica la obra «Oligarquía y sumisión» (Ediciones Encuentro), cuya tesis principal es la desaparición de la democracia representativa en Europa.
–¿Cómo recuerda el fin del franquismo?
–Recuerdo el periodo, que ya es un periodo histórico, perfectamente porque, tanto en la Transición como en la pre-Transición, tuve un papel muy activo en la política española. En la pre-Transición me dediqué casi en exclusiva a propugnar la legalización en España de las asociaciones políticas que, vistas con la óptica de hoy, eran prepartidos. Y eso, en un determinado momento, lo hice de la mano de Torcuato Fernández-Miranda, que más tarde terminó siendo el diseñador de la Transición.
–Habla de Fernández-Miranda, parece que a veces se olvida su papel, ¿no?
–Creo que sería una terrible injusticia histórica olvidar o incluso minusvalorar el papel, a mi modo de ver absolutamente importante, de Fernández-Miranda en la Transición. Cierto es que la decisión de democratizar el país la toma el Rey, pero la hoja de ruta para llevar a cabo esa decisión es una obra fundamentalmente de Fernández-Miranda, que Adolfo Suárez ejecuta.
–¿Cuál fue el espíritu de la Transición?
–La Transición es lo único verdaderamente importante que en política hemos hecho los españoles desde la Constitución de Cádiz, como mínimo. En aquel momento sobresalía una voluntad de conciliación por parte del pueblo español y, por lo tanto, de sus políticos. Y, junto a esta voluntad, había un deseo de equiparar a España al resto de países de su entorno, es decir, a Europa.
–La Constitución estableció la soberanía nacional y, contrario sensu, el mandato representativo. ¿Por qué hizo esta opción el Constituyente?
–Los constitucionalistas del 78 pretenden una Constitución a la altura de las constituciones vigentes en ese momento en el resto de Europa y, adoptando esta óptica, no es extraño que prohíban el mandato imperativo y que entronicen el mandato representativo. Lo que ocurre es que, en la práctica, la evolución de la democracia ha hecho que el mandato imperativo se haya tornado vigente de hecho, con independencia a lo establecido en los textos constitucionales de toda Europa, porque el problema es europeo.
–¿Por qué dice que rige el mandato imperativo?
–Esto obedece a la evolución experimentada por los propios sistemas políticos. La democracia representativa ha muerto y ha sido sustituida por la democracia de partidos y, a su vez, ésta está siendo desplazada por la partitocracia. En esa evolución, los partidos son los que toman las decisiones y esas decisiones son transmitidas por los grupos parlamentarios y, por lo tanto, son hechas operativas por los representantes.
–Afirma en su libro que la partitocracia es «la enfermedad senil de la democracia», ¿por qué?
–La partitocracia aparece como una fase morbosa de la democracia de partidos. En la democracia de partidos se produce una transferencia del poder político del pueblo a los partidos políticos y, a la vez, se constitucionalizan éstos, lo que les da un relieve jurídico, una potencia política y una capacidad de maniobra muy importante. Esa democracia de partidos, a través de un proceso de absorción del poder político por los partidos, se convierte en partitocracia. Ésta ha desembocado en toda Europa en un absolutismo de los partidos políticos, que se convierten en fines y en el centro de la vida política, a la que dominan por completo
–Habla también de la presencia de una oligarquía...
–En el libro sostengo que, funcionalmente, siempre han gobernado unos pocos porque el gobierno no puede ser ejercido más que por unos pocos. Ahora estamos en regímenes constitucional-pluralistas en los que se entiende que el actor principal debe ser el pueblo y, sin embargo, el poder está siendo ejercido por una oligarquía. Ese poder político ejercido por una oligarquía ahora ya no es el único poder, como lo ha sido durante otras fases de la historia de la humanidad, sino que es un poder que se ve obligado a coexistir con otros. Así, coexiste con el poder económico, que ya no es estrictamente económico porque se ha convertido en poder financiero. En definitiva, la oligarquía es el gobierno de unos pocos que, fundamentalmente, anteponen sus intereses y, por ello, digo en mi libro que ha habido un desplazamiento del interés general. Hoy, una de las notas características de la vida política europea es que no se está gobernando para la gente.
–¿Y la sumisión?
–La política de nuestros días, en toda Europa, también se caracteriza por la presencia de unas masas inmóviles, sometidas al poder. Eso no ha ocurrido en todas las épocas y se podría argumentar en contra que se están produciendo fenómenos como la Primavera Árabe o las protestas de Turquía o Brasil, pero yo creo que éstas son protestas masivas pero no movimientos de masas. Entiendo que no hay un movimiento como lo hubo en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, cuando había líderes, objetivos claros y una organización visible y se acabó con la segregación racial, nada menos.
–¿Qué solución hay?
–Lo que se impone en estos momentos es empezar a caminar hacia una democracia de ciudadanos, en la que las personas sean el centro de la actividad política. Y en esa democracia, tendría que seguir habiendo partidos. Ahora bien, unos partidos que ya no fueran fines en sí mismos, sino auténticos medios para propiciar la participación ciudadana.
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