Hamás
Paz por presos
¿Vale más la vida de un rehén israelí que la de mil presos palestinos? En términos diplomáticos, sin duda. El primero es un ciudadano que defiende a una democracia que lucha cada día por ensanchar espacios de libertad y vivir bajo un mínimo umbral de seguridad. Los segundos defienden no se sabe muy bien qué o a quién. O sí. Un gran número de los ahora liberados son heraldos de la «yihad» y meras bombas humanas al servicio de una organización terrorista. ¿Acaso renunciarán a su vocación ahora que pueden recuperarla?
Fue el propio Netanyahu el que proclamó ya hace unos años que los atentados islamistas no se podían convertir en un instrumento de la diplomacia manejado por actores violentos en el corazón de Oriente Medio. Pero la cesión a la que se ha visto abocado Tel Aviv en el especialísimo caso de Shalit prueba por qué el terrorismo funciona, por qué su perpetuación en el tiempo reside en su propio éxito y por qué no hay mejor forma de alentar a entramados criminales como Hamas que la de capitular parcialmente a sus pretensiones. Como se ha hecho.
Sólo desde la ingenuidad, el buenismo político, el puro apaciguamiento o el desconocimiento de los engranajes y rudimentos que mueven al más viejo de todos los conflictos puede llegarse a la conclusión de que se acaba de sembrar una semilla de la que germinará una paz duradera. Al contrario, el temporizador de los explosivos que van aparejados al Islam militante vuelve a ponerse en marcha. Al terrorismo se le combate o se le sufre. Los atajos, como los rodeos, conducen simplemente al triunfo de quienes lo promueven.
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