Historia

Sevilla

«Lo hice porque soy el Mesías»

Al grito de «soy el Mesías», un hombre de 37 años mutiló al Jesús del Gran Poder, la talla más venerada. Un mazazo para la religiosidad popular 

Luis Carbajo, camino del psiquiátrico
Luis Carbajo, camino del psiquiátricolarazon

Tú dónde estabas cuando mataron a Kennedy?». Los que recuerdan las imágenes del magnicidio de Dallas saben bien lo que hacían aquel 22 de noviembre de 1963. Lo mismo ocurre con el ataque a las Torres Gemelas o el 23-F. Se queda en la retina lo que cada uno tenía entre manos aquellas horas. En Sevilla, la noche que le arrancaron el brazo al Gran Poder ha pasado al catálogo de las efemérides que no se olvidan. Acababa de terminar la misa de las ocho y media de la tarde del pasado domingo, cuando Luis Carbajo Ordóñez, un funcionario de prisiones de 37 años, accedió al camarín y agredió a la talla de manera brutal. Sólo a un desequilibrado se le podría pasar por la cabeza agredir a uno de los símbolos de la ciudad. Carbajo lo hizo. Antes de que comenzara la misa estuvo inspeccionando el camarín donde está situado el Señor. Calibraba las posibilidades de éxito de su acción y los inconvenientes: una barandilla de no más de 1,50 metros y un cristal son las dos únicas barreras que protegen a la talla de Juan de Mesa, una de las más representativas del barroco andaluz. En su banca, esperaba nervioso a que el sacerdote terminara la consagración: no paraba de moverse y de cruzar las piernas de un lado a otro. Ya tenía en mente acabar con el nazareno y no lo dudó un segundo. Más que imagineríaAlto y corpulento, no tuvo problemas para alcanzar a la imagen y emprenderla a golpes con gran violencia. Así estuvo durante varios segundos, hasta que fue reducido por dos policías de paisano, que asistían a misa, y un hermano de la cofradía. La confusión se adueñó de los fieles que salían y entraban del templo avisando de lo que estaba ocurriendo. Nadie se lo podía creer y varios devotos trataron de agredir a Carbajo mientras era retenido en la sacristía del templo al grito de «soy el Mesías, ya os enteraréis por qué he hecho esto». De fondo, el libro de Fray Luis de León, «De los nombres de Cristo», que llevaba en una mochila junto con varios lápices digitales de memoria en los que supuestamente explica las motivaciones del ataque. Nadie puede calibrar el valor real de una talla como ésta, aunque la hermandad tiene un contratado un seguro de 42.000 euros contra cualquier acto vandálico que pudieran sufrir las imágenes.Una tarde de domingo truncada de cuajo por las intenciones iconoclastas de un gris funcionario de prisiones, sin antecedentes penales, que había trabajado en las cárceles de Sevilla y El Puerto de Santa María y que ahora lo hacía en la de Huelva. Hay pocos datos sobre su persona y aficiones, aunque desde Instituciones Penitenciarias lo califican como una persona «introvertida que se había dado de baja en algunas ocasiones». Un joven «normal» nacido en Guadalcanal, en la Sierra Norte sevillana, que se enfrenta a una pena de hasta tres años de prisión por un delito contra el patrimonio histórico y que, según la Policía Nacional, podría buscar una paga por incapacidad laboral. De momento, su locura está siendo analizada por expertos en psiquiatría que tendrán que delimitar entre el éxtasis místico, el afán de notoriedad o el mero interés económico.La noticia ha caído como un jarro de agua fría. Más allá del valor artístico de la talla de Jesús del Gran Poder, hay un trasfondo sentimental y devocional que llega hasta Hispanoamérica. De generación en generación, los sevillanos se sienten unidos a esta imagen desde la cuna a la tumba y un acto de estas características es un golpe irreparable para una ciudad en la que todo lo relacionado con la Semana Santa es «materia reservada». Creyentes o no, todos saben del peso y la transcendencia de las hermandades. El principal «lobby» de la ciudad se muestra celoso de todo lo que sea una interpretación alternativa de sus cristos y vírgenes, que presiden las calles y la mayoría de los hogares. Se trata de un ataque a los más hondo de la ciudad. Aquí la religión se vive de una manera distinta. Como las deidades protectoras de las ciudades antiguas, la Esperanza de Triana, la Macarena o el Cachorro se han convertido en uno más de cada familia, al que además de rezarle, se le trata con una humanidad absoluta. Por eso, cuando se conoció la agresión al Gran Poder, todo el mundo hablaba como si le hubiera sucedido algo malo a un familiar cercano. Se preguntaba por el estado de la talla de la misma manera por la que se interesa uno por el pronóstico de un enfermo que acaba de salir de una operación. La humanización es absoluta, y el hermano mayor de la cofradía, Enrique Esquivias de la Cruz, daba «el parte» en las puertas mismas de la basílica, que se había convertido en una suerte de quirófano. En esta ocasión, el «equipo médico habitual» es el imaginero Luis Álvarez Duarte, que ha participado en otras restauraciones anteriores de la talla. Todos preguntaban: «¿Cómo está el Señor?».