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Reglas de vida
He aquí algunas para el nuevo año: la primera, ponerse siempre en la piel de los demás. Algo que no tiene nada que ver con enaltecer lo epidérmico. Muchísimos atropellos, crueldades e injusticias no sucederían si nos pusiéramos en el lugar del otro. Dice Aïvanhov que, si antes de enjuiciar a alguien, intentáramos durante cinco minutos tan sólo colocarnos en su lugar, nos daríamos cuenta, casi siempre, de que en su situación actuaríamos diez veces peor que ellos. La miseria cotidiana tiene mucho que ver con los que nunca quieren abandonar su punto de vista y hacen de ello la razón de su existencia. O con aquellos que lo miden todo y se pronuncian sobre lo que sea según sus gustos, inclinaciones y preferencias y otras exhibiciones neuróticas del yo. Así no se llega a ninguna parte. Segunda regla: mandar a tomar por culo a los insaciables profetas de catástrofres y sus cómplices y abrir los oídos a lo positivo. Una muchedumbre de cenizos campa hoy a sus anchas –peligrosamente descontrolada–, sin más objetivo que afectar negativamente al buen ánimo general y hacer la vida imposible a todo bicho viviente. ¡Estamos sobrealimentados de malas noticias! La verdadera vida está en abrirse, de par en par, a lo animoso. Pero para eso hay que dar la espalda, sin contemplación alguna, al virus devastador del negativismo. Nada que no sea esperanzador, aún en la adversidad, merece la pena ser tenido en cuenta.
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