Literatura

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Lecturas de adolescentes

La Razón
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El tiempo ha pasado, pero las lecturas de adolescente siguen presentes porque han marcado nuestras cabezas: no leer a Borroughs, a Greene, a Gunter Grass, a Chomsky, a Erica Jong o a Boukowski era no ser nadie en algunos ambientes pretendidamente o, más bien, pretenciosamente intelectuales. Hoy me detengo en Bukowski, a propósito de la muerte de Jorge Berlanga, traductor de aquel escritor maldito, a quien no conocí pero a quien debemos el privilegio de conocer al autor de múltiples páginas escritas en medio del sopor del alcohol, que llevó una vida cruel y sin embargo fecunda en medio de páginas que siguen vigentes, las de «El amor es un perro del infierno», o las de «La senda del perdedor». A veces, en medio de la soledad, una echa mano de aquellos libros que iluminaron nuestros jóvenes años, en medio de la irracionalidad de un mundo que usa el disfraz de la razón como argumento inexplicable. Las almas tristes de entonces, las almas blandas y solitarias se refugiaban en aquellos autores de una bohemia que alumbraba la literatura setentera y daba títulos tan sugerentes como «Abraza la oscuridad» o «Fuera de los brazos del amor», aquellos poemas que daban vueltas en nuestras cabezas y devorábamos con avidez hasta llegar a repetirlos para hacer notar que también podíamos merecer la consideración de los que nos sacaban algunos años, aquellas lecturas con las que fingíamos ser mayores y adultos, aquellas líneas que nos costaba asimilar por su realismo descarnado y lírico. Esta columna va dedicada a aquellos malditos y a quienes, como Jorge Berlanga, con sus traducciones, nos los dieron a conocer.