Barcelona
La CUP, al borde de la escisión
El debate sobre la investidura de Mas ha sido todo un tsunami para la formación anticapitalista, que ha quedado partida en dos tras el intenso debate. La presión externa, la disensión interna y la falta de una dirección fuerte han roto las costuras de los antisistema, que tendrán su prueba de fuego en las nuevas elecciones
La división y la escisión es el peor enemigo del independentismo de izquierdas. Desde que en 1968 se fundó el PSAN –Partido Socialista de Liberación Nacional– la fragmentación ha sido su sino. Durante décadas, los independentistas radicales transitaron por la política catalana en grupos y grupúsculos, muchas veces irreconciliables. Fue necesario que se situaran a punto de la desaparición en 1996 para que bajo el paraguas de la CUP empezaran a reagruparse, pese a que las discrepancias seguían vivas, aunque larvadas. Veinte años después, el fantasma de la ruptura y la escisión es más evidente que nunca. La investidura de Mas ha sido todo un tsunami en la CUP.
La CUP consiguió más de trescientos mil votos en las elecciones del 27 de septiembre y logró 10 diputados. La aritmética parlamentaria la situaron como árbitro de un partido en el que el ganador jugaba alocadamente. Mas, para congraciarse con la CUP y garantizarse su apoyo, envió al Parlament una resolución independentista. Con su épica habitual, la resolución fue aprobada el 9 de noviembre, el aniversario del referéndum de cartón. A partir de ese día, en el que todo eran risas y alegrías, empezaron los llantos, las disensiones y la bronca en el mundo independentista. La CUP, el hijo pequeño que se había hecho mayor, resultó contestatario e irreductible. En Junts pel Sí pusieron en marcha #pressingCUP para intentar doblegar al hijo díscolo. Les llamaron de todo. Desde españolistas a agentes del CNI, pasando por traidores. No lograron amansar a una CUP que si de algo ha pecado es de ser coherente con sus planteamientos. Sin embargo, la CUP no es un partido, es un movimiento en el que conviven diferentes almas, sensibilidades y posiciones políticas. Y como no es un partido, no tiene una dirección orgánica. Todo lo fía a la asamblea.
Las negociaciones con Junts pel Sí no fueron bien. Las peticiones de la CUP fueron laminadas y el Plan de Contingencias final no cubrió las expectativas. La CUP cambió constantemente las delegaciones negociadoras para evitar complicidades con los adversarios. En Junts pel Sí se quejaron amargamente de esta forma de negociar, porque los avances eran imposibles. Sin embargo, la presión externa empezó a hacer mella en la CUP. Se reactivaron los viejos fantasmas. Las dos almas del independentismo empezaron a enfrentarse sin tapujos. Por un lado, los que querían investir a Mas para seguir avanzando hacia la independencia. Por otro, los que consideran que la independencia nunca llegará de la mano de la burguesía ni de un partido corrupto y que la independencia sin revolución social no sirve para nada. La presión externa, la disensión interna y la ausencia de una dirección fuerte rompieron las costuras de la CUP. Los sectores más anticapitalistas y antisistema se enfrentaron abiertamente a los que se consideran herederos del viejo independentismo. Comunicados y contracomunicados empezaron a agrietar el monolitismo de la CUP. Endevant, Poble Lliure, Lucha Internacionalista, Corriente Roja, y diversas asambleas locales emitieron comunicados con un fuerte lenguaje belicista contra sus adversarios. También lo hicieron las viejas glorias de la organización terrorista Terra Lliure, que se posicionaron en favor de Mas. Carlos Benítez, uno de los líderes de la banda, dijo que «en la CUP la militancia independentista es mayoritaria». Es decir, lanzó contra los adversarios la acusación habitual del independentismo radical. Se arroga la representación del independentismo y acusa al discrepante de ser un españolista. En los últimos días, las redes sociales echaban humo. El pressing a la CUP era claro: si no se apoyaba a Mas es que no son suficientemente independentistas, no son «pata negra». Con lo que no ha contado el independentismo histórico es con que la CUP ya no es un grupo únicamente independentista. Bajo su bandera hay muchos grupos que defienden la independencia, pero ésta no es su prioridad. Y, sobre todo, las nuevas generaciones «cuperas» poco o nada tienen que ver con un pasado que siempre fracasó y con el que no se sienten identificados. Sin embargo, la CUP está herida. Ayer, por las redes sociales se apuntó la dimisión del cabeza de lista, Antonio Baños. Se desmintió de forma inmediata, pero todo es posible. La pasada semana dimitió el que fuera líder de Barcelona, Xavier Monge, porque consideraba que la indefinición de la CUP les pasaría factura. Se había dicho no a Mas y eso no era objeto de cuestión. Las nuevas elecciones pondrán a prueba a la CUP. Un grupo quiere acercarse a Podemos en la «Operación Colau». Otros pueden decantarse por apoyar directamente a Mas. Sin embargo, la CUP es una caja de sorpresas y puede refugiarse en su radicalidad para volver a cohesionarse. Mas no será investido pero los deja partidos en dos.
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