Actualidad
Telebarrio
Después de muchos años de persistir en la tarea, he aprendido a diferenciar los canales de la televisión. Me ha sorprendido entonces comprobar que, en muchos de ellos, existen unos programas de cotilleos en los cuales se practica, por este orden, la difamación indiscriminada, el fingir y falsificar emociones y el dar cancha a ese tipo de personas que aseguran decir siempre lo que piensan y que después no paran de recordarte constantemente como pelmazos que ellos siempre dicen lo que piensan.
Uno llega a sospechar que entienden por «pensar» evacuar lo primero que les pasa por la cabeza sin reflexionar ni un segundo si es justo o no. Los presentadores suelen ser tan odiosos como afeminados (sin pretender yo, por supuesto, que lo uno tenga algo que ver con lo otro, no vayamos a caer en repugnantes homofobias) y parecen dar a entender que, si hablando se entiende la gente, pues cobrando, ya no digamos.
La televisión, que en su origen fue un interesante medio informativo, ha pasado a ser ya, con su desmesurado crecimiento, un barrio más del periodismo. Un barrio bajo, en concreto. No hay suficientes contenidos de calidad para nutrir a ese exceso de cadenas televisivas. Si quiere criarlos saludablemente, la primera lección que un padre cabal debe hoy enseñar a sus
hijos es que no deben creerse nada de lo que salga por la tele.
Digo todo esto tan sólo con una intención de dejar constancia de lo que veo; es decir, ensayo un intento de descripción. Espero que no se vayan a sentir ofendidos ninguno de esos presentadores de programas cotillas. Para poder sentirse herido en la dignidad lo primero que se necesita es tener dignidad, de igual manera que para tener quebraderos de cabeza lo primero que hace falta es tener cabeza.
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