Familia

“Mi hijo se ha ido de casa, se ha independizado y no lo supero”

“Mi hijo se ha ido de casa, se ha independizado y no lo supero”
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Se lo conoce como el síndrome del nido vacío y afecta sobre todo a aquellas mujeres que nunca han trabajado, que apenas han tenido otra dedicación que la de dedicarse a su familia y que han centrado todas sus expectativas en la maternidad

Más conocido como el síndrome del nido vacío, la marcha de los hijos de casa para siempre porque se independizan genera no pocas sensaciones, especialmente en las madres. Especialmente aquéllas que se dedicaron en cuerpo y alma a la crianza de los hijos y que no tenían más vida (ni profesional ni social) que esa, son las que más lo padecen llegando algunas a desarrollar síntomas muy parecidos a la depresión. Lo normal, llegada una edad, la adulta, es que los hijos vuelen del nido y los padres comiencen una etapa diferente que será la de volver a disfrutar de sí mismos. ¿No aceptar que tu hijo se vaya de casa es sano?

La psicóloga Paola Hernández Castellanos, del Grupo Doctor Oliveros cree que “el ver partir de casa a los hijos puede suponer un enfrentamiento con la realidad de la pareja y de cada uno como persona ya que después de pasar tanto tiempo pendiente de proveerles todo lo necesario, de llevarlos a los partidos de fútbol, de organizar sus cumpleaños, las vacaciones, en definitiva, de verlos crecer, llega el día en el que todos los hijos “vuelan del nido” y, aunque los padres saben que es ley de vida, cuando llega el momento, la separación puede ser más dura de lo que se esperaba”.

Cada vez que se va un hijo de casa se genera una reorganización en la dinámica familiar. Sin embargo –explica la experta- cuando éste es el último que queda o es hijo único, el reajuste se puede vivir como un vacío que no esperábamos sentir. En un principio, se puede experimentar una mezcla de satisfacción y ansiedad. Verle independiente y haciendo frente a la vida nos enorgullece, pero, al mismo tiempo, podemos sentir la angustia de no saber lo que le espera ni lo que nos espera a nosotros como padres.

Normalmente, esta etapa de la vida coincide con cambios biológicos importantes en la mujer, como la menopausia y en ocasiones con cambios laborales en la vida de ambos como la jubilación lo que, unido a la ausencia de los hijos, puede hacer esta transición más complicada.

Los hijos se independizan y los padres se ven ante un cambio en su rol parental, pasan a ser espectadores de la vida de sus hijos y se ven en la tesitura de afrontar una nueva dinámica doméstica.

El papel de la madre

Para las mujeres este cambio de rol puede ser más difícil que para los hombres, en especial para las madres que convirtieron en su proyecto de vida el cuidado de los hijos. Al ver culminado este proyecto o ver que los hijos no le necesitan, y si no se cuenta con aficiones o proyectos propios, se pueden experimentar sentimientos de tristeza, ansiedad y vacío. “No es raro escuchar frases como “la casa esta vacía” o “siento que me falta algo”. Pueden incluso padecer trastornos del sueño y desarrollar síntomas parecidos a la depresión. Los matrimonios insatisfactorios o inestables y las personas que tengan dificultad para aceptar el cambio en general también pueden ser susceptibles a experimentar estas sensaciones”, sostiene la psicóloga.

Algunas personas tratan de compensar esta pérdida realizando “conductas excesivas de proximidad” dirigidas a mantener a la persona más cerca y conservar el vínculo que se tenía. Estos padres suelen estar excesivamente preocupados por el bienestar de los hijos, les llaman constantemente, intentan verlos o les presionan para que haya encuentros más regulares.

Puede haber personas que, por el contrario, se sientan egoístas o culpables por sufrir con tanta intensidad la separación, pero esto no tiene por que ser así, siempre y cuando se mire hacía el futuro y se pongan manos a la obra. La intensidad de estos sentimientos no tiene que durar para siempre pero la paciencia es esencial; la asimilación de esta nueva etapa de vida no ocurre de la noche a la mañana y es necesario que la persona sea proactiva al afrontarlo.

La adaptación a esta nueva etapa conlleva diferentes pasos y cambios que se tienen que afrontar con calma, anclarse en la pérdida y en los cambios en la situación familiar puede alargar el sufrimiento. Es importante plantear una nueva ruta de vida, en la que se pueda disfrutar tanto personalmente como en pareja.

Es momento de vincularse con los hijos desde el reconocimiento de las historias personales pues ellos siempre son y serán parte de la vida de cada uno. Es de suma importancia recordar que no sólo se es padre o madre, si no que se es persona, con pasiones, habilidades, gustos, sueños y esperanzas; ahora que los hijos se han ido de casa es hora de recuperar el protagonismo y redescubrir a esa persona que hemos descuidado, a uno mismo.

Aprovechar para retomar actividades aplazadas.

Cuando se forma una familia normalmente se ponen en “pausa” diferentes actividades, planes y proyectos debido al cambio de responsabilidades y prioridades que conlleva un nuevo integrante de la familia. Al volver a ser dueños de nuestro tiempo se pueden retomar actividades que alguna vez formaron parte de nuestros planes. Aprender un idioma, hacer viajes, estudiar o retomar un pasatiempo.

Reencontrarse con la pareja.

En el caso de las personas que viven en pareja, el estar solos se puede presentar como una oportunidad para trabajar en la relación y volver a tener planes en común. Conforme van creciendo los hijos, la mayor parte del tiempo, atenciones y preocupaciones giran en torno a su bienestar y necesidades. Ahora es momento de mirar a la persona que se tiene al lado y reencontrase en esta nueva etapa, hacer planes, viajar, salir. En resumen, reconectar y volver a encontrarse el uno al otro no sólo como la madre o el padre de los hijos si no como compañeros de vida.

La comunicación con el otro juega un papel fundamental para adaptarse a esta etapa, tener un entorno en el que se puedan compartir las emociones y pensamientos que esta nueva situación causa en ambas partes y buscar en el otro apoyo y comprensión, es esencial para hacer frente al nuevo panorama.

Ampliar el círculo social.

Normalmente, otras parejas, amigos y conocidos en el entorno, pueden estar enfrentándola misma transición. Antes, al emplear todo el tiempo y energía en los hijos y sus necesidades las amistades, pasaron a un segundo plano. Los amigos se ven menos y se deja parte de la vida social de lado. Sin embargo, la independencia de los hijos implica la independencia de los padres, etapa en la que pueden retomar viejas amistades, buscar nuevas, unirse a clubs y dedicarse a actividades que les permitan ampliar su red social. En ellos también se puede encontrar apoyo y comprensión en esta nueva etapa.

Mantener el contacto con los hijos.

Las llamadas y las visitas siempre serán una fuente de alegría que no necesariamente se pierden por el hecho de que los hijos se hayan ido a otra casa, a otra ciudad o país. Esto no significa que la comunicación y la relación haya terminado, se puede seguir formando parte de su vida y descubrirlos como adultos independientes. Es conveniente que estas llamadas o estas visitas no se vuelvan la actividad más importante de el día a día, ya que se puede caer en la trampa de reforzar la dependencia al vínculo y a la relación con los hijos.

Al comenzar a enfocar la energía en el futuro, los nuevos retos y oportunidades que vienen con él, se abre la posibilidad de seguir disfrutando la vida de los hijos y también comenzar una nueva etapa en la que cada uno como persona se vuelve el centro y la prioridad en su propia vida.

Volar del nido no significa abandonar a los padres si no dar espacio a que ellos, después de haber dedicado gran parte de su vida a los hijos, puedan una vez más mirarse al espejo y preguntarse: Está bien ¿y ahora qué quiero yo?