Coronavirus

7 días del “sola y borracha quiero volver a casa” al “que me dejen salir, por favor"

Rebeca Argudo recuerda con nostalgia el país que éramos hace tan solo una semanita

Transeúntes pasen por Bilbao tras la declaración de Estado de Alarma por coronavirus
Una mujer protegida con mascarilla y con un paquete de papel higiénico en la mano pasea por Bilbao tras la declaración de Estado de Alarma en todo el país por el avance del coronavirus, en Bilbao, Vizcaya, País Vasco (España).BILBAO;CORONAVIRUS;VIRUS;ESTADO DE ALARMAH.Bilbao / Europa Press14/03/2020H.BilbaoEuropa Press

No sé vosotros, pero yo llevo fatal el haber pasado del “sola y borracha quiero volver a casa” al “por dios, quiero salir de aquí”, en siete días y sin solución de continuidad.

¿Os acordáis cuando vivíamos en un país en el que una de las máximas preocupaciones era el uso del genérico masculino? Siete días han pasado y hasta el presidente lo utiliza sin rubor en su sobreaactuada homilía. ¿Os acordáis de Laquenodebesernombrada detrás de una pancarta rodeada de miles de mujeres? Siete días y positivo en coronavirus. ¿Os acordáis de Iglesias diciendo que poner objeciones al proyecto chapuza de ley de su señora era machismo? Nueve días y en cuarentena, saltándosela cuando le da la gana. ¿A que parece muchísimo más? Pues no. Una semana. Ni siquiera hemos cambiado de mes.

Hace siete días andaba yo con el buzón de mi correo desbordado porque un montón de mujeres de bien se vinieron arriba en la mani y decidieron acabarla mentándome a la madre. Lo típico en favor de la igualdad, extra de sororidad. Hoy lo que tengo es un mail de mi compañía de teléfono diciéndome que me aumentan los megas gratis para que no me agobie, otro de una aerolínea que me dice que no me preocupe por mis billetes de la semana que viene y otro de mi dentista, disculpándose por cancelar la cita. Siete días han pasado.

Hace siete días hacía planes con unos amigos para una comida, llorando de la risa. Hoy me he despedido de la camarera de mi bar de siempre como si ambas nos fuésemos al frente.

Siete días y estamos confinados en casa y con medidas excepcionales. ¿Os acordáis cuando Compromís pedía que se activara el estado de excepción por terrorismo machista? Eso sería la fase siguiente a la que nos encontramos, ojo. Un nivel más de emergencia. ¿Os dáis cuenta de la barbaridad que suponía en aquel momento pedir algo así y sin embargo fue aplaudido y jaleado por movimientos feministas como la gran ocurrencia? Esto evidencia la superficialidad con la que se han tratado determinados temas en este país hasta este momento, la frivolidad partidista con la que se han pedido determinadas medidas.

Ahora que tenemos un problema realmente grave, cuando nos vemos ante una situación que de verdad supone un riesgo para todos nosotros, ahora vemos claramente quién va desnudo.

Hace siete días se congregaron en las capitales españolas miles de personas porque no suponía ningún riesgo. Alentados, además, desde un ministerio que no estaba dispuesto a suspender su fiesta grande, su baño de masas, su palmada brutalista en la espalda. Ahora estamos todos en casa. Ese riesgo era real y fue obviado conscientemente. Estamos hablando de todo un país paralizado, con todo lo que ello implica, por el capricho de un ministerio que funciona a golpe de retweet. Cuando pase todo esto alguien tendrá que asumir responsabilidades y nosotros tendremos que exigirlas.

Siete días han pasado, no más.

Y algunos no podemos quejarnos. No tenemos familiares en situación de riesgo, nadie de nuestro entorno se ha visto afectado. Nos limitamos a resoplar, deambular por las habitaciones como si fuésemos un mandril en un zoo, ver pelis en Filmin y leer libros atrasados. Yo me dedico a comprar billetes de avión para dentro de quince días, a buscar casas rurales en Asturias -Asturias es guay- y tratar de convencer a alguien de que huya conmigo, como si fuésemos unos Thelma y Louise disfuncionales tratando de escapar de un holocausto zombie. No ha habido manera, pero qué risas.

Apenas una semana separa el “nos están matando” del “nos podría matar”. Y este es real. Ojalá nos sirva para calibrar nuestro termostato moral, para cuantificar a partir de ahora las amenazas reales y dejarnos de consignas alarmistas.¿No os sorprende a vosotros también el contraste entre el alarmismo y la urgencia de hace siete días para luchar contra amenazas apocalípticas y el candor y parsimonia a la hora de tomar medidas contra una amenaza real y urgente? ¿Irresponsabilidad? ¿Incapacidad? Lo sabremos.

Siete días son los necesarios para pasar de la camiseta lila a la mascarilla, del “sola y borracha quiero volver a casa” al “que me dejen salir, por favor”, de sostener que los policías son esos desalmados que te preguntan si llevas minifalda cuando denuncias una violación a aplaudir a los sanitarios desde los balcones. Siete días para dejarnos de hostias y ser una sociedad madura, responsable y concienciada. O al menos, intentarlo. Dejar ya atrás la adolescencia, el pedir tutela, llorar por los rincones, revolcarnos en nuestro victimismo.

Siete días como siete bofetadas en la cara, para pasar de la risa a la mueca incómoda, de indignarse si no hay leche de avena y coco a sollozar si no queda papel higiénico. Siete días para pasar de “Todos dicen I love you” a “28 días después”. De colapsar las calles a colapsar urgencias.

Total, que hoy me he levantado y he arrastrado los pies hasta la cocina. Ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez que desayuné en casa o cómo funcionaba la Nespresso. Me estoy tomando el café con leche en la terraza, agarrando la taza con las dos manitas, lloriqueando y con una mantita sobre los hombros mientras acaricio a mi gata. Con actitud de haber salido cinco minutos al jardín de un hospital para tuberculosos y no tener muy claro si saldré de esta.

Yo lo único que quiero es que esto acabe ya e irme a Asturias. Asturias es guay.