Proclamación de Felipe VI

El último gesto: Juan Carlos cede su silla

El Rey Juan Carlos I cede su sitio al Príncipe de Asturias
El Rey Juan Carlos I cede su sitio al Príncipe de Asturiaslarazon

En el momento final de su reinado, el Rey Don Juan Carlos habrá repetido, a su modo y en circunstancias diferentes, el gesto de su padre Don Juan cuando éste renunció a sus derechos a la Corona, en 1977. Entre las dos escenas median 37 años. Y la comparación da la medida de lo ocurrido en España en este tiempo.

En la primera, Don Juan recompuso la continuidad dinástica e histórica destruida por la crisis española –es decir europea– de los primeros treinta años de siglo, cuando nuestro país, como muchos otros, no consiguió encontrar la manera de democratizar la Monarquía constitucional. La anomalía quedó cerrada en aquella escena que transcurrió en el Palacio de la Zarzuela. La de ayer en el Palacio de Oriente no fue ni menos seria ni menos emotiva. Tuvo, eso sí, la suntuosidad y la austeridad propias de la Corona de España. Y eso mismo indica que de lo que se trataba aquí ya no era de recomponer la normalidad perdida, sino de cumplir la normalidad en la que vivimos desde 1975 y 1978.

Todo el sentido quedó plasmado en dos gestos. El de Don Juan Carlos cediendo el primer puesto a su hijo, una vez firmada y corroborada por el presidente del Gobierno la Ley de abdicación votada por las Cortes. Y el otro, el de la ligera vacilación del hasta ahí Príncipe, resuelta casi de inmediato y tras un breve gesto de invitación por parte de Doña Sofía. Así se cerró toda una etapa histórica, y así ha empezado otra nueva.

A nadie se le escapa el significado de la escena. La clave es la continuidad. Y esa continuidad atañe en primer lugar a la Dinastía y a la Corona. El ejemplo lo da Don Juan Carlos al ceder su puesto. La persona se retira ante la institución. En esto consiste la auténtica dimensión ejemplar de la Monarquía. No, como se suele decir con tanta frivolidad como desconocimiento, en la moralidad de los actos de quien ostenta el cargo, sino en la relación de la persona con la realidad institucional que encarna y simboliza. Ahí está la grandeza del gesto de Don Juan Carlos.

El de Don Felipe, por su parte, refleja la otra cara de la moneda: lo que en la Monarquía es radicalmente humano. En este caso, la vacilación del Príncipe ante el primer gesto de respeto que recibe como Rey, y que recibe justamente de quien hasta ahí ha ocupado el puesto, su propio padre.

Entre el símbolo abstracto y la humanidad de la persona que le da vida se sintetiza la belleza y la eficacia únicas de la Monarquía: una forma de Estado que apela a lo más complejo sin renunciar –al contrario– a la dimensión puramente humana de esa realidad política.

Por eso. la Monarquía es tan sencilla de entender, aunque pocas veces se haga el esfuerzo de explicarla. De ahí viene también la extraordinaria fuerza de la institución, su capacidad de adaptación y su inmenso poder estabilizador, particularmente valioso en momentos de crisis –es decir de cambio– como los que estamos viviendo.

Hay algo más. En la escena del Palacio Real se plasmó la realidad de la democracia liberal y la continuidad de la nación española, cuestiones que van juntas y que se articulan justamente en el punto en el que se hace visible aquello que las reúne, que es el Monarca. El gesto del Rey viene a escenificar con extrema precisión la forma en que las dos grandes cuestiones políticas que nos afectan a todos los españoles se mantienen intactas en lo esencial, pero también cambian a lo largo del tiempo. La grandeza del gesto de Don Juan Carlos permite ver cómo ocurre ese tránsito. Nos hace visible algo que no suele serlo: una realidad que permanece íntegra en su identidad, pero que acaba de cambiar.

España, la nación española, acaba de renacer. Eso es lo que se escenificará hoy, con toda la ceremonia necesaria, ante las Cortes. La escena del Palacio de Oriente, que se desarrolla entre un padre y su hijo, señaló lo mismo en otra dimensión, más humana y personal. En el momento en el que aceptó su nueva posición, Don Felipe unió su suerte, como persona y como representante de la institución, a la continuidad de la nación española y a las libertades de sus compatriotas.