La entrevista de Amilibia
Jesús G. Green: «Me parece incomprensible que no esté muerto»
Todos estamos vivos de milagro, pero unos más que otros. Jesús González Green se ha despedido de este mundo varias veces, en tierra firme y en el fondo del mar. Sólo le ha faltado el tiro de gracia, que maldita la gracia que tiene, o unos segundos más sin respirar. Sin embargo, nunca estuvo a punto de morir en el aire, en sus queridos globos. Le trataron bien los vientos por los que él siempre se dejó llevar.
–Reportero, escritor, aeronauta, ingeniero, empresario... Le ha tentado todo.
–Sí, me han tentado muchas cosas. He ido descubriendo la vida, he caminado con curiosidad y con emoción, he vivido la aventura. Ser reportero es meter las narices en lo que pasa. Y eso he hecho básicamente.
–En el 77 y en el Zaire le condenaron a muerte junto a varios reporteros...
–Nos oyeron hablar en español y nos tomaron por mercenarios cubanos. Quince días estuvimos en celdas de dos por dos metros, sin camas, sin ventanas, durmiendo en el suelo. Los altos jefes de TVE nos dejaron tirados. Dijeron que no sabían por qué habíamos ido allí.
Para su fortuna, había en el grupo un reportero inglés, «y los ingleses sí que se preocupan por los suyos». Les salvó la presión de la Prensa internacional. Fue el primero –junto a Tomás Feliú– en cruzar el Atlántico en globo de Europa a América en 1992, «y eso nos puso en la historia; me hice más famoso, escribí libros, di conferencias; pero la afición a volar en globo tapó un poco mi labor de reportero; el globo ha sido mi «hobby», el reporterismo, lo más importante en mi vida».
–Las guerras ya no tienen épica ni héroes: se ganan o se pierden en la tele.
–Sí. Vietnam se acabó por la opinión pública. A mí las guerras dejaron de fascinarme en cuanto las conocí de verdad. La labor del reportero ha servido para que la gente no vea la guerra como un acto heroico, como en los tiempos de El Cid. La guerra es un acto cruel, abuso, terror, humillación. Y cuando no hay ningún reportero que dé fe, reina la impunidad. Pero el reportero está perdiendo relevancia por las nuevas técnicas, por internet. Ahora, antes de que saques el billete de avión ya se sabe todo lo que está pasando; lo cuenta cualquiera con un móvil.
Pero cuando el telediario abre con un conflicto, aún siente incómodo el trasero en la silla y desearía enfilar el camino al aeropuerto. Ahora le gustaría estar en Mali. No me dirá nunca el nombre del compañero que se tiznaba la cara antes de grabar su crónica. «Hay mucho cuento en ese mundo, algunos se empeñan en jugar a héroes, en hacer creer que han pasado muchos peligros, pero siempre se acaba sabiendo la verdad». Le gusta recordar la vida de reportero, «aquella vida desorganizada, un poco hippie...». Aún monta en globo; la última vez, con su hijo y sobre el Valle de Capadocia. Cree que no hay nada como ver atardecer o amanecer en las alturas. Para Jesús, montar en globo es como levitar; algo místico.
–Hábleme de su presente...
–Sobre todo escribo. Ahora estoy con una recopilación de mis viajes y de las personas que he conocido. Una especie de memorias.
–Las memorias, ya sabe, están llenas de ficción...
–Sí, dicen que hay más ficción en las memorias que en las novelas. Las mías serán noveladas. Yo soy fantasioso porque siempre me ha gustado hacer cosas fantásticas. No he volado en la alfombra de Aladino, pero sí sobre Bagdad.
Siempre se ha considerado un vividor en el noble sentido de la palabra. Se ve como un valiente con miedo, «sólo un loco no tiene miedo; un valiente es aquel que sabe dominar el miedo». Cree que envejece bien, «al menos no lo noto mucho; ante el espejo me veo un poco despintado; antes tenía el pelo muy negro; ahora está gris; lo peor de envejecer son las limitaciones físicas; cada vez tienes más lastre y no se puede soltar; yo sólo le tengo miedo a no poder valerme por mí mismo; a la muerte, no; me he muerto cinco veces y me parece incomprensible que no esté muerto».
–Dígame qué ha aprendido en todos estos años de guerras, aventuras...
–Que la gente es igual en todas partes, que los problemas surgen cuando los que tienen mucho se indignan cuando los que no tienen nada les reclaman algo, como ocurre ahora. Yo creo que llega un cambio de sistema; muere el capitalismo salvaje, especulativo.
Entre las imágenes imborrables, aquélla de Beirut: en medio de los cascotes, la mano de un niño con un juguete. Ahora le fastidia una fisura de costilla. No fuma. Bebe vino tinto, «dos copas mejor que una». Intenta montar en Tanzania una empresa para ver a los animales desde el aire, en globos. Se ha despedido muchas veces de este mundo, pero aún no tiene epitafio. Le gusta «Vivió de verdad». Sostiene que, en el fondo, morirse no es para tanto. Cuando le visite la parca, tendrá el trance muy bien ensayado.
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