Debate de investidura

P1 y P2: El silencio de los negociadores

La bancada socialista acabó ayer agitada: «Se nos lleva por delante. Nos ha metido en una trampa».

La intervención de Sánchez acaparó la atención en la pantalla de los televisores
La intervención de Sánchez acaparó la atención en la pantalla de los televisoreslarazon

La bancada socialista acabó ayer agitada: «Se nos lleva por delante. Nos ha metido en una trampa».

Pablo Iglesias fractura al PSOE. Una hora antes de las doce en punto de la mañana, este era el comentario general en el patio del Congreso. Un sofocante calor en el ambiente y temperatura política elevada entre los socialistas. Un grupo de ministros y diputados recelaban claramente del pacto con Podemos que, en su opinión, aterra al mundo económico y lastra la imagen exterior de Pedro Sánchez. “Se nos llevan por delante”, confiesan algunos, críticos en voz baja por cómo se están llevando las negociaciones. “Iglesias ha sido más hábil, nos ha metido en una trampa”, advierten otros. Es también el sentir general en los demás grupos parlamentarios, que ven al candidato a presidente preso de sus acreedores. Un miembro del gobierno en funciones, partidario de elecciones antes de sucumbir a las exigencias moradas, lo define así: “Esto es un mal sueño”. En efecto, una pesadilla inesperada, un “campo de minas”, como bien dijo Pablo Casado en un estupendo discurso.

Caras largas, secretismo absoluto y mucho “teatrillo” para cargar las culpas, si finalmente no hay acuerdo, al líder de enfrente. Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias, son dos novios cargados de ambición que se repelen pero se necesitan. “Ni contigo ni sin tí tienen mis males remedio”, apostilla uno de los grandes mercaderes del tablero, el portavoz del PNV, Aitor Esteban. Aunque nadie se atreve a vaticinar el desenlace, muchos socialistas admiten estar bastante hartos de Iglesias que, con la jugarreta de su retirada, aspira a manejar el gobierno y la oposición al mismo tiempo. “¿Hay quien dé más?”, se preguntan. Y los dardos se lanzan con furor contra Albert Rivera, a quien acusan de entregarles forzosamente a esa coalición Frankestein y carecer de la más mínima responsabilidad de estado. Los de Ciudadanos se revuelven: “Tiene mucho morro”, suelta el propio Rivera al escuchar cómo Sánchez pide su abstención. Claro está que no se tragan.

Nada de declaraciones públicas porque el “postureo” debe seguir, al menos, hasta el jueves. “Esta todo ensayado”, acusan los del PP. “A ver cómo sale de esta ratonera”, insisten los de Ciudadanos. “Conmigo ni agua”, advierte la canaria Ana Oramas. Con un ceño fruncido hasta el extremo y cara de pocos amigos deambula por el pasillo Pablo Iglesias antes de entrar al hemiciclo, mientras su compañera Noelia Vera, mucho más parlanchina, amenaza: “Eso de la vicepresidencia social suena a franquismo”, en alusión a aquel servicio social de otras épocas y que al parecer conoce. La cosa está tensa, mientras Carmen Calvo y Adriana Lastra echan humo por el móvil. Mira que la Calvo habla, pues en esta ocasión ni palabra. “Calladita está mejor”, afirman diputados populares y naranjas que no se fían de tanto teatro. En el gobierno y el PSOE división de opiniones, aunque prevalece preocupación por el coste del acuerdo con un partido antisistema, y de paso la factura de agradecimiento a los separatistas.

Pedro Sánchez se ha puesto la corbata de los domingos, o sea la roja. Pablo Casado impecable de azul, sereno e institucional. Albert Rivera esquivo con la prensa, por si acaso alguien le pregunta por su vida en rosa, que tanto morbo despierta últimamente. Pablo Iglesias arisco, con gesto malhumorado, en camisa bien sudada por el calor, es su signo de distinción. Gabriel Rufián con su jardín de margaritas amarillas

y la eterna cantinela: “Por un ramito, la libertad de los presos”. Las dos musas indepes, Laura Borrás y Miriam Nogueras, no se quedan atrás y exhiben el amarillo en pañuelito y pulsera. En la tribuna de invitados, la mujer del presidente en funciones, Begoña Gómez luce sonrisa y chaqueta blanca entre su suegra y su cuñado. La familia, siempre de izquierdas, pero unida. De vez en cuando mira de reojo al influyente Iván Redondo, muy atento a las palabras de su jefe y sentado en la contigua junto a presidentes autonómicos: Francina Armengol, Fernández Vara, Ximo Puig, el nuevo asturiano a quien nadie conoce y una destronada Susana Díaz que se muerde las uñas por la rabia de lo que fue y ya no es. Normal, susurra con malicia un diputado “sanchista”, de esos que nunca olvidan.

El silencio de los equipos P1 y P2, como algunos llaman a los negociadores de Pedro y Pablo, contrasta con la agitación de las huestes del PP y Cs. “Le va a soltar las verdades del barquero”, cuentan los leales de Casado. “Le obligará a definirse ante la banda separatista”, añaden los de Rivera. Lo cierto es que ambos pronunciaron muy buenos discursos, hablando de una Cataluña y otros temas que Sánchez pretendía ignorar. Y los de Santiago Abascal, nuevos en esta plaza, enfurruñados por haber sido desplazados al gallinero del hemiciclo, haciendo todo un paseíllo hasta sus escaños. Entre periodistas veteranos, nostalgia de aquel Congreso de la transición y otras investiduras. Esta, coinciden casi todos, todavía nos tiene en vela.