Falta de agradecimiento

Resultado de la Ley de Amnistía: más del 50 por 100 de los etarras perdonados se reintegraron en la banda terrorista

La medida aprobada en 1977 fue acogida como gesto d reconciliación del los partidos proscritos en el franquismo, mientras que los pistoleros la interpretaron como una rendición

Rafael Caride Simón fue detenido en Francia en 1993 / Efe
Rafael Caride Simón fue detenido en Francia en 1993 / Efelarazon

La ley de Amnistía, promulgada el 14 de octubre de 1977, benefició a un total de 1.232 miembros de la banda criminal ETA, 676 de los cuales volvieron a las actividades terroristas en cuanto tuvieron ocasión. Los que estaban en prisión, salieron a la calle y los que se hallaban huidos de la justicia, quedaron exonerados de culpa.

Lo ocurrido con ETA viene a demostrar que la concesión de una amnistía puede ser aceptada como un elemento de reconciliación, siempre que se salga de un régimen sin libertades. Pero también como un signo de debilidad y cesión por los que persisten en los fines que los llevaron a situarse al margen de la Justicia, entre ellos el de la ruptura de la unidad de España, ya fuera por la vía de las armas o golpes de estado disfrazados de referéndum absolutamente ilegales y cuyos resultados no pudieron ser acreditados por vías democráticas.

Alguno de los etarras premiados con lo que se presentó como un “gesto de reconciliación nacional” llegaron a formar parte de la dirección más sanguinaria de la banda. Es el caso de Francisco Múgica Garmendia, “Pakito”; o participaron en el atentado con más víctimas mortales, el de Hipercor, como Rafael Caride Simon.

Prueba del agradecimiento de ETA a la naciente democracia española es el hecho de unos días después de la promulgación de la ley, el 2 de noviembre, asesinó en Irún a José Díaz, policía municipal; y que el 26 del mismo mes hizo lo propio con el comandante de la Policía Armada en Navarra Joaquín Imaz. ETA asesinó durante el franquismo a un total de 43 personas y, el resto, hasta 854, durante la democracia, con especial virulencia en los años 1978, 1979 y 1980, cuando se trataba de consolidarla mediante la transición, con el régimen del 78, que algunos pretenden hacer desaparecer de la historia.

La farsa de la ETA antifranquista quedó al descubierto y se demostró lo que era, un grupo de delincuentes separatistas que buscaban la desestabilización de España, en la que les daba lo mismo quien mandara. La amnistía, por lo tanto, fue un gesto de gracia que, lejos de apaciguarles, espoleó a los pistoleros en su senda criminal.

En enero de 1996, cuando fue elaborado un informe sobre los resultados de la amnistía, de los 676 que habían vuelto a las armas, 441 se encontraban en libertad; 81, en prisión, al haber sido de nuevo detenidos como consecuencia de sus actuaciones delictivas; 84 eran buscados por las Fuerzas de Seguridad; 31 habían fallecido y los seis restantes se hallaban en otras circunstancias.

De los que se reintegraron en ETA, un 26% pasó a formar parte de células asesinas; un 8%, labores de infraestructura; un 6%, información; un 2%, apoyo y los restantes llegaron a cabecillas, o fueron deportados a países extranjeros. Lo cierto, según el informe, es que después de la citada ley ETA contaba en sus filas con casi 7.000 terroristas.

Aunque la banda y su entramado no borraron la palabra amnistía de su diccionario, la estrategia cambió a partir de entonces y se dirigía a algo que han conseguido ahora con el Gobierno de Pedro Sánchez: que todos los reclusos fueran llevados a cárceles del País Vasco y Navarra, como paso previo a su puesta en libertad.

A los antes citados como beneficiados, hay que añadir a otro dirigente del colectivo “Artapalo”, José Arregui, “Fiti”; o a cabecillas tan destacados como José Javier Zabaleta Elósegui, “Baldo”; Eugenio Echeveste, “Antxon”; o Ignacio Gracia, “Iñaki de Rentería”.

No estuvo muy acertado entonces el que fuera dirigente del PNV, Javier Arzallus, que defendió que hasta los etarras con delitos de sangre salieran a la calle ya que, según él, la amnistía debía ser “un olvido”, tanto “para los que se resisten a creer que entramos en un nuevo periodo político” y “para los que no creen que vamos a dar a luz a una nueva situación democrática”. Está claro que los de ETA no le hicieron el menor caso y siguieron con lo suyo.

La excarcelación de los presos etarras se hizo de una manera escalonada y, en un primer momento, se optó por la figura del extrañamiento a terceros países, algo que no sirvió de nada porque, al día siguiente, estaban en el País Vasco francés, en el seno de su “santuario”.