¿Feminismo?

Ellos no nos quieren gordas

“El cuerpo avergonzado como dispositivo en la construcción de la otredad”, otra ocurrencia del nuevo feminismo, esta vez pagado con dinero público del Instituto Canario de la Igualdad.

"El cuerpo avergonzado como dispositivo en la construcción de la otredad", llevaba por título este ingenioso encuentro del feminismo new age organizado con dinero público.
"El cuerpo avergonzado como dispositivo en la construcción de la otredad", llevaba por título este ingenioso encuentro del feminismo new age organizado con dinero público.Gobierno de Canarias

Lo malo, muy malo de las causas feministas que nos meten ahora con calzador, es que ya no se trata de que una esté de acuerdo con el fondo del asunto, (lo cual no solo es posible, sino hasta probable), sino que se lo envuelven en unos ropajes tan ridículos, pedantes, sectarios y ofensivos —tanto para la inteligencia como para el buen gusto— que se genera rechazo. Un rechazo instintivo e irrevocable que contamina la simpatía que el primigenio tema defendido pueda despertar. Me ocurre a mí, y a muchas. Desde que el movimiento feminista ha derivado en esta especie de performance perpetua y gratuita (gratuita por innecesaria, que costar, cuesta lo suyo), está repleto de actuaciones que carecen del más mínimo sentido desde el mismo origen, por apertura mental que se aplique, bien, como digo, serían respetables si ellos mismos las respetaran. Pero no.

El feminismo new age se ha perdido el respeto a sí mismo. Y lo ha hecho de tal modo que ya muchas lo miramos como se mira a la compañera de trabajo que sabemos de fondo inteligente pero que, por motivos ignotos, ha virado en una especie de actriz de cuarta o décima categoría, y le pone histrionismo e histerismo a cuanto dice o hace. No es que una tenga por bandera que todo haya de argumentarse desde un pulcro atril, vestida con suma corrección y no perdiendo las formas por candente que sea el tema a tratar, pero hasta la flexibilidad más loable acaba perdiendo fuelle ante lo que solo puede denominarse como complacencia en la locura, la provocación —ridícula, además— y la chabacanería.

Esto, que hace mucho que lo pienso y lo sufro, me quedó reafirmado el otro día cuando un amigo me contó que en Canarias, allá por Octubre, cuando la pandemia estaba igual de presente que ahora, y digo yo que igual había temas femeninos más urgentes que este, se celebraron unas jornadas sobre Gordofobia y violencia estética, en las que un tal Komando Gordix (colectivo de gordas feministas), reclamaba el cuerpo gordo como sujeto político (¿?), mediante arte «antigordófobo».

Ya solo el enunciado, día a día, de las jornadas, me dejó petrificada a mí, no quiero pensar a las mujeres que sean gordas pero no sean feministas a su manera, a su única manera de serlo. Pero mi estupefacción estaba destinada, perdón por el idiota juego de palabras, a engordar. Y fue en ese momento cuando me comenzó ese pálpito de rabia al ver que otra vez lo hacen, lo han hecho. Tomar una realidad, un hecho incuestionable, y deformarlo, ensuciándolo con consignas y radicalidad. La defensa del derecho de la mujer a no estar sometida a tanta tiranía estética, a que unos kilos de más no se conviertan en algo así como una especie de desperfecto, y la plena obesidad en un estigma, convertido en una parodia morada y extravagante donde prima más lo político (hoy día, resentimiento y queja, básicamente) que cualquier otro aspecto.

Porque ya la misma presentación de las jornadas, destinadas a explicar el «origen del activismo gordo, desde una perspectiva antirracista y de género», nos hace sospechar que vamos a asistir a otro batiburrillo de lo previsible. A veces, de hecho, pienso si no será cierto esa disparatada idea de que todas estas propuestas no tienen en realidad una identidad propia, sino que no son más que el delirante resultado de entremezclar frases grandilocuentes con las inevitables pinceladas que pueden convertir una receta de cocina, si me apuras, en un discurso progresista. Progresista porque, naturalmente, a las gordas solo las oprime el fascismo, las ideas neoliberales, el heteropatriarcado, los conservadores, en fin, los de siempre, mientras que solo han encontrado apoyo, comprensión y oportunidades en el mágico paraíso de la izquierda. Esa izquierda que, igual que puede imprimir billetes para paliar la crisis económica, como anunciaba tan alegremente el hermano del Ministro de Consumo, se ha imprimido una biblioteca propia donde todos los libros que hablen de las buenas causas, de los buenos sentimientos, de todo lo que ennoblece y ensalza al humano… son cosa suya.

Y digo yo si en esa biblioteca de Grandes Éxitos Progresistas, no podían incluir un diccionario, que nos permitieran a los seres de luz apagada de fábrica, discernir qué quieren decir cuando, en esta ponencia por ejemplo, manifiestan lo siguiente: «El cuerpo avergonzado como dispositivo en la construcción de la otredad« o «el malestar es parte de un dispositivo que jerarquiza experiencias corporales y lucra con el sufrimiento producido por no encarnar lo ideal». Luego, en la supuesta explicación, parece que la cosa lleva, cómo no, a que la mujer gorda se siente subordinada en la sociedad, lo cual la estigmatiza y le provoca sufrimiento, porque un escenario donde la mujer no sea víctima de algo, ya sea por gorda, escuálida o simplemente mujer, no les entra en la cabeza.

Yo no he visto la ponencia, es verdad. Estoy juzgando por los carteles, los anuncios, las imágenes, y mi experiencia previa, estoy ejerciendo el prejuicio de «etiquetado automático» de lo que veo, y, en rigor, no, no tengo ni la menor idea de si su contenido guardaba relación digamos «real» con el hipotético destino de estas jornadas. Pero como rizar el rizo es un deporte que no se cansan de practicar, y la directora del Instituto de Igualdad se presenta a sí misma como una lesbiana «visible» (ilusa de mí, que pensé que daba igual la orientación sexual de cada uno), me la juego. Y me reafirmo al leer esta frase de «se pretende desmitificar las creencias que existen con respecto al peso, la salud y el bienestar». Ya no se trata, entonces, de censurar la gordofobia, o de respetar la diversidad de los cuerpos de las mujeres: ahora hay que ignorar las evidencias científicas que relacionan el sobrepeso con problemas de salud. Es más, otro de los puntos a tratar fue que, al parecer, al colectivo le parecía muy mal que se tildara la obesidad como factor de riesgo en caso de COVID. Que lo sea o no, qué importa: a ellas les ofende.

De aquellos polvos, estos lodos, y Cosmopolitan se marcó este enero unas portadas muy tolerantes y flower power donde mujeres muy entrada en kilos mostraban la leyenda “This is healthy”, porque no hay nada más facha que dejar que la ciencia entorpezca la tolerancia. De hecho, no sé cómo no todos los ayuntamientos del país no se dieron por aludidos e impartieron talleres similares, sobre esta intolerable injusticia.

Y termino esta columna como la empecé: sin entender qué se pretende con esto. Por qué el visibilizar la discriminación que puedan sufrir las mujeres por no estar delgadas, como razonable argumento, acaba sirviendo de coartada para unas jornadas que son una especie de mitin, un gazpacho de quejas, sectarismo y culpas a repartir entre los cuatro inamovibles culpables desde el origen de los tiempos. Por qué no se entiende que, de este modo, nadie o solo las que viven de vuestro mismo cuento, os van a escuchar, cuanto menos adherirse a vuestra causa.

O a vuestra excusa.