Elecciones generales

Pedro Sánchez, aprendiz de Kennedy

La vergüenza fue uno de los lastres que nunca pudo superar John F. Kennedy, un político que ha inspirado en más de una ocasión la estética presidencial de Sánchez.

Pedro Sánchez
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La vergüenza fue uno de los lastres que nunca pudo superar John F. Kennedy, un político que ha inspirado en más de una ocasión la estética presidencial de Sánchez.

Arnold Schwarzenegger, el roble en sus días de culturismo y acción. Humphrey Bogart, el arquetipo de hombre duro. Robert de Niro, el camaleónico. Cary Grant, el rey de la elegancia. Paul Newman, el mito necesario del cine eterno. Y Pedro Sánchez, que pretende hacer valer su osatura de galán para figurar en el exclusivo Olimpo del Hollywood dorado, por cierto, en alarmante vía de extinción. Salvando la distancia y la intención, no es difícil imaginarle como al psicólogo Paul Ekman, avezado investigador de las emociones humanas, un año completo frente al espejo aprendiendo a moldurar cada uno de los casi 200 músculos que componen el rostro.

«De rasgos narcisistas, la mano siempre hacia arriba cuando quiere decir algo importante le da un aire de autoridad que se nota ha ido trabajando en los últimos meses, reforzando con un tono de voz alto para transmitir la idea de superioridad moral», describe Gonzalo Adán, investigador apasionado de la conducta social y director del Instituto Balear de Estudios Sociales. Sus palabras dan paso al catón sin palabras que sigue este político con imagen de «chulito de la clase», que, según dice el experto, tan bien le fue a Alfonso Guerra. «Aunque
–puntualiza– aún no ha terminado de perfeccionar su tono mitinero y sus modulaciones de voz resultan a veces ridículas»
.

Su voz sería el sonido de un arpa de una única cuerda entorchada de acero, «pero cómo suena la cuerda», recalca Emma Rodero, experta en Oratoria y profesora de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra. «Tiene vozarrón, pero mal explotado. Aunque la gravedad es una magnífica cualidad, en su caso es muy resonante y con tanto peso que no acaba de afinarla de acuerdo con su estado de ánimo o según su deseo de contagiar pasión, amansar o exaltar, dependiendo del momento». A su juicio, esta ausencia de matices acaba restando confianza a sus palabras. Habría que llegar a la letra pequeña de su comunicación no verbal para entender la facilidad con la que, de repente cambia sus muecas de histrión por las de hombre cumplidor y forma. «Es la imagen que ha trabajado para aquellos seguidores a los que no les va bien tanto histrionismo. Se expresa con una correcta forma de vestir, siempre adaptada al entorno y perfectamente ajustada a su percha. Los colores siempre son oportunos al cargo que ostenta, gris oscuro o gris marengo con corbatas discretas, sin olvidar el rojo PSOE como guiño permanente al electorado», explica Adán. Gracias a este esfuerzo, Sánchez hoy se mueve con soltura hasta en los ambientes más encorsetados, según aprecia este psicólogo, y los movimientos son muy correctos. «Eso transmite confianza y serenidad. Exactamente lo que él quiere, una lógica continuidad a su presidencia». Hay, sin embargo, un detalle que Rodero no pasa por alto: sus manos. Todo lo humano de la Tierra es hecho por manos, dice el poeta y teólogo nicaragüense Ernesto Cardenal. En política, tienen la magia de llegar al corazón, atizar al adversario o convertir una idea en caricia. Pueden ser un símbolo, una revelación o, como en el caso de Sánchez, simplemente nada. «De nuevo, echa a perder esta capacidad por desmesurado. Sus movimientos son excesivamente repetitivos. Buen ejemplo es la manía de colocar una palma frente a la otra, lo que lleva a anular la capacidad elocuente que podría tener este gesto». Con su buena planta, Rodero ve en él un mar de posibilidades para la comunicación no verbal y encuentra también, en medio de toda su ampulosidad, un punto de timidez, una condición ajena a su voluntad con la que puede que aún no haya aprendido a tratar. Igual que el erizo que cuando está aturdido se enrosca y saca las púas, a Sánchez le vemos que baja la cabeza y trastea con sus manos al buen tuntún, sin saber exactamente bien dónde colocarlas.

Es una timidez solo superada, como dijo algún cronista, por su vanidad. «Se le podrá ver con la cabeza gacha, pero siempre erguido y en perfecto equilibrio», puntualiza la experta. La vergüenza fue uno de los lastres que nunca pudo superar John F. Kennedy, un político que ha inspirado en más de una ocasión la estética presidencial de Sánchez. «El candidato socialista es guapo, encantador e impecable en el vestir, pero nunca podrá apuntar tan alto. Ni en variedad vocal, ni en patrones, ni en el dominio de los gestos ni tampoco en su sonrisa se aproxima a la frescura y al instinto de seductor del presidente americano». Aún así, José Luis Martín Ovejero, profesional de la comunicación no verbal, piensa que nadie le podrá arrebatar ese efecto halo capaz de deslumbrar incluso a quienes están lejos de pensar como él, algo muy interesante en una sociedad que ha transformado la política en un asunto de imagen y que valora más adecuar el gesto al momento que cualquier palabra o pensamiento sesudo. «La sonrisa –indica– es su mayor fortaleza para conseguir ese efecto halo que lleva a muchas personas a atribuirle cualidades positivas en virtud de su atractivo físico. Su imagen física tiene un poder extraordinario y echa mano de este gesto incluso para aligerar situaciones más comprometidas, lo que le da un punto más de solidez. En momentos tensos se ha subido al atril y se ha hecho fuerte, sonriendo y tratando de transmitir confianza sin que parezca hundido o enfadado, aunque no puede evitar apretar con fuerza sus labios al concluir algunas frases». Harold Kelley, uno de los psicólogos sociales que más ha profundizado en el efecto halo, aseguraba que esta percepción, aunque ilusa, nos ayuda a manejar y predecir el mundo social que nos rodea. Según Martín Ovejero, en política la sensación que transmita un candidato es crucial porque le asignaremos cualidades tan positivas como la simpatía, solidaridad, equilibrio emocional, cariño, sinceridad y éxito. Sin duda, Kelley podría hacer encontrado en Sánchez uno de sus mejores discípulos.