Nueva York
Cuando siempre era la hora del recreo por Fernando Vizcaíno de Sas
Mi primer recuerdo de Jorge se remonta al pantalón corto, cuando, con apenas doce años, escribimos (escribió él) la novela «Muerte en Nueva York» que tanto éxito tuvo entre familiares y compañeros del Colegio Estilo. Luego los deberes en Somosaguas con su abuelo materno para que Jorge sacara «todo dieces» porque, como toda su familia, siempre fue un genio.
La piscina en verano, disfrutando de los arroces de su casa. Las meriendas con los Mingote, los Bosé, los Finat. En el cole: Marcos, Alfonsito, Carlos, Lupe, Pino, Chundo, Ricardo... Y todos los demás y nuestra directora Josefina Aldecoa. Y él, que prefería ahorrar palabras para luego escribirlas con primor, mirando atentamente con sus ojos azules y esa pinta de uno de sus ídolos literarios: «Guillermo el proscrito». Porque heredó el estilo inglés, tanto en el vestir con su eterna pinta de «gentleman en weekend», como en su humor, digno de P. G. Wodehouse, Wit o de la generación perdida del 27, nuestros fantásticos Poncela, Neville y Tono. Luego sus guiones, su libro, sus artículos, su vida social, su padre y su hermano Carlos…Más allá de su imagen pública, me quedo con su cariño. Su cercanía, casi siempre silenciosa. Intercambiar madres-madrinas. Los maravillosos años de dibujar monigotes, de la Editorial Mariposa en ese colegio donde siempre era la hora del recreo. Y, en estos últimos años en los que todos y todo han ido desapareciendo, tuvo la suerte de encontrar a Guillermina, su mujer. Un aire fresco que le acompañó en su terrible enfermedad con una dedicación y un cariño inimaginables. Murió abrazado a ella, seguramente preguntándole si tenía descolocado el pañuelo del cuello. Jorge, compañero, primo, hermano… Seguro que ya andas discutiendo con nuestros padres y tu madrina sobre alguna humorada simpaticona que decir o escribir. Hasta siempre.
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