Banco Santander

La condena

La Razón
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Conozco a Alfredo Sáenz de mucho tiempo atrás. Es un banquero serio, decente e innovador. Ser banquero en España tiene muy mala prensa. Triunfar en la banca, aún peor. Vuelan las envidias. Junto a Emilio Botín, Alfredo Sáenz ha compartido la culpa de que el Banco Santander sea el mejor embajador económico y financiero de España en el mundo. He sabido que ha sido condenado por unos hechos en los que no intervino ocurridos en 1994. Es decir, cuando el que escribe era casi un niño.

El Banco de España lo nombró Administrador provisional de Banesto en 1994. Sacó a flote el viejo Banco, buque insignia por aquellos tiempos de la banca española, en muy poco tiempo. Se tragó sapos que no conocía y levantó alfombras sobre suelos podridos. Trabajó sin descanso y salvó a Banesto. El banquero, tan vituperado en España, no es otra cosa que el administrador de los bienes de los accionistas y clientes de un banco. Su obligación no es otra que defender los intereses y el dinero de quienes han depositado en él su confianza, sus ahorros y su futuro. Me refiero al banquero de verdad, no al pasajero, o eventual, o no formado en el negocio de la banca. Alfredo Sáenz es un banquero moderno, pero con conciencia antigua, de los de siempre. Una inteligencia privilegiada en el mundo de la banca.

Somos muy raros. Banesto había concedido un crédito, con fecha anterior a la llegada de Alfredo Sáenz, a un grupo financiero aparentemente solvente de 600 millones de pesetas. El grupo y todas sus empresas se declararon en suspensión de pagos. Me figuro que el departamento jurídico del Banco, ante el impago del crédito, decidió actuar. Y presentó una querella contra los principales y supuestos avalistas del crédito. Éstos se consideraron humillantemente tratados por el banco y devolvieron la querella. Ignoro la historia. Lo que se sabe es que por ahí anduvo hurgando durante mucho tiempo el «ejemplar» juez Pascual Estevill. Y conociendo a Alfredo Sáenz no hace falta ser un héroe para intuir en qué acera estaba la honradez y por dónde se movía la más abyecta sinvergonzonería.

¿Venganza? ¿Justicia dominada por la política? Al final, la querella presentada por los que no habían pagado el crédito fue admitida. De allí nace la condena que hoy se conoce. Si mañana un quiosquero no paga los periódicos que el distribuidor le anticipa y el director financiero de LA RAZÓN decide reclamarle las cantidades correspondientes a la venta de nuestro periódico, y el quiosquero se siente ofendido e interpone una querella contra Mauricio Casals, presidente de LA RAZÓN, que no conoce los pormenores del caso, que Mauricio Casals se considere condenado. Porque la condena a Alfredo Saénz tiene estos tintes de surrealismo que sólo la sociedad española es capaz de asumir sin escandalizarse. De pertenecer a otro sector social o económico, le saldrían defensores a manta.

Pero Alfredo Saénz es banquero, un gran banquero, y defender ante la sociedad a un banquero es tan arriesgado como nada popular. Insisto que pongo la mano en el fuego por su honestidad y decencia. Y que ha sido condenado por una querella extrañísima interpuesta en unos tiempos en los que su trabajo, solicitado por el Banco de España, se centraba en asuntos mucho más graves y urgentes para salvar un banco. Lo curioso del caso es que los querellantes no han pagado todavía los 600 millones de pesetas. Ciertamente somos muy raros. No pago, me querello y condenan a quien me ha prestado. Formidable.