Finanzas

«Nuestra generación tiene que aprender a gestionar el dinero familiar tal y como lo hacían nuestras abuelas en la postguerra»

Laura Mascaró considera que el gran cambio generacional ha hecho que perdamos la perspectiva sobre nuestros recursos ahorrando nada y endeudándonos demasiado

Enseñar a los hijos a que aprendan a disponer de sus recursos financieros forma parte de la base de los cursos de educación financiera de Laura Mascaró.
Enseñar a los hijos a que aprendan a disponer de sus recursos financieros forma parte de la base de los cursos de educación financiera de Laura Mascaró.larazon

Todos tenemos en mente el personaje de Merche Alcántara, de la serie Cuéntame, una mujer siempre preocupada por rascar las pesetas en la compra diaria y en trabajando muchas horas cosiendo pantalones.

Todos tenemos en mente el personaje de Merche Alcántara, de la serie Cuéntame, una mujer siempre preocupada por rascar las pesetas en la compra diaria y en trabajando muchas horas cosiendo pantalones en casa para aportar más a la economía familiar. Así funcionaba España en los cincuenta y sesenta. Nuestros abuelos sabían gestionar de manera muy eficaz lo poco que tenían. Y justamente eso es lo que se perdió en la siguiente generación, en los ochenta y con la llegada del boom económico a España. Los que ahora son padres ahorran poco y se endeudan más en general. Y eso es, sobre todo, por no usar bien los recursos de los que disponen. Ciertamente la vida es más cara que entonces pero también entonces había muchísimas menos necesidades de las que hoy día tenemos nosotros. Laura Mascaró tiene unos cursos de educación financiera destinada a padres e hijos para aprender a gestionar lo que se tenga.

Ahora necesitamos cursos de educación financiera para aprender lo que nuestras abuelas ya sabían por sentido común. ¿En qué momento se perdió ese saber? Se lo pregunté el otro día a un amigo que es consultor financiero, para ver si pensaba lo mismo que yo.

Y sí, es una cuestión generacional. La generación de nuestros abuelos vivió una guerra y una postguerra. Pasaron hambre, sabían que debían ahorrar por lo que pudiera pasar, porque el futuro era incierto. Así que nuestras abuelas eran muy eficaces gestionando los escasos recursos de que disponían. Planificaban, optimizaban los gastos y, en la medida de lo posible, ahorraban para cuando llegaran, de nuevo, las vacas flacas.

Tuvieron hijos que vivieron un período de paz y de bonanza económica. Quisieron vivir con todas las comodidades que no habían tenido de pequeños. Y, sobre todo, quisieron que a sus hijos (nosotros) no les faltara nada. Que fuéramos a la universidad y que disfrutáramos de la vida. Y, si hacía falta, se endeudaban, que para eso estaban los créditos de los bancos. Y ahora tenemos unas finanzas personales que dejan mucho que desear (sólo un 13% de los menores de 55 ahorra en España). Lo tenemos todo a favor y, sin embargo, apenas llegamos a fin de mes.

Así que no es de extrañar que la mayoría de los padres crean que no pueden dar educación financiera sus hijos, porque ellos mismos no la tienen. Creen que las finanzas son una cuestión reservada para los ricos, los que tienen un CI elevado o los que tienen varios master de nombres impronunciables para el común de la gente.

Olvidan que su abuela, sin master alguno, ya sabía todo lo que hay que saber: que las finanzas nos afectan a todos y que no se trata sólo del dinero. Vivimos en una sociedad en la que uno no puede escapar de las finanzas ni aunque quisiera así, que no educarse al respecto es una temeridad. Los padres me dicen que ellos no saben nada del tema, que apenas llegan a fin de mes y que no sabrían cómo explicar qué es una hipoteca o cómo se calcula el IRPF. No hablemos ya del IPC o la inflación, que parecen ser sólo términos rimbombantes para los titulares y las tertulias económicas, como la misteriosa afirmación de que “la economía crece”.

Quizá por eso, cuando se proponen cursos de educación financiera para niños y adolescentes, se centran en explicar el sistema impositivo y el sistema bancario y, sólo recientemente, empieza a introducirse con timidez el emprendimiento.

“Es que a mi no me gustan las matemáticas”, dijo uno de los alumnos de Primaria de la escuela internacional El Dragón.

“Es que este taller no va de matemáticas”, le respondí encogiéndome de hombros.

Le resultó extraño porque, cuando uno oye hablar de educación financiera, lo primero que piensa es “dinero” y “matemáticas” pero nosotros llegábamos diciendo que esto iba a ir poco sobre dinero y casi nada sobre matemáticas.

Estoy convencida de que la salud financiera empieza en la mentalidad de las personas. Y la mentalidad puede empezar a educarse desde que los niños son muy pequeños (nosotros, concretamente, empezamos cuando nuestro hijo mayor tenía dos años de edad). Lo primero que deben aprender los niños es que todas las acciones tienen consecuencias y que, muchas veces, esas consecuencias son previsibles. Por lo tanto, la primera habilidad que debes desarrollar es la toma de decisiones. Si actúas por impulso, movido únicamente por tus sentimientos, o por la opinión mayoritaria, o por miedo al que dirán, o por lo que más te apetece en ese momento, sufrirás consecuencias que podrías haber previsto y, por lo tanto, evitado. Pero si aprendes a equilibrar la intuición y la razón, optimizarás tu proceso de toma de decisiones y eso tendrá un impacto positivo no sólo en tu situación financiera sino también en otros ámbitos de tu vida.

El primer paso, por lo tanto, consiste en establecer tus objetivos y conocer tus valores. Es decir, ¿qué es lo que quieres conseguir y cuáles son los principios por los que te vas a guiar?

Los niños lo entienden a la perfección si les das los recursos adecuados: la literatura y el cine están plagados de personajes que toman decisiones erróneas; los supuestos de hecho con los que ellos pueden identificarse y las dinámicas vivenciales consiguen que el aprendizaje sea significativo y que perdure en el tiempo.

A lo largo de 8 semanas, hemos trabajado con los alumnos de Primaria y Secundaria y hemos comprobado lo cerca que están ellos de ese conocimiento que ya tenían nuestras abuelas y que, bien dirigido, con la formación y el entrenamiento adecuados, pueden recuperar y mejorar.

En la década de los 60, un profesor de Psicología de la Universidad de Stanford llevó a cabo un experimento que se conoce como “el test de la golosina”. Esta prueba pretende demostrar la importancia del autocontrol y cómo aprender a controlar los impulsos y a demorar la gratificación (en los supuestos adecuados) es determinante de una mayor competencia social, de aptitud emprendedora y de tolerancia a la frustración.

Enseñamos a los niños el vídeo del experimento (búsquenlo en Youtube, es muy divertido) y les propusimos hacerlo.

-“¿Qué has aprendido?”

-Que a veces, si esperas, consigues algo mejor.

¡Touché!. Si aplican este conocimiento a las finanzas personales, ya tienen mucho ganado.