Opinión

Puigdemont era esto

Lo que no puede ser es que, con el halo de superioridad que les caracteriza, llegaran a pensar que iba a ser un aliado más

Public act of Carles Puigdemont in Northern Catalonia after the European justice has removed his immunity, in Prada de Conflent, France.
Public act of Carles Puigdemont in Northern Catalonia after the European justice has removed his immunity, in Prada de Conflent, France.MARC ASENSIONurPhoto via AFP

Lo que no puede ser es que, con el halo de superioridad que les caracteriza, llegaran a pensar que Puigdemont iba a ser un aliado más. Un socio normal, al estilo Aragonés u Ortuzar. Claro, siempre tienen en la cabeza que, igual que pudieron doblegar a Podemos o a Bildu, harán lo mismo con el delincuente huido, una vez que consigan atraerlo a sus posiciones. Error más error igual a triple error. Evaluaron mal la situación y, sobre todo, al personaje.

Se han quedado con la música de que «esto le pasó a Rajoy, pero a nosotros nunca». Teniendo a mano, como tenían, muchos más elementos para concluir que, tras ser capaz de convocar un referéndum ilegal, con urnas ilegales, con leyes y financiación aún más ilegales, el fugitivo de Waterloo no se iba a conformar con cualquier cosa. Y porque amén de lo anterior, Puigdemont era capaz, como lo fue, de declarar la independencia de Cataluña, ponerse en contacto con el entorno de Putin para que le apoyara en su vesania, huir de España en un maletero y montar, como sostienen las Fuerzas de Seguridad, una estructura de banda organizada para desatar el terror callejero en las calles y plazas de Barcelona. Quien puede todo eso, cómo no va a poder dejar tumbado al Gobierno en una votación, por importante que ésta sea. Más aún: mientras más importante sea, más se atreverá contra ella, porque estamos ante un arquetipo de insolencia genética e iluminado sin fronteras. Pensar, como llegaron a declarar algunos ministros, que con esta operación estarían arrastrando al partido del huido hacia la Constitución, es no querer ver lo que es visible para cualquier observador mínimamente avezado. A Junts no le interesa la Constitución, ni la gobernación de España, ni el muro de Sánchez contra la derecha en España. Lo han dejado claro desde el primer momento, pero algunos están empeñados en no quererlo entender. De modo que han acabado pegándose de bruces contra la ley de amnistía, pensando que en último segundo el prófugo cedería. Sólo que no ha cedido, y se les ha quedado el cuerpo helado, con el ceño fruncido y la depresión a flor de piel. Bienvenidos a la realidad. Puigdemont era esto. El que se quiera engañar, allá él persistiendo en el error, dándole la espalda a la calle, llamando dinosaurios a Felipe y Guerra por alertar del peligro, huyendo de los constitucionalistas que advierten de que semejante barbaridad no cabe en la Constitución, por mucho que el borrador de la ley haya sido bendecido por Pumpido. El ansia de poder engorda el esperpento. El evadido lo está diciendo claro, pese a la ceguera del banco azul. Todo es todo. La sedición, la malversación, la corrupción, el terrorismo y la alta traición. Si fueron capaces de eliminar la sedición, abaratar la malversación e inventarse el término de «terrorismo humano», por qué no van a ser capaces de amnistiar también a quienes negociaron con Putin para que Rusia enviara diez mil soldados y fuera el aliado primordial de la Cataluña independiente.

Sí, es cierto que Putin es el demonio de Europa, la excusa que le ha servido a Sánchez para justificar la inflación, la caída del PIB y el hundimiento de nuestra agricultura. Pero nuestro presidente es un auténtico maestro en cambiar de posición y en presentarnos como bueno lo que hasta ayer mismo era pernicioso. Los votos de Puigdemont bien valen una nueva versión. Claro que, en efecto, dicen ahora que amnistiar a los amigos de Putin sí que es una línea roja-roja. De esas que nunca se pueden pasar. Ciertamente lo es. Pero no porque Sánchez no sea capaz de invadirla. Tiene agallas para mucho más. El problema es que cualquier cosa que huela a ruso es visto como anatema en Bruselas. Y con la Unión Europea hemos topado. Aunque se hacen apuestas. En treinta días, la solución.