Nueva York
El último espía del «caso Rosenberg»
Morton Sobell, de 93 años, ha confesado que participó en la red de espionaje que facilitó a la Unión Soviética en 1948 información sobre las investigaciones atómicas.
Morton Sobell, de 93 años, es un hombre frágil y su memoria viene y va. En cambio, recuerda como si fuera ayer el verano de 1948. A simple vista no es más que un anciano con malas pulgas, pero tiene un pasado repleto de conspiraciones contra Washington y operaciones de espionaje a favor de la URSS.
Durante décadas, este neoyorquino judío ha negado que sus actividades secretas contra su país durante la Guerra Fría fueran vitales para los soviéticos. Pero hace dos años admitió por primera vez al periódico «The New York Times» que había sido un espía ruso, aunque intentó restarle importancia. Hace unas semanas volvió sobre el asunto y desveló al detalle uno de sus grandes secretos al experto en historia de la Guerra Fría Steven Usdin. Estas confesiones acaban de ser publicadas en «The Weekly Standard».
Sobell fue uno de los miembros clave de la red Rosenberg, una de las que más daño ha hecho a Estados Unidos, en contra de lo que muchos han creído durante décadas. Y es aquí donde radica la importancia de su confesión. «Mucha gente pensaba que era inocente. Es algo increíble que ahora lo haya hecho público. Probablemente no se dio cuenta de la importancia ni de las implicaciones. Creo que no me lo hubiese dicho si lo hubiese pensado un poco», explica Steven Usdin, que admite que ahora no se puede presentar una demanda contra Sobell.
Pero pasada la Guerra Fría, sigue el espionaje entre Moscú y Washington. La última trama fue descubierta el verano pasado y acabó con la expulsión de once agentes rusos. Usdin considera que son casos diferentes: mientras que la trasunto de Mata Hari Anna Champan y sus amigos pasaban información irrelevante, Sobell y los Rosenberg eran estadounidenses que proporcionaban material vital a la Unión Soviética.
El nombre de Sobell saltó a los periódicos cuando se le acusó en el caso del matrimonio Julius y Ethel Rosenberg, detenidos por robar secretos sobre programas atómicos. Fueron condenados a muerte en 1953, pero Sobell sólo confesó haber pasado a un aliado información sin importancia. Aún y así fue condenado a 30 años de prisión. Salió en 1969 después de pasar 17 años y nueve meses en Alcatraz y otras cárceles.
En su confesión a Usdin, Sobell reconoce que fue una de las cuatro personas que se pasó varios días de junio y julio de 1948 en el apartamento del número 65 de la calle Morton de Nueva York, en el barrio de Greenwich village, copiando información secreta. El material pertenecía al mejor ingeniero nuclear de entonces, Theodore von Karman, cuyo trabajo dio forma a la estrategia militar de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
Lo cogió prestado el científico de la NACA, la antigua NASA, William Pearl. Sobell, Rosenberg, Pearl y un cuarto hombre cuya identidad no ha querido revelar fotografiaron casi 2.000 páginas de información de todos los proyectos de Von Karman. Utilizaron una cámara Leica que Sobell todavía recuerda. Cuando terminaron, metieron toda la documentación y rollos de película en una caja que casi no podían mover. Después cogieron un tren con dirección a Long Island, se bajaron en una estación y allí se encontraron con dos agentes soviéticos, a los que entregaron la caja.
«Conocí a Sobell hace diez años a través de Joe Barr, otro miembro de la red Rosenberg. Entonces, no hubiese reconocido su implicación. Hace unos meses tenía que ir a Nueva York y pensé en verle. Estuvimos tres o cuatro horas hablando», recuerda Usdin, que es autor del libro «Engineering Communism», sobre dos espías estadounidenses que trabajaron para Stalin.
Sobell hizo su confesión en el sofá de su casa del Bronx bajo un retrato de Julius y Ethel Rosenberg. La revelación no fue forzada. Según Usdin, estaba muy contento de poder al fin hablar. Nadie sabe exactamente por qué. El viejo espía siempre se ha justificado con que la URSS y Estados Unidos eran entonces aliados y la información proporcionada era de menor importancia, a pesar de que la operación del verano del 48 facilitó información clave a la URSS. Sobell está muy orgulloso de lo que hizo. «Lo hice por Rusia», le confesó a Usdin. Y, sin duda, lo volvería hacer.
Pena de muerte por espionaje
Julius y Ethel Rosenberg nacieron en Nueva York, pero murieron por la Unión Soviética. Fueron ejecutados en 1953 por conspiración. Su caso fue muy controvertido por ser los primeros civiles en recibir la pena capital en un caso de espionaje. El propio Steven Usdin sostiene que la pena fue exagerada y su condena todavía es motivo de debate. Durante años, sus hijos han intentado probar su inocencia. Pero cesaron en su empeño cuando Morton Sobell (en la imagen) admitió que todos eran espías. Esta red pasará a la historia como una de las más importantes de la Guerra Fría.
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