Opinión

Vuelco a lo grande

España tenía ganas de votar y castigar al partido que hoy gobierna

Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo
Votación en un colegio electoralDavid Mudarra

Convertir estas elecciones en un plebiscito no ha sido un buen negocio para el presidente del Gobierno, que pierde lo más relevante de su poder local y regional, si por tal entendemos no solo el total comparado del voto reclutado por PP y PSOE, sino por el desenlace de Madrid, Valencia, Zaragoza, las capitales andaluzas, incluida Sevilla, y las principales ciudades del país. Tanto centralizar la campaña ha sido ruinoso, algo que tal vez se podría haber evitado con una campaña menos «sanchista» y más municipalista. La realidad es que buena parte de España ha votado mirando más a lo que ocurre en el país que a la gestión de sus representantes locales. Siendo así no podía darse más que el resultado que tenemos: un PP que escala a la primera posición tras el descalabro «casadista» de 2019, un Vox que se consolida como tercera fuerza con mejor resultado periférico que en la capital de España, y un socialismo a la baja como consecuencia del desorden del país, tanto en lo político como en lo económico. En lo primero, por los pactos radicales con partidos antisistema, algo que no ha entendido el electorado, amén de los vaivenes del jefe del Gobierno diciendo cosas opuestas a las que argumentaba cuando no gobernaba. En lo económico, porque por mucho que se maquillen los datos del paro, la inflación, etc., la realidad es la que percibe la gente cuando tiene que salir a comprar al supermercado o a buscar trabajo.

España tenía ganas de votar y por eso la participación ha sido mejor de lo esperado. Pero se ve que también tenía ganas de castigar al partido que hoy gobierna, desalojándolo de sus más preciados territorios, lo que preludia unas elecciones generales que, eliminado el elemento local, pueden suponer un auténtico descalabro para Sánchez. Probablemente no como lo ocurrido ayer en Madrid, y antes en Andalucía, por la rotundidad de la victoria popular, aunque sí con la suficiente contundencia como para permitir un gobierno de Feijóo, que sale claramente fortalecido del embate. Arrasó Ayuso y con ella el líder del PP, que amén de Madrid ganó en el resto del país, con las consabidas excepciones.

Vox cumplió sus expectativas. Saca peor resultado en la capital que en el resto de España, pero consolidando una tercera posición con suelo de piedra, afianzado por un electorado fiel que valora más la marca que a los candidatos. Prueba de ello es que los aspirantes a alcalde o presidente del partido verde han sido prácticamente desconocidos. Sus seguidores lo son por el nombre de Vox y por Abascal, sin importar demasiado los apellidos de quienes encabezan las listas. Con la excepcionalidad madrileña, donde Ayuso ha triunfado por sus aciertos y Vox ha bajado por sus errores.

En Podemos estaba una de las grandes incógnitas. Su resultado es malo pero permite a Iglesias mantener su proyección ante las generales, que es lo único que le importa. Solo se jugaba en esta contienda la disputa soterrada con Sumar, que por otra parte no se presentaba como tal. El interés morado por las municipales lo era en la medida en que le sirve para seguir vivos en diciembre. Y lo están, gracias a una campaña extrema y agresiva, que le ha otorgado notoriedad mediática y callejera. Lo único que les mueve es el reto de consolidarse como oposición al próximo gobierno de Feijóo, tanto en el Parlamento como en la calle. Estar en más o menos ayuntamientos les importa en realidad bastante poco.

La otra incógnita era Bildu, habida cuenta de su protagonismo en campaña electoral. Los proetarras tienen un suelo inamovible, como lo tuvieron siempre las marcas políticas de la banda, se llamaran HB, Batasuna, Euskal Herritarrok, Sortu o como fueren. Poniendo a cuarenta terroristas en sus listas querían remarcar justamente que son lo que son y lo que fueron, no un partido nuevo y blanqueado, sino la misma marca proetarra de siempre. Desde ese punto de vista, Bildu sigue con sus opciones, enfocadas a desbancar al PNV como primera fuerza de Euskadi en las próximas autonómicas. Su auténtico reto.

Finalmente, Ciudadanos. Siempre se ha subrayado lo importante que es, en la política y en la vida, saber retirarse a tiempo. No lo hicieron y el resultado de ayer supone el entierro de la marca que se inventó Albert Rivera. Desaparece con una caída agónica y estrepitosa. Incluso en su feudo natural y primigenio, Cataluña, donde la debacle que auguraban los sondeos se ha confirmado en su plena dimensión.