Elecciones generales
«Quien quiera votar, detrás del biombo»
La crispación marcó el cónclave socialista: Sánchez pedía voto secreto y Díaz se desgañitaba al exigir «votar con garantías»
La cosa no empezó bien. Entrar en el Comité Federal casi a escondidas no fue trago de buen gusto para nadie. Dentro, el ambiente se cortaba con cuchillo en la Sala Ramón Rubial. Si el dirigente socialista hubiera levantado ayer la cabeza, se habría ido por donde había venido. Se mascaba la tragedia y nadie parecía darse cuenta. O no podía hacer nada. Las llamadas a la calma, al debate y al diálogo habían caído en saco roto. Los puentes estaban rotos y no parecía que nadie fuera capaz de reconstruirlos. Los miembros del Comité Federal se aprestaron en corrillos a esperar. Caras largas eran la tónica general.
Las discusiones eran a cara de perro y se convertían en pocos segundos en un carajal. El final vislumbraba una ruptura total. Susana Díaz y Miquel Iceta protagonizaron el único contacto público. En la terraza de la sede socialista hablaron largo rato. Con escaso éxito a la vista de lo sucedido más tarde. Insultos, gritos y, sobre todo, diálogo de sordos. Tras las algaradas, silencio. Ese silencio violento que calienta a fuego lento el resentimiento. Es la tranquilidad antes de la nueva batalla. El ambiente tiene definición. En palabras de un miembro del Comité Federal, «esto es un desastre». Y lo es. Urnas impuestas, urnas retiradas, debates sobre qué votar o qué no votar, intereses personales, cuitas internas, congreso extraordinario o gestora... todo un sainete vergonzante, con un guión «remake» de «La Escopeta Nacional». Todos los defectos y todas las miserias tomaban cuerpo en una nueva versión, «La Escopeta Socialista». Tras meses de autolesionarse, empezó la sesión de tiros en el pie, fuego amigo emponzoñado con saña. Odón Elorza daba rienda suelta a su frustración a través de Twitter preguntándose por el gran ausente, el debate político. Pero, en una verdulería, la voz sensata no se oye. «El partido está roto», decía un atribulado José Antonio Fernández Tapia, líder de Izquierda Socialista y otrora candidato a las primarias que ganó Pedro Sánchez. Las esperanzas puestas en Javier Fernández, el presidente asturiano, con gran ascendencia en el PSOE, se desvanecieron pronto. Los gritos de la calle llegaban nítidos hasta la sala del Comité Federal. El «comando Luena» había hecho su trabajo. En la calle, militantes socialistas llamaban «traidores» o «golpistas» a los discrepantes, con evidentes altas dosis de tolerancia democrática. Entre ellos, simpatizantes y militantes de otros partidos que jaleaban el «valor» de Pedro Sánchez. Nunca lo votarán, pero se sumaron a esta emisión especial de «Sálvame de Luxe» para alcanzar su minuto de gloria, que llegó a un punto álgido cuando Eva Matarín, dimitida de la ejecutiva de Pedro Sánchez, sacó a relucir la peor palabra posible: «pucherazo». Dentro no había mejor nivel que fuera. «Quien quiera votar, detrás del biombo», gritaba Pedro Sánchez señalando la urna escondida. Debía pensar el pobre cacharro que bajo había caído. La estrella de la democracia se había puesto por la fuerza camuflada tras un biombo para esconder sus vergüenzas. «Hasta aquí hemos llegado», dijeron los críticos, que empezaron a recoger firmas. Susana Díaz se desgañitaba pidiendo «votar con garantías». Por no haber, «no teníamos ni censo. Es una vergüenza», decía un miembro del Comité Federal a LA RAZÓN en una llamada telefónica, de fondo se oía la tangana de unos votando y otros recogiendo firmas. El orden no existía. La bronca era generalizada. Los delegados se increpaban unos a otros de pie en la sala. El respeto, tampoco. Empezaron los empujones. Algunos no escondían su depresión profunda. «Estamos acabados. Esto no acabará bien. Lo teníamos difícil. Ahora lo tenemos mucho más. Esto está roto. Las heridas serán difíciles de cicatrizar». Hasta José Blanco terció en el debate pidiendo sosiego. El veterano dirigente se las ve venir. Los socialistas acabarán en los tribunales para discutir sobre los estatutos. «No están a la altura. Las culpas están repartidas. Todos tienen algo de culpa», comentaba perplejo a LA RAZÓN un ex ministro de Zapatero que ahora mantiene un discreto segundo plano. Sus palabras tampoco se oían en la sala. Unos se afanaban a votar y otros en recoger firmas. Cada uno a lo suyo.
El debate político seguía brillando por su ausencia. A medida que pasaban las horas, las caras largas daban paso a caras de tensión, de violencia verbal. «Estamos en el filo del barranco y vamos a dar un paso adelante», decía un autocalificado «deprimido delegado». El Comité Federal ya no es lo que fue. El gran interrogante es si alguna vez será lo que fue. Los escenarios posibles no auguran nada bueno y los nubarrones de nuevas elecciones se aproximan. Desde la Sala Ramón Rubial, situada en el sótano de la sede de Ferraz, no se ve el negro horizonte que espera al PSOE. Ruge la Marabunta y el socialismo español, sin norte y sin brújula, permanece ajeno al desarrollo de la crónica de su muerte anunciada. Ayer, fue el principio del fin con heridas profundas y difíciles de restañar.
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