Campaña electoral
¿Y si el CIS fuera real?
Los resultados de la última encuesta del CIS ofrecen unos resultados previsibles en casi todos los aspectos, excepto, tal vez, en cuanto a las profundidades en las que se sigue moviendo el PSOE. Como es lógico, el Partido Popular desciende de forma importante en expectativa de voto. Le pasan factura la crisis económica, las medidas impopulares que ha tenido que tomar y el que siga sin verse una salida a la situación. Es bien sabido que la encuesta del CIS fue realizada antes de la maniobra de los «papeles de Bárcenas». La histeria que han provocado las catorce fotocopias estará teniendo efecto ahora mismo. Sin duda alguna, hoy el resultado del PP sería peor que a finales de enero.
Como también es natural, suben Izquierda Unida y UPyD, dos partidos marginales, diletantes y oportunistas. Los dos carecen de la menor posibilidad de gobernar. Por tanto, pueden adecuar sus propuestas y sus actitudes a los desencantados de los grandes partidos, en particular los de la izquierda. Seguro que UPyD también recogería algún votante extraviado momentáneamente en el centro derecha, pero demasiado esnob como para votar mucho tiempo al PP.
El PSOE, por su parte, recoge los frutos de su encastillamiento en el radicalismo. Le fue útil durante muchos años y, de hecho, el relato mítico de este PSOE izquierdista e infantil, incapaz de asumir nunca ninguna responsabilidad, ha llegado a confundirse con el de la historia de España en el último siglo. Eso es lo que explica por qué a los socialistas les resulta tan difícil dejar atrás el radicalismo y convertirse en un partido de centro izquierda moderado, civilizado y tolerante –europeo, en una palabra–, capaz de aceptar los resultados de las elecciones sin tener que recurrir a cosas como las fotocopias de «El País» y las algaradas de los diversos colectivos republicanos que constituyen la nueva vanguardia.
La encuesta del CIS nos daría, por tanto, un resultado político fundamental. Y es que el único partido nacional y con voluntad demostrada de realizar reformas, el único que ha articulado una estrategia para salir de la crisis carecería de mayoría para continuar su política. La fragilidad también sería interna, porque en el PP y aledaños hay gente descontenta, que sigue sin resignarse al paso del tiempo devorador.
Supongamos que el PP logra superar este inconveniente. Entonces tendría que encontrar socios de Gobierno. Tal vez los nacionalistas vascos, que tienen mucho que perder con el concierto, se prestarían a echar una mano. Aparte de eso, no hay demasiadas alternativas. Los nacionalistas catalanes verían llegada la ocasión de darse un baño de independentismo, con lo que no habría mucho que esperar por este lado. En IU volverían a ser felices en su papel de marmolillos de la revolución pendiente, y UPyD se las arreglaría para supeditar su apoyo a unas condiciones imposibles de cumplir, como la reforma de la Constitución o la refundación de la nación española, cosas todas sencillas y prácticas.
Enfrente, seguiría el socialismo radical-infantil que nos ha tocado en suerte, o más bien en desgracia. Es probable que el PSOE ni siquiera saliera entero de un trance como éste. Las elites del socialismo nacionalista catalán no resistirían la tentación de lanzarse a construir la nación catalana, es decir –y esto es mucho más importante para ellas– demoler por fin esa cosa de mal gusto, tan casposa y rancia llamada España. Los demás... ya sabemos. Le harían la vida imposible a cualquier posible gobierno del centro derecha y para eso se aliarían con nacionalistas de todo pelaje, ex etarras y, por supuesto, con los sindicatos de clase, que están entre los grandes perdedores de la crisis. La clase sindical vería en todo esto la oportunidad de recobrar sus privilegios y el poder que le ha servido para mantener a la sociedad española amordazada, con una tasa de paro desmedida incluso en tiempos mejores. Saldría un frente cochambroso, como siempre, pero un frente al fin y al cabo, que es lo que a la izquierda española le gusta.
En vista del panorama, lo mejor que nos puede pasar a todos es que las elecciones se celebren lo más tarde posible. Como Rajoy es un hombre serio, con un poco de suerte no las convocará hasta el momento que toque. España, como es natural, necesita muchos años de normalidad democrática y eso sólo se conseguirá con otros tantos años de gobierno del Partido Popular.
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