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Gobierno de España

La estafa de la autodeterminación

A los catalanes nos da, cada tanto, por soñar que nuestra región hubiera sido un estado europeo en el siglo XIX, época de auge de las naciones.

La Razón
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Es algo comprensible en una región con lengua autóctona; imaginar países alternativos dónde pudiéramos resultar, en teoría, tan finos e industriosos como Holanda, Dinamarca o Bélgica. Pero siempre, al cabo de un rato, acabamos haciendo recuento de la realidad de nuestra propia tierra y concluyendo que fundirse con aquel proyecto renacentista llamado España no estuvo tan mal.

Los peores momentos han sido los de gobiernos totalitarios, pero en democracia ese proyecto nos ha dado más alegrías que disgustos. Cíclicamente, aparecen gobiernos autonómicos rodeados de casos de corrupción que, como salida desesperada a su fracaso administrativo, intentan aventar las cenizas de guerracivilismo de la región y volver a enfrentar a unos catalanes con otros para beneficio propio.

Usan para ello el argumento de la autodeterminación de los pueblos, que queda bonito sobre el papel, pero resulta muy inconsistente y delicado en la práctica, porque lo único que es real en la vida humana es la autodeterminación de los individuos, que todos saben lo que son, mientras que nadie ha sido capaz todavía de explicarnos dónde empiezan y acaban exactamente tales pueblos.

Lo único incontestable en los pueblos es que están formados por individuos y éstos tienen una manera clara de expresar su voluntad: el Estado de Derecho. Los pueblos, por el contrario, aún no se sabe por boca de quién hablan y todo está aún por averiguar a ese respecto.

Por tanto, desde el punto de vista ético, trasladar la libertad y la soberanía del individuo a un supuesto sujeto colectivo (modelado a conveniencia) es un ejercicio intelectual muy feo. Casi podría hablarse de un robo o una estafa al individuo concreto.