Córdoba

Una boda de vuelta al ruedo

Una boda de vuelta al ruedo
Una boda de vuelta al ruedolarazon

Mientras se vestía, Miguel Ángel Perera tuvo ayer a su lado, como cada vez que sale al ruedo, a su apoderado, Fernando Cepeda, y a su mozo de espadas, David Benegas. Nervios, muchos nervios, aunque esta vez no hubiera que embutirse en un traje de luces, sino en el chaqué de boda. «Indescriptible los sentimientos, x encima de todo felicidad, mucha felicidad y nervios, un día deseado y esperado...», escribió en las redes sociales antes de acudir a la Iglesia a dar el «sí quiero» a Verónica Gutiérrez, hija del «Niño de la Capea». Un enlace con mucho arte al que asistieron más de 600 invitados, entre los que se encontraban toreros de renombre –Fran Rivera, El Juli, Finito de Córdoba, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, El Cid– con sus esposas, que, una vez más, dieron una lección de elegancia. Después un cóctel en el restaurante Doña Brígida, seguido de una suculenta cena, fiesta y flamenqueo. Y una sorpresa para el torero que la novia tenía bien callada.

Arroz por palomas

Horas antes de comenzar este ritual matrimonial, que no es tan nuevo para el torero –será la segunda vez que pase por el altar, después de que en 2008 contrajese matrimonio con Eugenia Fernández–, éste comía con sus hombres de confianza en un restaurante y hacía el último brindis como soltero. No se sabe si también cumplieron con la ceremonia de montar el altar en la cama, lo que sí se pudo comprobar es que Perera llegó del brazo de su madre a la catedral salmantina con una sonrisa de oreja a oreja. Los invitados también acudieron puntuales: se pudo ver a la siempre exquisita Paloma Cueva, vestida de Valentino. Su marido, Enrique Ponce, aprovechó la atmósfera taurina para confirmar que no tiene pensado dejar el ruedo. Fran corrió con todo el peso del apellido Rivera, ya que, aunque su hermano Cayetano había confirmado la asistencia, en el último momento avisó de su ausencia.

El camino hasta el altar lo hizo al ritmo de Handel y su «Aleluya». Esperó paciente a la novia, que llegó veinte minutos tarde en un Bentley de los años 40 con su padre, Pedro Gutiérrez Moya. Unos minutos para colocar la espectacular cola del traje diseñado por Vicky Martín Berrocal, y entrada triunfal en la catetral con los acordes de «Lohengrin» de fondo. Minutos de emoción y promesas de amor eterno que se sellaron con un casto beso. A la salida de la catedral, a marido y mujer les esperaban, en vez de arroz, ochenta palomas blancas. Perera y Gutiérrez posaron frente a la caja donde habían permanecido recluídas mientras los invitados iniciaban la procesión camino del restaurante Doña Brígida, donde les esperaba un cóctel con gazpacho de sandía, boquerones con frutas e ibéricos de la tierra. Juan Peña conspiró con la novia para sorprender a Perera. El cantante es autor de la canción con la que la pareja se conoció y enamoró. Por ello, antes de poner el color flamenco al enlace, entonó el «No me lo creo».