Política

Casas reales

Objetivo: secuestrar a la Infanta Cristina

En octubre de 1984, cuando era estudiante de Ciencias Políticas en la Complutense de Madrid, ETA preparó una operación espectacular contra la hija del Rey que fue detectada.

La Razón
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La Infanta Cristina acababa de iniciar sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Corría el mes de octubre de 1984. «Me interesa la política, fundamentalmente como hecho humano», declaró ella misma, para justificar la elección de una facultad que fue uno de los epicentros estudiantiles contra el régimen franquista.

Cada mañana, doña Cristina acudía a la Facultad en su Opel Kadett GSI rojo, burlando a veces la escolta privada; algo a lo que su padre, el rey Juan Carlos, era muy aficionado. La facultad, cuyo decano era entonces el insigne profesor Juan Luis Paniagua Soto, se encontraba en el interior del recinto de la Ciudad Universitaria, en la carretera de La Coruña y junto al palacio de La Moncloa, antes de ser trasladada finalmente al campus de Somosaguas.

Entre sus profesores figuraban Manuel Pastor, catedrático de Ciencias Políticas, y el padre Carvajal, catedrático de Derecho Público y Relaciones de la Iglesia con el Estado. La Infanta se comportaba como cualquier otra universitaria de su edad: vestía casi siempre pantalón, amplio suéter, cazadora vaquera y zapatos de cordones; frecuentaba el bar de la facultad para tomarse un bocadillo con sus compañeros o beberse una coca-cola light, que tanto le gustaba; y pese a su cierta timidez, hacía gala de un fino sentido del humor gastando bromas a sus amigos, conocidos como «la corte del faraón».

Cuatro meses atrás, en junio de 1984, la Infanta había hecho un curso de vuelo sin motor con sus hermanos Felipe y Elena, en la escuela del Ejército del Aire de Ocaña, en Toledo; y el 5 de septiembre acudió a despedir al Príncipe, que viajó a Canadá para cursar allí el equivalente al COU español.

Vigilada de cerca

Nada hacía presagiar, por tanto, que la Infanta Cristina se hubiese convertido en objetivo de la banda terrorista ETA. Pero la espoleta del secuestro ya se había accionado. Un miembro liberado de la organización desplazado a Madrid vigilaba todos sus movimientos, incluido el itinerario de ida y vuelta a la universidad y la tomaba fotografías.

Desde que cometió su primer secuestro, la noche del 1 de diciembre de 1970, en la persona de Eugen Bëihl, cónsul de la entonces República Federal de Alemania en San Sebastián, ETA había actuado casi siempre de la misma manera. La banda entregaba dinero al miembro de su comando logístico para que alquilase un piso en la ciudad donde iba a perpetrarse el secuestro. Solía recurrirse a los servicios de una agencia inmobiliaria para levantar menos sospechas.

El comando utilizaba normalmente dos vehículos para el secuestro: en el primero transportaba a su víctima, a la que solía suministrarle un somnífero, hasta un radio de unos diez kilómetros de su domicilio, en este caso el palacio de La Zarzuela; a continuación, introducía a su víctima en el maletero del segundo vehículo y la trasladaba hasta el zulo.

ETA buscaba ahora provocar el mayor impacto posible en la sociedad española con el secuestro de la hija menor del Rey Juan Carlos, a quien había intentado también secuestrar diez años atrás, en Montecarlo, cuando aún era príncipe.

Acababan de ser asesinados el médico y dirigente de la izquierda «abertzale» Santiago Brouard y el senador socialista Enrique Casas. La banda terrorista mantenía un pulso a muerte con los GAL.

Y si nadie lo remediaba, la Infanta Cristina podía convertirse en la segunda mujer secuestrada por ETA en toda su historia, tras Mirentxu Elósegui Garmedia, hija de un empresario, a quien la banda confinó en un zulo el 12 de junio de 1982 tras capturarla en presencia de su propio hijo.

La «buena estrella» a la que más de una vez aludiría Don Juan Carlos, sobre todo tras el intento de atentado contra su vida en el verano de 1995, así como la eficaz actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, lograrían abortar finalmente el secuestro de la Infanta Cristina.

Sabino Fernández Campo me confirmó este intento de secuestro durante una entrevista personal con él, celebrada en un discreto rincón del Club Financiero Génova, en la última planta del Centro Colón de Madrid, a finales de 1999.

El conde de Latores, secretario general y jefe de la Casa del Rey entre 1977 y 1993, me corroboró en aquella ocasión, en líneas generales, la versión que Carmen Iglesias, preceptora del Príncipe y tutora de la Infanta Cristina, contó a la periodista Pilar Urbano.

Poca seguridad

El general Sabino Fernández Campo fue informado del peligro que corría la infanta por el coronel Manuel Blanco Valencia, del arma de Caballería, responsable de los servicios de seguridad, integrados sobre todo por miembros de la Guardia Civil y del Cuerpo Superior de Policía.

Poco después, el jefe de la Casa del Rey telefoneó a Carmen Iglesias, encargada de los estudios de la Infanta, para que acudiese a Zarzuela porque la Reina Sofía quería verla. Durante la entrevista, en la que estuvo presente también el coronel Blanco, salió a relucir la enorme preocupación de los encargados de seguridad tras sus fundadas sospechas de que ETA planeaba secuestrar a la Infanta.

Según me contó Fernández Campo, la sola presencia de una inspectora de treinta años en el interior del aula, sentada junto a la Infanta, no garantizaba la seguridad de ésta; máxime, si los restantes miembros de la escolta permanecían demasiado lejos de la clase. En tales circunstancias, la hipotética irrupción de los etarras en el aula podía poner en peligro a la Infanta. Era preciso por tanto reforzar las medidas de seguridad en torno a ella, y eso fue lo que se hizo al final. La Infanta Cristina dispuso así de un equipo de protección integrado por alrededor de una quincena de personas pendientes de ella en todo momento.

ETA, rabiosa, secuestró tres meses después al industrial guipuzcoano Ángel Urteaga, el 17 de enero de 1985; anteriormente había secuestrado a otro industrial, Francisco Arín, el 15 de diciembre de 1983.

Fue así como Doña Cristina se convirtió en la segunda infanta de la dinastía de los Borbones que estuvo en el punto de mira de una banda de asesinos. Nadie sabía hasta ahora que la primera había sido la infanta Isabel, «la Chata», hija de la reina Isabel II, elegida como objetivo junto con su hermano el rey Alfonso XII por un grupo de anarquistas y federalistas para asesinarles.

Fue el canciller Otto von Bismarck quien impidió el atentado al enterarse por sus espías en Madrid del intento de regicidio. Bismarck envió un emisario suyo al embajador español en Berlín, Francisco Merry y Colom, quien informó a su vez al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, para que se tomasen las medidas oportunas.

El zulo

No hay secuestro sin zulo. El siguiente documento interno de ETA, inédito, se basa en la experiencia personal de los antiguos colaboradores del Comando Nafarroa, Juan José Zubieta y Javier María Goldaraz. Ellos mismos construyeron el zulo donde mantuvieron secuestrado al industrial Adolfo Villoslada desde el 24 de noviembre de 1989 y durante cinco meses. En un zulo similar planeó ETA secuestrar a la Infanta Cristina.

¡He aquí el texto:

«Sistema de construcción del zulo: en primer lugar, marcaremos las dimensiones del zulo, que serán de 2,80 metros de largo por dos metros de ancho. Para ello utilizaremos cuatro estacas y un cordel. A continuación comenzaremos a cavar hasta llegar a una profundidad de tres metros.

La tierra la iremos echando alrededor del zulo, por su parte superior, dejando un margen de distancia con respecto al cordel de 25 centímetros, para que de esta forma tengamos sitio donde poner las viguetas. Luego, colocaremos las viguetas cada 24 centímetros de distancia y una de ellas medirá 1,75 metros de largo, que es la que corresponde al registro.

Una vez instaladas, colocaremos todas las chapas. A continuación pondremos la tela asfáltica y la soldaremos con el soplete y la espátula, dejando a cada lado un espacio de 10 centímetros. Finalmente echaremos encima del techo toda la tierra que hemos sacado, aprisionándola bien y terminaremos con el camuflaje colocando hojas y ramas de la zona.

En los laterales se pondrán dos tubos de cañería de 8 centímetros de diámetro cada uno, a modo de respiradero.

El compartimiento del secuestrado podrá tener una anchura de 80 centímetros y estará separado del resto del zulo por una plancha de aglomerado, dejando la entrada con una puerta de estilo guillotina».