Asia

Accidente nuclear

El frío y el hambre castigan aún más a los vecinos de Fukushima

Apenas disponen de agua y comida, no tienen electricidad, ni tampoco un modo de combatir el intenso frío, con temperaturas que no han parado de descender en los últimos días. Además, las comunicaciones se cortan y falta información para saber qué está ocurriendo en la central de Fukushima, situada a pocos kilómetros de allí.

La Razón
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Y por si fuera poco, se ha puesto a llover y nevar, precipitaciones que aumentan exponencialmente el riesgo de las radiaciones. Cientos de miles de víctimas del tsunami perdieron el viernes pasado sus casas y ahora han perdido la paciencia. Es la situación que describen, al teléfono, japoneses de provincias como Ibaraki y Fukushima, que han quedado atrapados en las regiones más afectadas por la tragedia y se quejan de que la ayuda no llega.

«No estamos tranquilos porque no sabemos qué va a pasar. No estamos pasando hambre por ahora, pero nos preocupa que empiece a faltar la comida si no se resuelven rápido los problemas», dijo de madrugada Daiki, un vecino de Aorai, una localidad pesquera afectada por el tsunami y situada a poco más de 100 kilómetros de las explosiones e incendios de los reactores.

También en la ciudad de Fukushima, una ciudad de 300.000 habitantes sumida en las tinieblas y el miedo, donde el gobernador, Yuhei Sato, se quejó ayer ante el Gobierno central, por primera vez de manera pública: «La ansiedad y la rabia que siente la gente están a punto de estallar», dijo, explicando que «falta de todo»: comida caliente, medicinas, combustible, calefacción. El desabastecimiento afecta también a la información sobre la situación de los reactores nucleares.

Lo que para la mayoría de los japoneses es una angustiante inquietud, para ellos es una cuestión de vida o muerte, ya que se encuentran a pocos kilómetros, aunque fuera del perímetro de seguridad, de la fuente de emisión de radiaciones. De otra magnitud son los desvelos de los miles de personas que decidieron abandonar el país ayer, temiendo por su seguridad. «Esto va a estallar, no tengo dudas. La catástrofe será mucho mayor de lo que se piensa, pero el Gobierno no quiere admitirlo. Cuanto más lejos esté, mejor», dijo Giuseppe, un italiano que intentaba comprar en el aeropuerto de Osaka a cualquier precio un billete de avión.