Corrupción
Rachida Dati, la no amiga de Aznar y Macron, camino del banquillo
La Justicia francesa la ha citado para responder por presunta corrupción y tráfico de influencias
En París, el poder huele a perfume caro. Y en el corazón del elitista distrito 7 –donde la Torre Eiffel se mezcla con linajes de cinco generaciones– Rachida Dati reina con la autoridad de quien aprendió que para entrar, a veces hay que derribar la puerta. Ministra de Cultura bajo Emmanuel Macron, exministra de Justicia con Nicolas Sarkozy, Dati ha hecho de la contradicción su estética: conservadora, provocadora, imbatible.
Pero esta vez su historia, escrita a golpe de carisma y ambición, podría dar un giro. La Justicia francesa la ha citado por presunta corrupción y tráfico de influencias, tras descubrirse que cobró 900.000 euros como supuesta asesora legal de una filial del grupo Renault-Nissan mientras era eurodiputada. Según la Fiscalía, no fue asesoría: fue lobby encubierto, una práctica prohibida por el reglamento europeo. Ella lo niega con su habitual firmeza y maquillaje intacto. «Una caza de brujas política», repite.
La acusación no sorprende a nadie. Porque Dati no solo es política, es sobre todo personaje. Hija de un albañil marroquí y una madre argelina analfabeta, convirtió la elegancia en escudo y la voluntad en marca. Nunca se dejó contar como víctima. Rechazó incluso un documental de Netflix: «No necesito compasión. Soy una mujer de poder».
Ese poder lo ha manejado con instinto. Su cercanía con Sarkozy generó rumores que ella siempre ha negado con desdén: «No soy su tipo», dijo, cuando la ex primera dama Carla Bruni le pidió que dejara de llamar al teléfono móvil del presidente galo. Y fue aún más polémico el rumor de que el padre de su hija, Zohra, podía ser José María Aznar. Ella, lejos de apagar el fuego, lo avivó con una frase: «Tiene bigote». El equipo legal del expresidente exigió una rectificación. Ella la dio, aunque a su estilo: «Aznar no tiene nada que ver en esto. Punto final». Años después, un tribunal reconocería al empresario francés Dominique Desseigne como el padre.
Zohra, hoy adolescente, ha pedido a su madre menos exposición. «Cada vez que sale en televisión, paso una semana de mal humor», confesó. Dati sonríe, pero no cede: «Soy madre y ministra. Ninguna de las dos cosas es negociable».
Tampoco lo es su ambición. Su duelo con Anne Hidalgo, alcaldesa socialista de París, es ya legendario. Acusa a la edil de arruinar a los ciudadanos con impuestos y a la ciudad con suciedad. Aspira a destronarla en 2026. «París volverá a ser bella, segura y bien gobernada», sentencia.
¿Y Macron? La relación es fría. Cuando la incorporó a su gabinete en 2023 fue un gesto estratégico. «Macron no es mi amigo, ni yo soy su peón», ha dicho. Es evidente que ambos se toleran, pero ante todo se necesitan. No se fían.
Ahora, con la audiencia preliminar programada para el próximo 29 de septiembre, el juicio podría coincidir con la campaña electoral francesa. En los salones dorados del poder, donde se la admira y se la teme por igual, flota la pregunta: ¿puede Rachida Dati sobrevivir a su propia caída?
Nadie lo sabe. Pero incluso en el banquillo de los acusados, «seguirá siendo Rachida Dati». Y eso, en Francia, es todavía mucho.