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Los Sábados de Lomana: “Otro confinamiento no podríamos aguantarlo económica ni socialmente. Que sea lo que Dios quiera...
"Los niños son los demonizados de la pandemia", lamenta la colaboradora
Cuando volvía del colegio a los 9 o 10 años siempre era una fiesta. Me dejaban por fin ir sola a casa con algunas amiguitas. Me encantaba saber que al llegar me esperaba mi bocadillo favorito para merendar, era muy simple, un pan crujiente con mantequilla y azúcar en el que se introducía un trozo de chocolate en un agujerito que se hacia en la miga. Todo esto acompañado de un vaso de Cola Cao helado en verano y calentito en invierno. Mi hermana María José también venía con nosotras, pero como era más pequeña no la dejábamos participar demasiado en el grupo de mayores y la obligaba a ir siempre delante de mí, para no perderla de vista. Era un trasto inimaginable que nunca sabías la que te podía montar.
Durante ese paseo había parada obligatoria en una pastelería que se llamaba «La exquisita». Yo, que siempre he sido bastante glotona y dulcera, ahorraba de mi paga para comprarme un pastel de merengue cada día. No se cómo no explotaba con esa cantidad de calorías, pero no, ya ven Vds. que me he criado divinamente comiendo de todo y sin tantas tonterías de comidas bio y saludables con las que nos bombardean cada día. Pues como les iba contando, seguíamos nuestro paseo y la siguiente parada era para comprar cromos en un kiosco. Estábamos mis amigas y yo llenando un álbum con los cromos de la película de Sissi y Sissi emperatriz. Que cambiábamos entre nosotras dependiendo los que tuviésemos cada una y los que nos faltasen. A veces venían los cromos en unas chocolatinas malísimas envueltas en papel de oro como monedas. Cuando llegaba a casa ya era un poco tarde, pero como no solían estar mis padres y nos esperaban las personas de servicio, ellas nunca nos reñían.. Así pasaban los días con una vida muy feliz para los niños que no conocíamos el miedo, porque el peligro en aquellos años debía ser inexistente. Ahora la idea de dejar incluso en una pequeña ciudad a los niños solos da pánico, ¡pobres niños! También han sido los demonizados durante la pandemia como si fuesen pequeñas bombas de transmisión. Esos niños y adolescentes que han aguantado tres meses sin salir de su casa y no creo para nada que hayan contagiado a sus padres.
A esos pequeños aterrados por el bichito causante de un mal que podía matar a sus abuelos y padres, sin poder ver a sus amiguitos o compañeros incluso les han puesto mascarillas. Me produce una enorme pena cuando veo a niños y niñas de 4 y 5 años con su mascarilla puesta. Me he prometido a mí misma no protestar si en un restaurante o viaje en tren algún niño empieza a dar la tabarra. Han sido los pequeños héroes muy poco reconocidos. Yo lo único que reconozco es la contradicción y cabreo que nos produce a los ciudadanos que nos digan que guardemos distancias, y en el AVE, el único que hay por la tarde de Madrid a Málaga en el que viajé ayer, fuesen los vagones llenos a reventar excepto en uno que está reservado al personal de Renfe.
Si esto no era suficiente, al llegar a Málaga había un cordón policial pidiendo documentación y preguntando por los diferentes motivos por los que habiamos viajado con la consiguiente acumulación de personas haciendo cola. Totalmente innecesario a mi juicio. De la misma forma que nunca entendí por qué no dejaban bañarse en el mar en la fase 2, cuando el mar y su aire son senadores y sin embargo pudiesen estar las terrazas llenas con grupos de 10 en cada mesa. El lunes ya parece que seremos ciudadanos libres de movernos por nuestro país pero me mosquea cantidad abrir fronteras y que lleguen turistas con brotes fuertes en Alemania y China. Otro confinamiento no podríamos aguantarlo económica ni socialmente. Que sea lo que Dios quiera...
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