Terrorismo yihadista
Medio centenar de yihadistas serán excarcelados en España hasta 2022
Las prisiones en España son un trampolín hacia la actividad terrorista yihadista, según un informe del Real Instituto Elcano
El 10,5% de los condenados por alguna modalidad de actividad yihadista en nuestro país se radicalizaron cumpliendo condena.
El 10,5% de los condenados por alguna modalidad de actividad yihadista en nuestro país se radicalizaron cumpliendo condena. La mayoría pasa de la delincuencia común al terrorismo en las cárceles, así lo denuncia el último informe del Real Instituto Elcano, "Yihadismo y prisiones: un análisis del caso español".
La cárcel como terreno de cultivo del yihadismo es un hecho conocido por los responsables de seguridad e inteligencia de los países occidentales, pero es ahora, después de varios años de estudio, cuando se empieza a calibrar sus procesos y la relevancia que adquiere el fenómeno. Prueba de ello es el último estudio sobre la materia, presentado hoy en al VI Foro Elcano sobre Terrorismo Global, que ha aportado datos como que entre 2015 y 2018 ya han salido de prisión veinte condenados por yihadismo, otros 52 hasta 2022 y más de 70 hasta 2026. Alcanzarán la liberta con la condena cumplida, con todos los riesgos y las dudas que ello comporta.
Según recalcó en la presentación Fernando Reinares, director del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global del Real Instituto Elcano, las prisiones en España son un trampolín hacia la actividad terrorista yihadista. ”El 10,5% de los yihadistas condenados o fallecidos en nuestro país entre 1996 y octubre de 2018 se han radicalizado en centros penitenciarios”. Un porcentaje significativo, uno de cada diez, pero mucho menor de los casos registrados en domicilios (53,9%) o lugares de culto (38,8%). Asimismo, Reinares subraya que “la radicalización en las prisiones en España es mucho menor que la que se registra en otros países de nuestro entorno”. Por su parte, la investigadora principal del programa, Carola García-Calvo, ha destacado que la mayoría de los casos son hombres -con una edad media de 28 años-, empujados muchas veces por una “crisis personal” que deriva en un aumento del sentimiento religioso que pasa después a convertirse en una visión fundamentalista.
En el fenómeno de radicalización en prisiones españolas, el investigador Álvaro Vicente señala dos momentos importantes. Las primeras detenciones de individuos radicalizados se produjeron a partir de 1995, pero el primer grupo articulado nació “entre los años 2000 y 2002” en la prisión salmantina de Topas y posteriormente se extendió a otros centros. El cabecilla fue Abderrahmane Tahiri, conocido por el sobrenombre de Mohamed Achraf, un preso marroquí que había ingresado en la cárcel condenado por delincuencia común. Se servía del traslado de compañeros a otros centros para propagar la estructura del grupo. El segundo momento destacado lo sitúa Álvaro Vicente en 2016, con la constitución de un grupúsculo integrado por unos treintena presos de entre 15 y 20 prisiones que se comunicaban a través de cartas y fue desmantelado por la Guardia Civil hace apenas unas semanas.
Bélgica se mira en el espejo. Los procesos se repiten en países de nuestro entorno, pero la experiencia belga es especialmente significativa. La brutalidad de los atentados vividos en su territorio y la conexión de varios yihadistas radicados en su país con ataques como los de París despertaron a las autoridades belgas ante la realidad larvada en los barrios musulmanes de sus ciudades y las celdas de sus cárceles. Thomas Renard, miembro del Egmont Royal Institute for Intfernational Relations, participó en el foro como experto en la materia y admite que “entre 2006 y 2015 se elaboró el primer plan R para el control de los radicales, pero el entorno penitenciario no era prioritario y no se dedicaron muchos medios”. Tras los ataques de 2015, llegó el segundo plan R, y desde entonces las cárceles son especialmente vigiladas por los servicios secretos. Se ha separado a los reclusos en distintas unidades y se privilegia la seguridad, lo que dificulta su desconexión con el islamismo más radical.
Contando con que ahora hay más radicales en prisión que nunca en su país -un 4,5% de los 10.000 presos lo son-, se pregunta: “qué significa la radicalización en prisión”. “Por ejemplo, Salah Abdeslam, el terrorista que participó en los atentados de París, se ha radicalizado mucho más en prisión, según su abogado. Y Benjamin Herman aprovechó un permiso penitenciario para atentar en Lieja”. Por ello incide en que es difícil comprobar cuándo es una radicalización real por ideología, o cuándo “simplemente buscan un grupo que les proteja en la cárcel, puesto que los yihadistas son los más poderosos e este ámbito. No sabemos si cuando salgan se alejarán de ellos”.
El experto belga cataloga en cuatro apartados a los radicales encarcelados: “los condenados por terrorismo, los delincuentes relacionados de alguna forma con el terrorismo -como venta de armas o documentación falsa-, los combatientes en el extranjero y retornados y los radicalizados en prisión o antes de ingresar en prisión”. Y para hacer hincapié en la dificultad de estudiar el fenómeno, señala que los datos del Ministerio de Justicia de Bélgica y los de los servicios de Inteligancia varía considerablemente cuando tratan de numerar a los radicalizados. Según Justicia, hay 240 actualmente en prisión, mientras Inteligencia eleva esta cifra a 450, 50 de ellos retornados de Siria e Irak.
Presos radicales en las cárceles de Israel. Otra perspectiva de los detenidos por su islamismo radical la ofreció Hilla Weizman, mayor adjunta a la Jefatura de la División de Inteligencia del servicio de Prisiones israelí, que fundamenta en “el diálogo” con los líderes de las prisiones el éxito en la contención y comprensión del fenómeno. “Hay 6.000 terroristas presos en Israel -dice-, la mitad de Al Fatah y una cuarta parte vinculada a Hamas. Otros muchos no están adscritos a ningún grupo; dicen que se convirtieron en terroristas al sentirse decepcionados con la ANP. 80 presos son del Estado Islámico, solo un uno por ciento, pero la cifra aumenta”.
Las prisiones israelíes albergan a 1.500 reclusos con condenas superiores a 15 años, y las autoridades tratan por todos los medios de evitar que se radicalicen. “No queremos tener otro campo de batalla en las cárceles, ya tenemos bastantes”, dice Weizman. Hay agentes en los centros para recabar información y unidades especiales para controlar también los teléfonos y el tráfico de drogas. “Las cárceles son un microcosmos de la sociedad palestina. Los miembros de Al Fatah y los de Hamas viven separados, eligen a sus líderes y los que mejor hablan hebreo. Son las sociedades más democráticas de Palestina”, asegura. “Dialogamos con esos líderes y así sabemos cómo toman sus decisiones, cómo se convierten, para tratar después de apartarlos de la radicalidad”.
✕
Accede a tu cuenta para comentar