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Es que iba provocando

¿No era un momento estupendo para no darle ninguna importancia a su presencia y negarles, precisamente, la efectividad de esa provocación no cayendo en ella?

Es que iba provocando
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Ese “es que iba provocando”, primo hermano casi de aquel “es que las visten como putas”, que en otras circunstancias y con otras víctimas supondría un auténtico sacrilegio tan solo pensarlo, se ha convertido en mantra en el caso del escrache sufrido por Ciudadanos en el desfile del Orgullo Gay de este año.

- Es que iba provocando

- Pero no podemos justificar ningún tipo de violencia, y menos haciendo recaer la responsabilidad sobre la víctima.

- ¡Fascista!

Este diálogo sin sentido que bien podría parecer un chiste sacado de una peli de Torrente, os juro que es real. Os juro que yo he mantenido esa conversación, tal cual, esta semana. Podéis volver a leerla si no dais crédito, yo os espero antes de continuar. Y además, es que entiendo que así sea porque, mientras estaba sucediendo, tampoco yo se lo daba: yo era la fascista por defender la idea de que, bajo ningún concepto, se puede justificar la violencia ejercida sobre un ser humano y, menos aún, responsabilizando de ese hecho precisamente a la persona que la sufre. ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

Ese argumento, ese “es que iba provocando”, primo hermano casi de aquel “es que las visten como putas”, que en otras circunstancias y con otras víctimas supondría un auténtico sacrilegio tan solo pensarlo, se ha convertido en mantra en el caso del escrache sufrido por Ciudadanos en el desfile del Orgullo Gay de este año. Estoy segura de que alguno ya acaba de fruncir el ceño, achinar los ojos, de esperar a ver por dónde tiro con cierto resquemor.

Pues mira, voy a tirar por donde he tirado siempre, independientemente de quién agrede y quién es agredido: siempre estoy en contra de cualquier tipo de violencia y la condeno. Y el insulto, el lanzamiento de objetos, el tratar de amedentrar o vilipendiar a otro por sus ideas, os pongáis como os pongáis y sean cuales sean esas ideas y lo censurables que sean, porque una cosa es independiente de la otra, es una forma de violencia. Pero, paradójicamente, soy una extremista peligrosa por defender esto. Es que me pinchan y no sangro, colega.

- “Pero es que iban provocando” - Insiste un señor con fular al fondo.

Que sí, señor con fular. Que aún comprando la tesis de la provocación, negar el hecho de que se reaccionó con violencia y que eso es censurable es tratar de hacer encaje de bolillos con la realidad para que nos quede preciosa y a medida. ¿No era un momento estupendo para no darle ninguna importancia a su presencia y negarles, precisamente, la efectividad de esa provocación no cayendo en ella? ¿No es entrar en su juego y una forma de darles la razón? Porque sí han sido agredidos, insisto, única y exclusivamente por sus ideas.

Yo no sé en qué punto exactamente se nos mató el espíritu democrático, en qué curva nos salió disparado por el cristal delantero tras algún frenazo comiéndose un pino, pero me resulta francamente inquietante que en nombre de la igualdad y la tolerancia se lleven a cabo actos manifiestamente intolerantes que niegan, o pretenden negar, derechos (a tomar viento fresco la igualdad cuando nos conviene) a ciudadanos, ciudadano como miembro activo de un Estado, pero también en este caso a un partido político democrático que responde a ese mismo nombre, por el simple hecho de pensar diferente. Es decir, sigo insistiendo, por sus ideas.

Dice Byung-Chul Han en “La expulsión de lo distinto” que “los tiempos en los que existía el otro se han ido, el otro como misterio, como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, como infierno, el otro como dolor va desapareciendo”. El otro ya no nos interesa porque tememos lo diferente, lo inhóspito, lo desconocido. Porque tememos confrontar nuestras ideas. Preferimos la palmadita en la espalda, la comodidad de rodearnos de los que piensan igual, para no tener que atravesar esa zona oscura en la que tenemos que replantearnos nuestros dogmas. Mucho mejor la consigna fácil, el cántico que arranca aplauso, la camiseta con lema, el deslizarnos sin sobresaltos por el tobogán de suave pendiente de la vida. Nos la refanfinfla el otro. ¿Qué otro? ¿De qué otro me está usted hablando?

- “Le digo que iba provocando” -

Ahora el que protesta es un moderno diseñador gráfico con peinado y gafas a la moda, asistente infatigable a toda manifestación por una causa justa (la que sea, la del momento) que se celebre en la zona centro. Que salir de Malasaña ya es viajar.

Mira, parad. Tengo que reconoceros, queridos, el mérito que tiene que en solo unos días y enarbolando como razón de peso el “es que iban provocando” (quien lo iba a decir) os hayáis cepillado el épater le bourgeois, dejando una sociedad tan mema que da pena verla. Si Baudelaire levantara la cabeza...

Cito a mi querido y admirado Julio Valdeón a modo de corolario, porque lo dice siempre todo muchísimo mejor que yo y porque no podría cerrar esta columna de hoy sin su ayuda (así de cabreadita he venido hoy a darle a las teclas), que dice que “Cuando los mamporreros expulsan a un partido del desfile del Orgullo repiten los patrones del gorila que, fastidiado por la proliferación de opiniones que no comparte, remedia la discrepancia a guantazos. Cuando a los pocos minutos salen los amigos y embajadores del «injusto término medio» a explicar que el problema lo tiene el agredido, que lleva la minifalda liberal hasta el chirri, chapoteamos ya rumbo al pantanal donde reinan quienes culpan por sistema a las víctimas. Gente encantada de respetar al cafre, al violento, al que acosa, sea este un escrachador, un yihadista o un etarra”. Así nos va.

Y sí, Julio, a mí también me gustaría ser ecuánime, mesurada, tranquila. Pero también estoy agotada. Carajo.