París
La segunda vida de Cristina F.
Es una superviviente. Cristina Vera Felscherinow ha superado los cincuenta desmintiendo los pronósticos de todos aquellos que no le daban muchos años de vida. Sobre todo, si continuaba enganchada a la heroína. «Poca gente habría creído entonces que un día celebraría mis 51 años», asegura la protagonista de una autobiografía, tan cruda como veraz, que conmocionó al mundo entero a finales de los setenta. Christiane F., como es conocida, tenía sólo doce años cuando empezó a coquetear con las drogas. Primero con el hachís y, poco después, sustancias mucho más duras como la heroína, de la que inmediatamente se hizo dependiente. Con toda su parte de miseria: un cuerpo lacerado, agujereado, y la venta tarifada de su incipiente sexualidad para poder pagarse el vicio. Pero Christiane, en plena adolescencia, no era la única menor que se prostituía en la Bahnhof Zoo, una transitada y popular estación de Berlín que, de hecho, dio título al libro («Los niños de la estación del Zoo») con el que esta alemana se erigió para muchos en icono juvenil. Su aterrador relato se impuso como lectura obligatoria en algunas escuelas alemanas.
Las heridas de la heroína
Su necesidad de pertenencia a un grupo y su deseo de «estar a la última» la condujeron al infierno de la droga, del que una familia desestructurada y un padre violento tampoco la ayudaron a salir. Apenas contaba quince años cuando declaraba como testigo en un juicio contra un pedófilo cuando dos periodistas le proponen una entrevista. Sus vivencias darán para tres meses de conversaciones y un reportaje novelado que primero se publicará en la revista germana «Stern» antes de convertirse «best-seller» –vendió más de cinco millones de ejemplares y fue traducido a dieciocho idiomas y que, paradójicamente, fue su fuente de ingresos para pagarse, entre otras cosas, heroína.
Desde entonces, Christiane F. ha guardado silencio, aunque la prensa local se ha encargado de airear algunas de sus desdichas. Porque,efectivamente, treinta y cinco años después, la heroína sigue persiguiéndola como si fuera una maldición. Y lo cuenta en el segundo tomo de su autobiografía: «Christiane F. Mi segunda vida», que sale a la venta esta semana en Alemania y la siguiente en Francia.
Pese a ciertos periodos de abstinencia y varias curas de desintoxicación, la recaída es inevitable. E incluso más fuerte. «La coca se consume para divertirse, pero la heroína se toma para borrar el sufrimiento físico que te inflige la dependencia. Es una enfermedad», explica en una entrevista al periódico «Le Monde» de este fin de semana. Con el dinero del primer libro en el bolsillo, Christiane F. vive sus «mejores años» en Grecia, donde sufre un aborto y se enamora de un ermitaño que acaba abandonándola cuando éste sale de cárcel. Entre tanto, pasa diez meses en prisión condenada tras ser detenida en posesión de tres dosis. La vida y sus vaivenes. Hasta que en 1996 cree hacerse «mejor persona» al alumbrar a este mundo a Philip. Su único hijo y al que se propone criar sola aunque bajo supervisión de los servicios sociales que, años más tarde, se lo retirará cuando decide instalarse en Amsterdam con una nueva pareja. Pero por poco tiempo, ya que conseguirá «secuestrarlo» hasta que de regreso a Berlín y, una vez pasada la frontera, perderá para siempre la custodia. Hoy tiene 17 años y, pese a todo, se ven con frecuencia.
Lo que está claro es que el tiempo y la heroína le han dejado indelebles heridas. Desde hace veinte años sigue un tratamiento de metadona, padece cirrosis y una incurable hepatitis C. «Creo que si no hubiera escrito ese libro y sufrido la presión pública no habría recaído. Seguro que habría retomado mi vida», se confiesa al diario galo. Coescrito por la periodista alemana Sonja Vukovic, el segundo «calvario» de Christiane F. tiene visos de ser, esta semana, uno de los platos fuertes de la prestigiosa Feria de Frankfurt.
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