Opinión

Váyase, señor García Ortiz

El mejor servicio que puede hacer el fiscal general a la democracia y a la tranquilidad de todos es dimitir

El Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz (c), a su llegada a la comparecencia en la Comisión de Justicia, en el Senado, a 18 de febrero de 2025, en Madrid (España). García Ortiz comparece para presentar la Memoria anual de la Fiscalía referida a 2023. Es la primera vez que acude a las Cortes Generales desde que el Tribunal Supremo (TS) le imputó por un presunto delito de revelación de secretos contra el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. 18 FEBRERO 2025;FISCAL;GARCÍA ...
García Ortiz comparece en el Senado en plena polémica por la investigación en su contra en el SupremoFernando SánchezEuropa Press

La demostración definitiva de que el fiscal pertenece al grupo onlyfans de Sánchez es la estrategia adoptada en el Senado. Ha sido triste la exposición de técnicas victimistas tomadas del populismo para justificar su arbitrariedad y los presuntos delitos. El fiscal, como Sánchez, Begoña Gómez, el Hermanísimo y en su momento Ábalos, se ha presentado como una víctima del «acoso» recibido. Si borró los datos del móvil y de su correo electrónico fue para evitar el bullying mediático y político. A poco que nos descuidemos, García Ortiz publicará una carta a la ciudadanía anunciando que se retira cinco días a meditar.

No quiero parecer brusco con una persona que se ha mostrado tan sensible, casi como Óscar Puente, pero no tiene pinta de ser el fiscal general que España merece. Y eso que los españoles ya solo aspiran a evitar el alipori. A estas alturas debería estar claro que cuando un cargo público perjudica la institución a la que representa tendría que irse a su casa. Si no lo hace revela que está usando la posición para satisfacer una cuestión personal. Y si tiene cuentas pendientes propias, que las resuelva por sus medios privados, no usando los recursos públicos. La persistencia en el error, en no dimitir cuando se falla a la institución y al cargo, al espíritu democrático que los informa, no es nada más que una estafa al sistema.

La idea de que no se va a su casa porque sería una «concesión a los delincuentes» parece sacada de un remake de Batman, y es un insulto a una carrera fiscal que debería estar más combativa con quien degrada su profesión. ¿Sin García Ortíz no hay nadie capaz de ejercer el cargo? A partir de ahí, con el argumento épico, el fiscal sanchista cree que cabe combatir el delito con otro delito. Incluso sostiene la «reconducción» de la acusación popular a través de la ley para que luego el Tribunal Constitucional anule las causas que molestan al Gobierno, como la suya.

Qué buen vasallo si tuviera buen señor. Porque la contumacia del fiscal general se debe a que no quiere fallar a Sánchez en su campaña contra una rival política. De ahí el poso que ha dejado García Ortiz al transmitir que la batalla del relato es más importante que la institución, por supuesto, y que son irrelevantes las consecuencias que tenga para la desconfianza del ciudadano en la justicia de este país.

Pero García Ortiz se equivoca. Ha tomado su permanencia en el cargo como algo personal, de demostración de lealtad al «número uno», olvidando que es un servidor público. Un fiscal general del Estado no filtra datos de un particular por el bien común, sino por el interés político de quien manda. Tampoco se niega a contestar a un juez del Tribunal Supremo acusando a sus colegas de lawfare, ni borra las pruebas incriminatorias, ni pone a su servicio privado a sus subordinados públicos. Nada de eso corresponde con un papel digno del cargo.

Un fiscal con este perfil sobra. No nos hace falta. De verdad. Ya tenemos suficientes problemas con una economía de cartón piedra, un paro enmascarado, una pobreza infantil casi en el 30%, un proceso deconstituyente en marcha, una Unión Europea de chichinabo, y una guerra en la puerta de Europa mientras Trump y Putin deciden qué hacer con nosotros.

El mejor servicio que el fiscal general puede hacer a la democracia y a la tranquilidad de todos es dimitir. Luego nos quejamos de que J. D. Vance dijera en la conferencia de Múnich que los gobernantes europeos, a pesar de su boato, hablan de democracia pero no la viven. Vivirla también es saber dimitir, dejar a otros que cumplan con las funciones sagradas que deben ejercer los cargos públicos para el buen servicio a la comunidad política. Lo demás es sostener una batalla del relato hasta que Sánchez decida sacrificar a su peón.