Francia
Desde niña soñaba con la Fórmula Uno
Resulta difícil escribir un día como este cuando sabes que alguien que compartía contigo la pasión del automovilismo se ha ido para siempre. Conocí a María de Villota cuando apenas contaba con siete años. A finales de los años 80, nuestros padres pertenecían, y lo siguen haciendo, a este maravilloso deporte ejerciendo diferentes funciones y fueron muchos los fines de semana en los que coincidimos en los circuitos. Éramos niños pero aquel olor a gasolina poco a poco fue inevitable que se colara en nuestras venas. Y en el caso de María, mucho más. La recuerdo en numerosas ocasiones merodeando por improvisados boxes en las pistas de aquella época en los que su padre trabajaba como piloto. Siempre quería estar cerca del ruido de motores. Años después volvimos a coincidir, esta vez, en la Fórmula 3. Para aquel entonces ella ya había logrado convencer a su padre, y sobre todo a su madre, Isabel, para correr en karting y más tarde en monoplazas. Junto a su hermano Emilio, ambos se presentaron a una selección de pilotos organizada por Movistar y, después de superar varias eliminatorias, la seleccionaron a ella para correr en la fórmula Toyota. Estaba claro que María tenía algo que no tenían las demás, ni siquiera otros.
En 2003 y 2004 yo ejercía labores de comunicación en el campeonato de España de Fórmula 3 y ella corría en el equipo de Alfonso de Orleans, Racing Engineering. Todavía recuerdo lo tarde que solía salir de los circuitos. La informática no había entrado de lleno en las competiciones nacionales pero ella exprimía al máximo los pocos datos que todavía daban las centralitas electrónicas del momento. Recuerdo sus alegrías pero también sus enfados cuando había tenido un lance de carrera con un rival en algún circuito cuando rozaba un buen resultado. Siempre te dibujaba una sonrisa pero si tenía que decirte algo lo hacía muy claro. En esos años, sus discusiones con los comisarios deportivos resultaban hasta positivas, ya que tenía una forma de explicarse muy didáctica que terminaba por convencerte.
Ella siempre tuvo el sueño de la Fórmula 1 presente y aunque los resultados no le acompañaron siempre daba un pasito, aunque fuera pequeño, que le acercara a lo que más deseaba en este mundo. Tomó parte en campeonatos tan serios como las 24 horas de Daytona o la fórmula Superleague, en la que defendió los colores del monoplaza que llevaba la bandera del Atlético de Madrid.
A pesar de estar cerca de los 30 años, no cejaba en su empeño de pertenecer a la F-1 y un día tuvo la oportunidad de realizar un test con la escudería Renault de Fórmula 1. A través de Antonio Mesquida (un empresario muy conocedor de los entresijos de este deporte) logró que el mismísimo Bernie Ecclestone consiguiera que Eric Boullier, jefe de Lotus, la permitiera hacer un test frente a uno de sus pilotos titulares, Romain Grosjean. Ecclestone buscaba la presencia de una mujer en la F-1 y veía en María a la candidata perfecta. Aquella prueba se realizó en el sur de Francia, en el circuito de Paul Ricard y los resultados fueron más que positivos. Aquello, meses después, le valió para entrar a formar parte de la cantera de pilotos de la escudería Marussia. Con 31 años había logrado entrar en el paddock de la F-1 y recibir un «master» increíble que la hizo crecer como piloto y como persona. Viajar a todas las carreras del campeonato le supuso un plus muy importante y, a pesar de su edad, la oportunidad podía llegar en cualquier momento.
Pero aquel maldito test en un aeropuerto de Inglaterra nos dejó helados. Todos los que la conocíamos sabíamos que saldría adelante. Su calidad humana era incalculable y a pesar de que su lesión en el ojo la impedía volver a pilotar al máximo nivel, nunca cayó en lo personal. Hasta hace dos días, mandaba mensajes a su padre por teléfono para decirle que había que ayudar a su amigo Manuel, un sevillano jubilado que un día se ofreció a enseñarle la Giralda y con el que hizo buena amistad, que ahora no pasa por un buen momento.
María se fue pero seguro que ya está echando carreras con «grandes» como Senna, el ídolo en el que siempre nos fijamos.
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