José María Marco
Lejos de una nueva mayoría
Podemos y Ciudadanos se han consolidado y han roto el bipartidismo, aunque fuera imperfecto, que reinaba hasta 2015
Podemos y Ciudadanos se han consolidado y han roto el bipartidismo, aunque fuera imperfecto, que reinaba hasta 2015.
La «nueva política» fue la expresión del impulso de regeneración que iba a cambiar la faz de nuestro país hace algún tiempo. La salida de la crisis, y la estabilidad a un año de las elecciones de junio de 2016, permiten un balance de lo conseguido. Lo más llamativo es sin duda que los dos partidos que encarnaron en su momento la «nueva política» han llegado para quedarse, aunque lo es igualmente que ninguno de los dos consigue suficientes apoyos para articular una nueva mayoría (absoluta) de gobierno. Convencen... a medias.
Podemos y Ciudadanos se han consolidado y han roto el bipartidismo, aunque fuera imperfecto, que reinaba hasta 2015. En cuanto a los populistas (neocomunistas) han dividido a la izquierda y le hacen muy difícil, por no decir imposible, la llegada al gobierno central. A cambio, marcan los temas, como la corrupción, la plurinacionalidad o el plurinacionalismo, la fobia al turismo, la revisión del pasado, incluido el más reciente de la Transición, la igualdad y la cuestión del género, etc. De hecho, se los han arrebatado al PSOE y obligan a este, y en buena medida al gobierno al PP, a tomar posición sobre ellos.
En principio, Ciudadanos era un partido ajeno a la pulsión populista, aunque también significó en su día la rebelión contra la casta: no la de «la gente», sino la de las élites. En Francia este movimiento ha triunfado, aquí no. Las élites no han logrado acabar con los partidos tradicionales, como ha ocurrido en Francia, y tampoco parece que vayan a crecer lo bastante como para asegurar una mayoría de gobierno a alguno de los dos partidos tradicionales. Esto lo ha determinado todo, en particular la indefinición del grupo y la sensación, quizás no del todo justa, de que cualquier influencia que consiguen ejercer está determinada más por la necesidad táctica de lograr visibilidad que por consideraciones de interés general. Así ha ocurrido con la bajada de impuestos, poco razonable, que Ciudadanos ha arrancado al gobierno del PP. A falta de otra cosa, sigue insistiendo en las medidas anticorrupción, que sigue llamando –marca de la casa– regeneración. Como el PP ha seguido empantanado en casos de corrupción, esta forma de activismo ha servido antes que nada para desgastar al Gobierno.
En cuanto a los dos grandes partidos, y en términos generales, la «nueva política» ha conseguido cambiar algunos usos arraigados, que ahora van marcados con el estigma de la corrupción. Está bien, en parte. La «nueva política» también ha inculcado una desconfianza por ahora imborrable hacia la política y promociona formas de representación que, de ser llevadas a la práctica, acabarían con la democracia representativa e instaurarían un régimen más próximo al personalismo autoritario. La democracia no se regenera, y si se regenera es al precio de desaparecer.
Como es natural, el PP, que sostiene el sistema, no se ha «regenerado» como lo ha hecho el PSOE, que además de cambiar de caras se permite el lujo de podemizarse. Esto revela que el efecto de la «nueva política» es distinto en los dos partidos. El PP ha hecho suyo otro de los significados de la expresión, que era el final de las mayorías absolutas y la obligación de negociar y pactar como no se había hecho hasta ahora para gobernar. No así el PSOE, que desde la llegada de Sánchez, es decir desde la «nueva política» que parece en esto una reedición de Rodríguez Zapatero, sólo está dispuesto a dialogar contra el PP y sigue pensando en el proceso de negociación como la forma de establecer un «nuevo» cordón sanitario. Se ha cerrado así el ciclo de reformas iniciado en plena crisis y que tan buenos resultados ha dado. También se ha echado a perder una oportunidad histórica, como era tomar pie en un nuevo acuerdo ante el desafío independentista para profundizar y reformar el régimen parlamentario mediante nuevos consensos nacionales, más necesarios que nunca, sobre la nueva economía, la enseñanza, las pensiones, el terrorismo yihadista y la globalización. La «nueva política», en realidad, no lo ha sido tanto, salvo en la permeabilidad de la izquierda a la ola populista.
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