Sortu
No están derrotados
Análisis
Las Fuerzas de Seguridad derrotaron operativamente a ETA y le obligaron a anunciar el supuesto fin de las actividades terroristas, no del «conflicto» que dice mantener con España. No le correspondía a la Policía y a la Guardia Civil la derrota en el plano político y se hizo justamente lo contrario de lo que aconsejaban los expertos antiterroristas de ambos cuerpos: se concedió la legalización a los grupos del entorno de la banda a cambio de nada, ya que ETA ni se disolvió ni entregó las armas ni pidió perdón a las víctimas ni nada de nada.
Por eso, cuando hubo que soportar aquellos espectáculos, con lágrimas de cocodrilo incluidas, en las que algunos proclamaban victorias inexistentes, en la llamada izquierda abertzale afilaban la estrategia para seguir con lo suyo.
Los grupos proetarras, en los pueblos y en los barrios de las ciudades en los que tienen una mayor fuerza, se sabían «los amos» de la situación. Y los que en esos mismo lugares llevaban años bajo el yugo del odio proetarra, chulerías y amenazas incluidas, se preparaban para seguir con esa cruz que, para colmo, tenía todos los parabienes institucionales.
Cuando, fruto de la permisividad, los proetarras se pasaban de frenada y se les trataba de corregir vía denuncias, surgía el «buenismo» con el que muchos han preferido enfrentar estos problemas hasta el punto de recomendar que «a lo de Alsasua había que darle un perfil bajo».
ETA no está derrotada, tiene armas y explosivos; mantiene, larvadas, unas infraestructuras mínimas porque en estos momentos no le interesa otra cosa; y deja hacer a su entramado político, que se encarga de mantener donde puede la presión sobre los que no piensan como ellos.
La lucha contra ETA, en contra de lo que parecen pensar algunos –¿por conveniencia más que por convicción?– no es contra unas siglas, contra una marca, sino contra un fenómeno social: el separatismo vasco de carácter violento. ¿Y si surge una banda terrorista con un nombre distinto? ¿Seguirán blasonando supuestas victorias?
El problema está ahí. No se puede mirar hacia otro lado ni hacer alardes de demócratas «king size» con peligrosas permisividades o perfiles bajos. El malo, el fanático, no es un ser agradecido y no entiende estas cosas como gestos seráficos dignos de mayor encomio, sino como cesiones fruto de la fuerza que tienen ellos, del miedo que existe a que un día se líen la manta a la cabeza y vuelvan a las andadas.
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