Moda

Naty Abascal contra el pensamiento único: "¿Prohibir el piropo? ¡Qué tontería!"

La gran diva de las pasarelas internacionales abre una exposición en México con las mejores piezas de su colección de Alta Costura.. Dice que apenas quedan mujeres de la elegancia de antaño y que ella, que ha hecho en su vida lo que ha querido, no comulga con los nuevos cánones feministas.

Naty Abascal posa para Mario Testino al que considera uno de los más grandes fotógrafos de moda
Naty Abascal posa para Mario Testino al que considera uno de los más grandes fotógrafos de modalarazon

La gran diva de las pasarelas internacionales abre una exposición en México con las mejores piezas de su colección de Alta Costura. Dice que apenas quedan mujeres de la elegancia de antaño y que ella, que ha hecho en su vida lo que ha querido, no comulga con los nuevos cánones feministas.

Empezamos. «No se puede leer una cosa así sin llevar los labios pintados». Supongo que esta frase, si llega a leer estas líneas, de «Desayuno en Tiffany’s», le gustaría a Naty Abascal, la última musa de un mundo que se desmaya mientras que ella se mantiene erguida en una carretera sin saber el rumbo que tomarán los demás. Es más que aquella Audrey Hepburn de imagen tan corriente por desgastada. La foto de la actriz vestida por Givenchy sujetando una boquilla cigarrera. Lo más interesante del personaje que escucho es que aún está por descubrir por mucho que su imagen nos la devuelva el espejo cada cierto tiempo envuelta en un «couché» que la encorseta como si llevara faja enteriza. Siendo tan mujer, percibo tono masculino en su voz psiquiátrica, casi de telenovela, hay que estar muy loco para sentir que la elegancia es capaz de agitar este planeta de primaveras revolucionarias. Y, sin embargo, tiene razón. «La moda ha cambiado completamente, la globalización la ha matado, ahora todo el mundo viste igual, con pantalones rotos, camisetas, la gente va de uniforme, vayas donde vayas, de Madrid a Nueva York encuentras las mismas apariencias, se ha perdido aquello de que cada uno iba a su manera». Habla atropellada por sí misma, recelosa de una traición, desordenada para el que espere un discurso lineal y monolítico. Es lo más rebelde que oigo en mucho tiempo. Casi un panfleto político, solo que ella lo oculta. Naty Abascal sintió a Andy Warhol de cerca, fue parte de su factoría, estrella de una portada de «Interview»», la revista del artista, solo que vivió para recordarlo. Otros se quedaron en un camino de humo y desazón, encantados de haberse conocido en un ataúd. Le doy la razón en lo de la uniformidad, no para seguirle la corriente sino porque me fascinan los cerebros que se salen de lo común. Es como si viera una escena de «El club de la lucha», cuando el protagonista se desprende de sus muebles de Ikea. Naty Abascal no nos quiere iguales, clones de baratillo.

Las «influencers»

No podría aseverar sin bochorno que Naty es lo que hoy se llama una «influencer». Tiene mucha más ascendencia histórica que las jóvenes que cada día suben una imagen a su instagram para demostrarse que aún respiran. «Piensan que saben de todo, de moda, de cocina, ahora todas se creen modelos, no se valora aquella fotografía de Avedon o de Peter Lindbergh, no se piensa en la iluminación ni en el enfoque, utilizan el photoshop, publican la imagen y ya está. Mario Testino es el único que queda de la vieja escuela. Antes tenías que estar perfecta, hoy se encargan las máquinas, la tecnología. Muchas no han viajado, ni han leído, yo he aprendido en los libros, en los diccionarios, ¿quién lee ahora?, todo da igual. No saben distinguir la plata de la alpaca.Todo el mundo es un fotógrafo o un maquillador, encuentro que es un mamarracho, no saben de lo que estás hablando». Lo dice una «top model» que fascinó a gigantes del siglo XX, como Richard Avedon o Peter Beard, que hacía que las mujeres (y los hombres) gastaran el papel de tanto mirarla en las portadas de «Harper’s Bazaar» y que supo mantener el orden en la locura, tanta que hasta llegó a aparecer en «Bananas» de Woody Allen.

A favor del piropo

«Estar perfecta». La labor de las modelos era parecida a la de una gimnasta que tuviera que competir en los juegos olímpicos. Vivir para que los demás deseen lo que llevas puesto. Hay que exponerse tanto que requiere de un íntimo exhibicionismo prohibido a personajes, en el mal sentido de la palabra, delicados. Estamos, pues, ante una mujer fuerte que no se define como feminista. «Cada una que haga lo que quiera, yo lo he hecho». En ciertos círculos a una mujer la mandarían a un centro de reeducación y el castigo del hombre que le pregunta sería mayor, tal vez el destierro mediático. «¿Prohibir el piropo? Me parece una tontería como un piano, es algo halagador, sobre todo si se hace con humor». Cuenta que ha olvidado las llaves de su casa, baja de un taxi. Habla dos segundos antes de lo que piensa. Hay un retardo en positivo. «Cualquiera puede ser influencer», remarca. Sí, ya lo has dicho. Dirá también que recuerda cómo se paseaba la indumentaria por calles como Montenapoleone, en Milán. Asiento porque yo también lo vi. Permanecer inerte en un escaparate sin dar crédito y sin una lira para hacer el paripé. En aquellos momentos fui feliz. Y, sin ánimo de que me destituyan por hereje, hubo algo parecido a lo que se siente cuando se visitan los Museos Vaticanos ante un Rafael, solo el nombre del artista alerta a las lágrimas o al vómito, como en «La dolce vita». Si Naty Abascal viviera en una película de Fellini se cruzaría en un plano mirando a cámara. Anouk Aimée nacida en Sevilla.

El fin de la elegancia

«Ya apenas existen mujeres elegantes, hasta los grandes diseñadores lo dicen. Antes, en las primeras filas de un desfile de Alta Costura, se sentaban señoras en busca de un sueño, hoy esos lugares lo ocupan chinos y japoneses, y gracias a ellos se salva el negocio». Naty corona un Olimpo tan hermoso como trágico en el que mandaron Gloria Vanderbilt o Pauline de Rotschild. Le pregunto por un lugar común, quiénes son las elegantes y quiénes no. No lo transcribo para hacerme un favor a mí mismo. Tal vez otro día. Solo su opinión sobre la Reina Letizia, a la que los medios confunden con una invitada a la fiesta de los maniquíes. No son pocos los cronistas que escrutan cada día la pieza que ha soltado de su armario para darle caza. «Va bien. Lleva el estilo que le favorece». Como estilista, conoce los defectos de las privilegiadas, ha visto mucha ropa interior sin cocinar. «Cada uno tiene su personalidad, a unos les gustará y a otros no», comenta para salir del paso. Dejo que se escape. Bien, a sus setenta y seis cuando se mira al espejo nota que los años han pasado, «pero hay que tratarlos con dignidad, el tiempo pasa para todos, lo importante es no perder la curiosidad, las ganas de aprender, la vida son dos días y hay que disfrutarla con vitalidad y energía, quiero seguir trabajando, es lo que me divierte», dice. Cuando la cúspide te besa las uñas de los pies aparece la envidia. «Hay que huir de la gente tóxica», apunta. Solo puedo asentir como un imbécil. Me hubiera gustado exprimir esa idea que podría remitir a un libro que se llamara «Cómo ser Naty Abascal (el icono) y que no te asesinen por ello».

El talismán de Oscar de la Renta

Sondeo si cree que en España no se la ha valorado. «La exposición en Madrid fue un éxito, es una muestra que va a viajar bastante», así que le pregunto por la moda española. «Claro que hay nombres destacables, pero apenas se hace nada para ponerlos en valor». ¿Y España?: «Los políticos no tienen ningún interés en arreglar las cosas, es una pena cómo nos estamos cargando este país maravilloso». El 10 de noviembre, el día de las elecciones generales, estará en México, en su exposición, «aunque ya he votado por correo», desliza. Sobre la imagen de nuestros líderes, pasapalabra, así que le pregunto por sus hijos y sus nietos. «Son estupendos, los adoro, llaman abuela a la madre de Laura (la mujer de su hijo Rafael Medina, duque de Feria), a mi me dicen abu». El tiempo ha dejado en una vereda angosta a nombres mayúsculos, muy amigos de ella. Elio Bernhayher, con quien se fue a Nueva York a desfilar en 1964. Y Oscar de la Renta, casi un talismán. Naty participó en todos sus desfiles. Casi llora al recordarlo. «Después de él es difícil encontrar a una persona que reúna tantas cualidades porque tenía un talento enorme, era un señor, tenía compasión, le encantaba cantar, bailar, como buen dominicano, Fue ejemplar». Queda Valentino. «Lo conocí en 1968. Se quedó prendado». Naty es una de las asiduas invitadas al célebre barco del diseñador. «Valentino vive en su burbuja, no quiere salir de ahí», comenta como contrapunto a ella misma, una trotamundos que no se agota en reinventarse. ¿Y no mercería vivir para contarlo? «No pienso en unas memorias, callo muchísimo, todo lo que he pasado lo guardo para mí». Vuelvo a Truman Capote para ejecutar un epitafio a este artículo: «Jamás me acostumbraré a nada, acostumbrarse es como estar muerto». Y fuese.

Una exposición antológica

La modelo española lleva hasta el museo Jemex de Ciudad de México una exposición titulada «Naty Abascal, ¡y la moda!». Allí abre las puertas de su armario a un público invitado a una fiesta en la que la elegancia aparece como un fantasma del pasado que lucha por sobrevivir en la era de la globalización. Naty posee una de las colecciones privadas más importantes del mundo. Entre sus piezas, modelos de Balenciaga, Valentino, Givenchy, Armani, Yves Saint-Laurent y, por supuesto, de Oscar de la Renta, entre otros.