Memoria histórica
Y Franco firmó su final: «España irá lejos: democracia, pornografía, droga y qué sé yo... no habrá otra Guerra Civil»
Cara y cruz del régimen. Las Cortes franquistas dieron por liquidado el régimen en unas votaciones en noviembre de 1976. De los 497 procuradores, 13 votaron en blanco y sólo 59 se opusieron a la autodisolución
El 20 de noviembre de 1975 la España que dejaba el general Franco tenía muy poco en común con la de 1936. España se había convertido en una potencia industrial, la 8º del mundo en 1969, y el turismo apuntaba ya como el gran negocio que iba a ser, pero, sobre todo, la clase media empezaba a ser el grupo social numéricamente más importante entre los españoles.
El 20 de noviembre de 1975 la España que dejaba el general Franco tenía muy poco en común con la de 1936. España se había convertido en una potencia industrial, la 8º del mundo en 1969, y el turismo apuntaba ya como el gran negocio que iba a ser, pero, sobre todo, la clase media empezaba a ser el grupo social numéricamente más importante entre los españoles. En los treinta y seis años de gobierno de Franco España había cambio tanto que nadie en 1939 podía habérselo imaginado.
Estos cambios se produjeron como consecuencia del comienzo de los planes de estabilización de 1959, la firma de los acuerdos con los Estados Unidos, pero, fundamentalmente, gracias a tres factores determinantes: la existencia de tres generaciones de españoles que se dedicaron a trabajar, ahorrar, estudiar..., lo que posibilitó la rápida recuperación del país tras la guerra; la existencia de una coyuntura mundial económica favorable desde finales de los 50´, durante los años 60´ y en parte de los 70´, hasta que la crisis mundial del petróleo golpeó a todo Occidente a partir de 1973, pero, sobre todo, gracias a la buena administración de sus recursos por parte del Estado español durante estos años.
Cuando murió el general Franco una parte muy importante de la sociedad española del momento era activa o pasivamente partidaria del régimen franquista. No se puede ignorar que aquellos hombres y mujeres que vivieron la Guerra Civil de 1936-1939 tenían en los últimos años del franquismo menos de sesenta años y por edad ocupaban, a todos los niveles, los puestos y cargos más importantes de la sociedad española de los 60´ y 70’. España, era gobernada por un dictador ya anciano que depositaba el peso de la administración del Estado en los grupos que le apoyaban de forman incondicional: Las Fuerzas Armadas, una Falange con cada día menos poder pero con un importante arraigo entre las clases medias y medias bajas de España, los católicos y en especial la ACNdP y el Opus Dei, así como en los cuerpos de altos funcionarios, extraordinariamente eficientes, que componía el esqueleto fundamental del pequeño aparato estatal franquista.
Es cierto que Franco, como los políticos de todos los tiempos y de todos los países, pensaba que nadie estaba más capacitado que él para regir, en su caso, los destinos de España. Pero esta realidad normal en un gobierno personalista como era el suyo, sustentado en una victoria militar, no le impedía delegar en la mayoría de las cuestiones que, a su único criterio, no resultaban fundamentales.
Franco, que seguramente desde muy pronto decidió morir detentando el poder, fue siempre consciente que la España que gobernaba, cuando él faltase, tenía forzosamente que cambiar. Esta realidad biológica y políticamente inevitable la sabía y así lo había dicho en diversas ocasiones. A su sucesor, el que luego sería Juan Carlos I, le habló en varias ocasiones recalcándole que a su muerte debería dirigir España de otra manera y tomar un camino distinto para aproximarse a Europa y a los Estados Unidos.
En 1971 el presidente Nixon envió al general Vernon Walters, una de la mejores cabezas de la administración norteamericana, a entrevistarse con Franco. A la pregunta, indiscreta, que Franco tomó muy bien, de qué iba a pasar en España a su muerte, el anciano general le respondió: «Se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España». Walters le dijo: «Pero mi general, ¿cómo puede usted estar seguro?», «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años, la clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil».
Ese cambio, que Franco sabía que tenía que producir, no llegó a España de la noche a la mañana, como ocurrió en la vecina Portugal con la Revolución de los Claveles o en Cuba con la entrada de los barbudos de Fidel Castro, con las armas en la mano, en enero de 1959 en La Habana. El fin de franquismo fue un plan cuidadosamente trazado, con una hoja de ruta que se siguió con exactitud y en la que el propio Franco, junto con una larga lista de políticos, funcionarios, militares, intelectuales y hombres de empresa, trabajó durante años para hacerla realidad.
El primer paso de ese proceso fue el nombramiento de Juan Carlos de Borbón heredero a título de Rey el 22 de julio de 1969 por las Corte españolas gracias a la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. El segúndo paso fue cuando Franco renunció a la presidencia del gobierno dando paso a Carrero Blanco y luego a Arias Navarro. El tercero se produjo en plena crisis del Sáhara cuando el príncipe Juan Carlos se hizo cargo, temporalmente, de la jefatura del estado por enfermedad grave de Franco. El 22 de noviembre de 1975, muerto Franco, juraba su cargo como Rey de España ante las Cortes franquistas y Consejo del Reino el nuevo jefe del estado español.
El cuarto y último paso de este camino se produjo cuando las Cortes franquistas, la clase política del Régimen, en un incuestionable acto de patriotismo, dieron por liquidado el régimen nacido de la guerra civil en una votación en las Cortes los días 16, 17 y 18 de noviembre de 1976.
De los 497 procuradores en Cortes franquistas, muchos de ellos falangistas, militares, excombatientes de la Guerra Civil en el bando nacional, 13 votaron en blanco -entre ellos Pilar Primo de Rivera- y sólo 59 se opusieron a la auto disolución del Régimen, mientras 425 votaban SI a la Ley de Reforma Política, lo que equivalía al acta de defunción del franquismo una vez muerto el Generalísimo.
Con Franco había muerto su Régimen. Sus más destacados partidarios e integrantes, de manera consciente, se inmolaron para dar paso a una nueva España que todos, incluso el propio Franco, sabían que tenía que venir. Comenzaba la segunda etapa del periodo de paz y progreso que más ha durado en España en toda su historia, de 1939 a la actualidad, más de tres cuartos de siglo de paz y, a trompicones, de indudable progreso. Aquella España tenía, al menos, cara y cruz.
*Luis Togores es Historiados de la Universidad CEU San Pablo
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