Maternidad

Recuperar a tu niña interior para educar mejor

Tribuna de opinión

Entender que ante una situación potencialmente estresante, la parte de nuestro cerebro más primitiva va a sobresalir en la respuesta.
Entender que ante una situación potencialmente estresante, la parte de nuestro cerebro más primitiva va a sobresalir en la respuesta.PIXABAY

Muchas veces se nos olvida que los seres humanos somos mamíferos, seres altriciales que necesitan de largos períodos de infancia (neotenia) para poder sobrevivir. Eso ha sido así desde hace millones de años. Y no deja de ser así aunque nuestra realidad sea muy distinta a la del Paleolítico, con nuestra larga esperanza de vida, tecnologías y todos los privilegios que nos da el Estado de bienestar.

Cuando somos infantes, necesitamos vincularnos con nuestra madre (u otros cuidadores principales) para poder sobrevivir, no es un capricho, es una necesidad. En base a la disponibilidad y responsividad de nuestras figuras de referencia, puede producirse un apego seguro, o un apego inseguro.

Se calcula que un alto porcentaje de la población viene de apegos inseguros, quizás en nuestra infancia no nos hemos vinculado de forma adecuada con nuestros cuidadores y esto puede hacer que, cuando estamos educando a nuestros hijos o alumnos - relacionándonos con otras personas-, volvamos a conectar con situaciones de nuestra infancia y hacer cosas que a priori no queríamos hacer.

Ante esto tenemos tres caminos: culpar a los niños de habernos hecho reaccionar, o culparnos a nosotros mismos y quedarnos hundidos o sobrecompensar desde el exceso de permisividad. El tercer camino, y para mí el más adecuado, es aprender a darnos cuenta de cuál es nuestra responsabilidad en las distintas situaciones y tomar consciencia de nuestro impacto.

Este camino tiene varios pasos. El primero es parar, parar para poder darnos cuenta de que hay algo que no termina de estar bien ajustado. Parar para poder tomar distancia, relativizar, concederle la importancia que merece a lo que realmente es importante. Y por último, tratar de reflexionar el motivo por el que hemos reaccionado desde una forma que no era la que nos hubiera gustado. Y desde ahí, buscar soluciones.

Por ejemplo, si nuestro peque tiene una muestra de enfado muy intensa (lo que muchas personas llaman “rabieta”), hay tres opciones de diálogo interno:

  • Este niño o esta niña siempre se está portando mal
  • Soy una madre o un padre horrible, no consigo que mi hijo sea feliz
  • Esta situación me hace sentir agobiada e incapaz, me siento juzgada por las miradas de los demás, me irrita el llanto agudo de mi hijo y no estoy siendo capaz de regular mis emociones. ¿Quizás sea porque el llanto en mi infancia fue reprimido? ¿no se me permitía enfadarme? ¿crearon una expectativa sobre mi tal que cuando me siento juzgada me bloqueo o reacciono? Sea como sea, ahora mismo lo más importante es la conexión con mi hijo.

En este sentido, la Doctora María Montessori es célebre por las aportaciones del método educativo que creó , aunque a ella no le gustaba llamarlo método, sino una “ayuda para la vida hasta que la personalidad humana pudiera desarrollarse”, es decir, un sistema para que cada persona encontrará la tarea que mejor iba a servir a la colectividad y poder romper con la violencia sistémica, familiar y estructural que existía y sigue existiendo en nuestra sociedad. “Educar para la paz” era su propósito, y esa paz empezaba en el adulto: argumentaba que los grandes peligros del educador eran el orgullo y la cólera.

Después de años reflexionando sobre esta cita, creo que estos grandes peligros tienen también antídotos, que, por desgracia, no se pueden comprar a golpe de clic. Para que nuestro orgullo no intervenga en nuestras interacciones con los niños y las niñas, es necesario hacer un profundo proceso de reflexión personal. Para que la cólera no sea la tónica de nuestras relaciones, es necesario cuidarnos, partiendo de ese proceso de reflexión.

Para pasar del orgullo a la humildad es necesario ver a los niños/as (o a otra persona que tenemos a nuestro lado) como seres sabios y dignos de reconocimiento, pensar que el aprendizaje es horizontal, bidireccional, que sus comportamientos son estrategias de pertenencia y/o derivan de sus necesidades más profundas. Y, sobre todo, que lo que nosotros queríamos enseñar es muy reducido en comparación con lo que pueden enseñarnos ellos, si les dejamos.

Para ello, es necesario conocer el desarrollo madurativo, conocer cómo funciona el cerebro de los niños y así ajustar nuestras expectativas ( por ejemplo, esperar que un niño de dos años no demuestre de forma intensa sus emociones es como esperar que haga raíces cuadradas: poco probable). Cuando ya hemos integrado esto a nivel racional, no siempre conseguimos llevarlo a la práctica. Entonces es necesario identificar si tenemos heridas de infancia, situaciones que nos han resultado traumáticas - aunque no fueran muy graves, si no hemos podido integrarlas y darles sentido, pueden ser trauma-, identificar si no hemos podido vincularnos de forma segura con nuestros cuidadores principales, si nos hemos sentido inadecuados, avergonzados o culpables en ciertos momentos de nuestras vidas y nos conectamos a esos momentos en estas situaciones estresantes… ¿Qué está pasando por mi mente para que en vez de relacionarme como yo quería con mi hijo o alumno esté reaccionado en vez de actuar?

Para pasar de la cólera a la calma es necesario también entender cómo funciona el cerebro, en este caso, el nuestro. Entender que ante una situación potencialmente estresante, la parte de nuestro cerebro más primitiva va a sobresalir en la respuesta. Por ejemplo, si uno de nuestros antepasados se encontrara con un tigre dientes de sable, solo tendría tres opciones: lucha, huida o quedarse paralizado. En la actualidad no nos encontramos con depredadores peligrosos, pero sí vivimos situaciones estresantes a diario (más aún en nuestra “nueva normalidad”) que nos hacen reaccionar en vez de actuar, y eso puede dañar a nuestros hijos e hijas. Es duro quizás leer que podemos hacer daño a los que más queremos, y, a la vez, es necesario ser conscientes de ello para así poder repararlo con más conexión, más vínculo, más amor, más confianza. Podemos repararlo si somos proactivos y nos enfocamos en las soluciones.

Estas soluciones para cada persona serán distintas, bajar las expectativas, hacernos la vida más fácil, iniciar prácticas como el mindfulness o la meditación, la escritura terapéutica, hacer deporte, o jugar, las que cada persona necesite, y, especialmente, acudir a terapia con un profesional si nuestra vinculación en nuestra primera infancia no ha sido segura. Todas estas soluciones tienen algo en común: pasar tiempo con la persona más importante de nuestra vida: nosotros mismos.

Todos fuimos niños en algún momento, el concepto “niño interior” hace referencia a la vulnerabilidad y autenticidad que existe en cada uno de nosotros, y que en algún momento de nuestra vida fue dañada o mermada. Todos los seres humanos buscamos pertenecer (ser parte de algo y contribuir), y cuando no lo logramos de forma esperada, vamos a tratar de buscarlo sea como sea, incluso a través de lo que a nuestros ojos pudieran parecer comportamientos inadecuados.

Uno de los conceptos más sobresalientes del psiquiatra Alfred Adler, impulsor de la Psicología Individual (que se refiere a la indivisibilidad de la persona), era que todos los seres humanos en nuestra infancia construimos una lógica privada: en base a las percepciones, construimos interpretaciones, que a su vez dan lugar a creencias que se quedan instaladas en nuestra mente y en base a ellas, tomamos decisiones. Si somos conscientes, poco a poco podemos ir tomando decisiones que estén más alineadas con nuestro propósito final: una adecuada vinculación con nuestros hijos e hijas.

Cuando actuamos desde el orgullo y desde la ira, nos conectamos con las emociones y creencias de nuestros niños interiores heridos. Cuando hacemos una pausa, somos conscientes, relativizamos, damos sentido y buscamos soluciones. Entonces vamos a poder actuar en vez de reaccionar.

Como dice mi amiga Jésica Álvarez “Respira, serás madre toda tu vida, él solo será niño una vez”. Un gesto tan sencillo como respirar o beber agua le manda un mensaje de calma a nuestro cerebro primitivo: “No estamos en peligro, no nos persigue ningún depredador, estamos seguros: es solo un niño cansado y frustrado que te necesita, solo es un niño y solo quiere pertenecer, sentirse valioso”.

Actuar así va a contribuir a que nuestros hijos e hijas se sientan seguros, que es realmente lo que necesita la infancia: seguridad en forma de solidez emocional y autonomía, de sentirse a salvo para poder expresar todas sus emociones y experimentar sin miedo a perder el afecto de sus padres, tener garantizado el amor incondicional pase lo que pase. La infancia explora, las personas adultas cuidamos. Cuando se invierten los papeles, la vinculación no va a ser la que nos gustaría.

Nuestros hijos necesitan sentirse seguros, encontrar la felicidad ya es cosa suya. Pero no son los únicos: tu niño interior también necesita sentirse seguro. Cuando paras, puedes darte cuenta de que no hay necesidad de buscar culpables, solo soluciones, puedes relativizar y ser realmente la persona que prometiste ser en los momentos difíciles de tu infancia.Y eso pasa por empezar a cuidar, a “rematernar” a la niña o niño que todos llevamos dentro. Pasa por interiorizar que lo estás haciendo lo mejor que puedes, pasa por darte aliento a ti mismo.

Todas las respuestas están en los niños y las niñas, en los que tenemos delante y en los que fuimos algún día. Y es que como decía Rudolf Dreikurs:”Podemos cambiar toda nuestra vida y la actitud de la gente que nos rodea simplemente cambiándonos a nosotros mismos”.

Beatriz (Bei) M. Muñoz es madre de cuatro “maestras”, educadora de Disciplina Positiva para familias, aula, parejas y organizaciones, Guía Montessori y, ante todo, firme defensora de la infancia. Tras publicar dos libros para “Montessorizar” las miradas y los hogares de muchas familias, lanza su primer Congreso Online sobre pedagogía Montessori y Disciplina Positiva, que arranca este lunes 24 de agosto con más de cuarenta ponentes a su lado, tratando de visibilizar las necesidades y derechos de los niños y las niñas.

Desde su blog “Tigriteando” lleva ya siete años compartiendo la importancia de crear un ambiente preparado físico y emocional en el hogar para facilitar el desarrollo integral de niños y niñas: “Para empezar a crearlo lo primero que tenemos que hacer es ponernos a su altura y observar”. Y es que, fiel al legado de Maria Montessori, Bei Muñoz cree que lo más importante es desaprender para poder “Seguir al niño”, empezando por el que llevamos dentro. Para cualquier información adicional sobre el evento se puede visitar la página web https://tigriteando.com/congreso/ y/o escribir directamente a la organización (congresomydp@gmail.com).