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Contracorriente

La Razón
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Me escaman las unanimidades y recelo de los linchamientos. No veo en el adolescente musulmán ofendido porque le hablaron del jamón al discípulo de Ben Laden que pretende enterrar la idiosincrasia hispana. Hay días que los medios deberíamos mirarnos al espejo y preguntarnos por qué el rigor que exigimos a los demás no nos lo exigimos a nosotros mismos. En casi todas partes he leído el mismo título: «Alumno musulmán denuncia a un profesor por hablar del jamón»; con ligeras variantes: «Denunciado por elogiar el jamón» o «por decir ‘jamón'». Lamento que la realidad estropee un enfoque tan sugestivo, pero la noticia, presentada así, es falsa. Hemos elaborado un formidable relato que consiste en que una madre llega a comisaría para denunciar que el profesor dijo «jamón» y los agentes, mentalmente enajenados, acuden prestos al centro a hacerle un tercer grado al presunto delincuente. ¿Estamos locos o qué? La mayoría de quienes han escrito sobre esta historia pasa por alto que el objeto de la denuncia no es el cerdo, sino el trato (denigratorio, a decir de la familia) que dispensó el profesor al alumno cuando éste le pidió que dejara el tema; no son, por tanto, las reflexiones sobre el jamón, sino lo que dijo después el motivo de la denuncia.

Conozco la versión del docente –«le dije que la religión que profese no es cosa mía, que si no le gusta este centro se vaya a otro»– y me inclino a pensar que el chaval, avergonzado, puso en su boca expresiones como «eres un inútil» o «vete a tu país» en el relato que hizo al llegar a casa; la madre, ofendida, exageró su reacción y presentó una denuncia. No es el comportamiento del profesor, ni del crío, lo que me sorprende en esta historia. Es el comportamiento de los medios, que entramos al capote del jamón distorsionando los hechos denunciados. Imaginemos que el título de la noticia original del «Diario de Cádiz» hubiera sido éste: «Una madre denuncia que el profesor de su hijo le denigró en clase por ser musulmán».

La deriva mediática hubiera sido bien distinta. Repito: no digo que el profesor denigrara a nadie, digo que la madre entiende que eso fue lo que ocurrió, que eso es lo que denuncia y que por eso la Policía está en su obligación de acudir al instituto a interesarse por lo ocurrido. El problema es que si orillamos el jamón la historia pierde su «gracia» periodística y nos impide hacer proclamas contra la sumisión de Occidente al fanatismo islámico y la intolerancia musulmana que va a dejar nuestra cultura en bragas. En ausencia de jamón, no es posible convertir al profesor, sin él pedirlo, en el campeón nacional del cerdo ibérico, ni fabular sobre un adolescente fanático enemigo de las costumbres españolas donde sólo hay un crío de doce años, tan español como yo, que levantó la mano en clase para decir una bobada. No dudo que la madre tendría que hacérselo mirar, pero antes que ella tendríamos que hacérnoslo mirar también nosotros.