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La columna de Carla de la Lá

Marie Kondo ¡Eres una envidiosa y un TOC!

La columna de Carla de la Lá

Imagen del "relitie" de Marie Kondo
Imagen del "relitie" de Marie Kondolarazon

Lo que le pasa es que en Japón la densidad de población es tan alta que históricamente han tenido que habitar en casitas del tamaño de una nuez. De ahí el minimalismo decorativo y el extraordinario interés por el orden que poseen los japoneses. Marie Kondo es una envisiosa, como ella no ha podido tener más que una cuchara de postre en casa...

Por favor ¿qué edad tiene Marie Kondo? ¿Se mancha de tomate al comer espaguetis? ¿Cómo es su marido? ¿Es sucia en la cama Marie Kondo? Discúlpenme, queridos amigos, pero la nueva estrella en el firmamento de la actualidad, esta delicadísima, encantadora y sonriente criatura nipona indatable, saca de mí lo peor. ¿Está viva Marie Kondo? ¿Están ustedes seguros? ¿La han tocado?

¿Qué quieren? Siempre fui muy de Tony Duvert y su Abecedario Malévolo donde explica que el vicio corrige mejor que la virtud: “Soporta a un vicioso y tomarás horror al vicio. Soporta a un virtuoso y pronto odiarás a la virtud entera.” Marie Kondo mordiéndose las uñas hasta sangrar, Marie kondo suplicando lexatines en la farmacia, sin receta; Marie kondo rompiendo vasos contra la pared, diciendo palabrotas en una Iglesia, Marie Kondo despepitada cortándose el pelo con las tijeras del pescado, ¿llegará al orgasmo Mery Kondo? ¿Y qué posturas se verá obligado a adoptar el Sr. Kondo dado el patológico nivel de obsesividad de la deliciosa Sra. Kondo?

Marie Kondo orinando entre dos coches; Marie Kondo en las choznas de Andoain tomando un cucurucho de chopipapa; Marie Kondo en una tasca andaluza bailando su vehemente interpretación de las sevillanas descalza sobre una mesa pegajosa de vino peleón y cerveza; Marie Kondo en los autos de choque; Marie Kondo sudando apasionadamente; odiando con ardor; Marie Kondo llorando y moqueando en chándal, con el pelo sucio; mirando de reojo la comida para después zampársela con culpabilidad; Marie Kondo en la muerte de un hijo...

No, qué va...

Desde que Marie Kondo estrenó su Show en Netflix no paramos de oír hablar de esta replicante y su revolucionario e infalible (casi aniquilante) método para mantener el orden en casa. Lo cierto es que Marie Poppins Kondo, prácticamente perfecta en todo, acude a la llamada de los distintos hogares que la requieren introduciendo su doblado especial de camisetas y bragas; y nosotros los latinos contemplamos entre la fascinación y el alelamiento su programa, donde, con la tontería de ordenar zapatos y tuppers por tamaños y colores, la japonesa reestructura la jerarquía, los valores y las relaciones afectivas de cada familia que visita.

A los padres y las madres ¡da cosa verlo! les da la vuelta como si fueran calcetines; cuando lo ha conseguido, cuando los ha domesticado, transformado y clasificado en el armario bajo la llave férrea de su misticismo neurótico obsesivo, entonces coge la puerta y se marcha. Eso sí, envuelta en charme y candor (frialdad y desapego también), como en la mítica obra maestra de Disney.

La verdad es que Marie Kondo, queridos amiguitos, me resulta un coñazo. Y miren, soy muy ordenada, pero en mi doble condición de occidental y latina, como persona ultra mega sexi, chula y sandunguera, me rebelo ante la supuesta armonía Kondomari. Y aunque esta “no muerta” japonesa me parece un cielete, como todas las personas singulares y gentiles del mundo, su rigor me resulta absolutamente desmoralizador y prosaico, por no hablar de ese tufillo a omnímodo espartanismo que despliega por todas partes.

Mi madre, que es la persona más clarividente que conozco lo tiene analizadísimo: Marie Kondo es una envidiosa, lo que le pasa es que en Japón, hermoso país, la densidad de población, también llamada población relativa, es tan alta que históricamente han tenido que habitar achicharrados los unos junto a los otros en casitas del tamaño de una nuez. De ahí el minimalismo decorativo y el extraordinario interés por el orden que poseen los japoneses: “Carlita, tú imagínate decirle a un americano o canadiense que tiene que tirar sus cosas cuando, todo el mundo sabe que, en sus casas mastodónticas, pueden tener un armario de 18 puertas en su habitación y dormirse con su vaca lechera si quieren junto a la cama”. ”Una envidiosa hijita, como ella no ha podido tener más que una cuchara de postre en casa... “

En mi opinión, la regularidad konmari pretende estabular como becerras a nuestras mentes creativas con arreglo a una insensibilidad minimalística, gélida y digital. Les digo una cosa, a Marie Kondo le da un Ictus en mi casa: soy lo menos metódico del universo, siempre doblo las prendas de manera distinta y conservo cientos de objetos horribles que me han regalado, por amor a sus remitentes. A mí lo de cambiar regalos me parece una horterada, y el ticket-famoso, de quinta.

Marie Kondo adora el caos: “I love mess” dice con esa vocecita angelical, si Hello Kitty hablara, nos resultaría Joaquín Sabina al lado de la exquisita toc. Porque, ante todo, Marie Kondo es un pedazo Toc, ya saben amigos, ese trastorno de ansiedad, caracterizado las conductas repetitivas o compulsiones dirigidas a reducir la ansiedad. Los toc, como Marie Kondo, necesitan ritualizar sus vidas hasta que no exista un resquicio de improvisación, porque les aterra y siente que se van a despeñar por él como si fuera un abismo.

Y luego su blancura inmaculada, la exigüidad física (las japonesas son muy Audrey Complex), la sedosa y disciplinada melena (¿se la habrá sujetado su mejor amiga para vomitar, como a todo el mundo civilizado?); y lo más loco, la sempiterna sonrisa de mandíbula encanjada, de trismus.

Yo a esta chica no la veo bien, qué quieren que les diga. La agresividad pasiva de Marie Kondo, ¿se imaginan a Mery Kondo disparada, iracunda? ¿Y ese nombre tan horrible?