Santiago de Chile
Adictos al amor: cuando enamorarse conduce a la locura
Hasta un cinco por ciento de la población conoce el rostro más enfermizo del amor. Unos viven en un perpetuo estado de enamoramiento con varias personas a la vez y otros se «enganchan» a una semejante. Él o ella son su «droga»
Un ser humano enamorado experimenta una sensación placentera comparable a pocas cosas en este mundo. Los problemas desaparecen, la vida se encara con optimismo, no hay dolor, no existen los defectos en la persona amada y una felicidad desbordante incluso nos hace vulnerables y, en cierto modo, perder el rumbo. Pero eso no importa cuando se está inmerso en una «borrachera» de sentimientos hacia otra persona, sobre todo si somos correspondidos. Con el tiempo esas sensaciones se evaporan, pero pocos no darían lo que fuera por volver a experimentarlas, aunque fuera sólo por un instante.
Sin embargo, el amor tiene también su versión patológica y nefasta para la salud física y mental. Ese placer de estar enamorado lleva a muchas personas a querer vivir en un perpetuo e imposible estado de enamoramiento. Otros se «enganchan» a un hombre o una mujer y su ausencia o rechazo es lo que la heroína para un toxicómano. Entonces, el amor conduce al sufrimiento, no a la felicidad; tanto en el primer grupo, los llamados adictos al amor; como en los que sufren una dependencia emocional hacia otra persona.
Según un estudio epidemiológico sobre una base de 800 personas realizado por el Fundación Instituto Spiral de Oviedo, «hasta el ocho por ciento de la población sufre algún tipo de dependencia sentimental, un cinco por ciento claramente vinculado a una pareja», explica su director, Carlos Sirvent.
Estancados
Mientras que el dependiente emocional focaliza su obsesión en una sola persona, en el adicto al amor la «droga» no es un semejante, sino el anhelo de amar y ser amado, vivir siempre instalado en la primera fase de cualquier relación de pareja donde la pasión y los sentimientos conducen por un tobogán emocional, el del amor romántico e idealizado.
«Los adictos al amor no soportan salir de ese estado. Cuando comienza a romperse el idilio porque la relación se calma ya no sienten ese pico de estimulación. Entonces buscan relaciones conflictivas que les garantizan que siempre va a haber vértigo, peleas y reconciliaciones», explica la psicóloga Patricia Faur, profesora de Psiconeurofarmacología de la Universidad Favaloro, de Argentina.
La mayor parte de las personas no se estancan en ese punto, sino que pasan página y «la relación se termina tras esa etapa de pasión inicial, cuando se ve a la otra persona realmente como es, se acepta que el otro no es lo que se esperaba y se produce un alejamiento, por supuesto, con tristeza y dolor. Hay una mirada realista que permite darse cuenta de que si siguen juntos se harán daño», asegura Maria del Carmen Méndez, psicóloga clínica especialista en adicción a personas del Centro BJM de Santiago de Chile.
«Pueden amar a varias personas a la vez para satisfacer esa necesidad interna de nuevas experiencias amatorias. Traté un caso de un hombre que tenía relaciones por toda Europa, todas muy intensas, mandaba poemas, se veía lleno al tener ese reconocimiento por parte de todas esas mujeres», afirma Sirvent.
La aparición en escena de internet y especialmente de las redes sociales ha agravado este problema. «Las redes como Facebook posibilitan el encuentro con viejos amores de la adolescencia y eso ha estimulado en este tiempo la ilusión de recuperar algo que se ha perdido», explica Faur.
Una cuestión de química
El placer que se experimenta en la fase de enamoramiento tiene una clara explicación fisiológica. En algunos estudios se ha observado mediante resonancia magnética que en el cerebro de las personas enamoradas las regiones que más se activan –el área tegmental ventral y el núcleo caudado– son las mismas que reaccionan ante distintas adicciones a sustancias.
El balance de los neurotransmisores, mensajeros neuronales, justifica en gran medida muchos comportamientos asociados al amor y sus circunstancias. «El aumento de la dopamina que interviene también en el circuito de recompensa incrementa la atención y la tendencia a considerar única a la persona amada. Provoca euforia, pérdida del apetito, temblores, palpitaciones, aumento de la frecuencia respiratoria, ansiedad, pánico, temor, cambios súbitos del humor, desesperación si se rompe la relación. Todas estas conductas son características de la dependencia a las drogas como la cocaína y las anfetaminas. Por otra parte, el aumento de la noradrenalina permite la fijación de las cualidades positivas y desestima las negativas de la persona amada, mientras que la disminución de los niveles de serotonina genera pensamientos obsesivos hacia la persona amada», dice Méndez.
Con todo, pese a que la vida del adicto al amor es compleja y discurre por sendas tortuosas –con problemas económicos derivados de las relaciones paralelas–, quizá en el dependiente emocional el grado de sufrimiento es mucho mayor. Enviar cientos de mensajes de móvil en un día, celos descontrolados y renunciar a amigos y familia por la persona amada son moneda común entre estos pacientes. Están tan ciegos de amor que incluso se dejan humillar o permiten la agresión física por parte de su pareja.
«Toleran eso porque están dispuestos a pagar cualquier precio con tal de retener a esa persona a su lado», comenta Cruz Vivas, psicóloga experta en relaciones de pareja. «El miedo a quedarse solas las paraliza. Pierden su individualidad, viven a través de su pareja, abandonan su vida, sus amigos, su familia sus actividades por estar con la otra persona, se obsesionan con ella y necesitan controlar todo: dónde está, qué come, qué compra... Siempre vive en la desconfianza imaginándose cosas y con el temor de que la abandonen», dice Méndez. «Pero luego sufren mucho viéndose en ese papel de acosador o acosadora. Sólo desean amar a esa persona, pero la obsesión lo domina todo», añade Vivas.
El origen
Para Stanton Peele, el primer especialista en definir como tal la adicción al amor, en 1975, en ese estado «estas personas carecen de autoestima y dudan de su lugar en este mundo, no tienen familia ni relaciones amistosas ni un objetivo que les motive en la vida. En su infancia han sufrido algún tipo de déficit afectivo en cuanto a la confianza por parte de los padres, sobre la oportunidad de comprometerse con otra persona y capacidad para hacer amigos», declara Peele a este semanario.
Según los especialistas, la adicción al amor propiamente dicha podría ser un patrón más común en los hombres, mientras que las mujeres suelen meterse en relaciones enfermizas y dependientes. Tampoco es igual el grado de padecimiento, pues el adicto al amor puede encontrar consuelo en sucesivas personas de las que se va enamorando, pero en el caso del dependiente si no puede estar con pareja deseada, acceder a su «droga» particular, no le queda otra opción que pasarlo mal hasta llegar a padecer cuadros psiquiátricos más o menos severos.
Por otra parte, existe el llamado síndrome del Don Juan, un hombre obsesionado por conquistar a otra persona, pero una vez logrado ese objetivo pierde todo interés y se siente infeliz.. "Por lo general el Don Juan es un personaje con poca definición de su rol sexual y un narcisismo cruel y despiadado que desconoce el impacto de su interacción con los demás. Pero al fin de cuentas, una personalidad débil y necesitada de la admiración de los demás, carece de estabilidad y termina sufriendo sus consecuencias en sí mismo. El Don Juan (el mujeriego) es un adicto al sexo y de un pobre atractivo personal, todo queda bajo una pátina de seducción y habilidad para lograr el objetivo. Esto aumenta la efímera fragilidad de la satisfacción de las conquistas y el número necesario para disminuir la tensión interna, es cada vez mayor y más difícil de alcanzar. A mayor cantidad de encuentros mayor incremento del vacío interior. Este personaje alcanzó brillo en la sociedad patriarcal y soportado por las mujeres que aún abandonadas sentían el privilegio de haber sido elegidas. En la actualidad todos estos roles sostenidos por años están siendo denunciados y puestos a la luz", manifiestan las fundadoras de la Asociación Personas adictas a personas (APAP) de Argentina, la psiquitra Mónica Pucheu y la psicoanalista Inés Olivero.
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La detección del problema no es una tarea sencilla. «Normalmente las mujeres son más propensas a pedir ayuda, pero no porque estén metidas en una relación problemática, sino por alguno de los trastornos asociados a esta dependencia, como la ansidad o la depresión. Luego "escarbas"un poco en la consulta y ves cuál es el trastorno de fondo», afirma Sirvent.
Disfunciones
En general, existen muchos grados de problemas en la pareja. «Todo aspecto de la relación que bloquee, destruya o entorpezca su razón esencial de ser es una disfunción; si se comete de manera voluntaria, un abuso; si además incluye coerción para que la otra persona colabore o participe en la disfunción y/o para retenerla en contra de su voluntad, ya es maltrato. En la práctica, las mayores fuentes de maltrato, abuso y acoso tienen que ver, en realidad, con la inhibición de la potenciación personal, es decir, con la exigencia de que uno tenga que sacrificar su persona por el mantenimiento de la unión. Cuando esto ocurre, debe considerarse la necesidad de una separación, o, al menos, reconsiderar los términos y las prioridades de la pareja», comenta Luis de Rivera, catedrático de Psiquiatría y director del Instituto de Psicoterapia de Madrid, que próximamente sacará a la venta un libro en el que aborda en profundidad esta temática.
Un trastorno con múltiples caras y un punto común: el amor. Pero, como resume Méndez: «La adicción al amor no significa amar a demasiados hombres o mujeres, ni enamorarse con demasiada frecuencia, ni tampoco sentir un amor profundo por esa otra persona, en verdad significa obsesionarse por otro y llamar a esa obsesión amor».
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