Pekín
Japón el país de los suicidas
Cada quince minutos alguien se quita la vida en el país asiático. El Gobierno quiere frenar el drama y la sangría económica que supone para el país. Anuncios en la tele animan a los jóvenes a pensar que siempre hay una solución mejor
Una antigua leyenda relata el heroico suicidio de 47 samuráis, quienes honraron la muerte de su maestro quitándose la vida frente a su sepultura. En la Segunda Guerra Mundial, los pilotos «kamikaze» estrellaban sus aviones cargados de gasolina o explosivos contra objetivos enemigos. En 1970, el escritor Yukio Mishima se hizo el «harakiri» delante de 800 seguidores para pedir que el Ejército diese un golpe de Estado. En 1993, Watary Tsurumi publicó un librito llamado «El Manual del Suicida», que vendió más de un millón de copias. En 2007, el entonces ministro de Agricultura, Toshikatsu Matsuoka, puso final a un escándalo político quitándose la vida. El año pasado, otro político, Shoichi Nakagawa, apareció muerto en su cama, poco después de haber sido relegado del cargo de Ministro de Finanzas. Nakagawa siempre hablaba de su padre, quien en 1983 se mató para enjuagar el honor de la familia cuando ocupaba un alto cargo público. Cada febrero, la Policía rastrea en busca de cadáveres los bosques de Aokigahara, a las faldas del sagrado Monte Fuji. Decenas de personas viajan hasta allí en invierno para despedirse de este mundo en medio a un paraje mítico.
Acto de honor y valentía
Suena extraño pero es un hecho: el país del Sol Naciente tiene una larga tradición suicida. Desde las tramas del novelista Haruki Murakami hasta el desenlace de muchos escándalos políticos, la decisión de acabar voluntariamente con la propia vida es un referente más de su cultura, que tradicionalmente lo consideró un acto de honor y valentía. Así que, aunque la sociología lleva décadas estudiando el suicidio como problema social, hasta finales de los años 90 ningún gobierno japonés le dio demasiada importancia al asunto. Las cosas empezaron a cambiar con la crisis económica del 97-98, cuando las cifras se dispararon superando por primera vez los 30.000 suicidios anuales. Desde aquel año se ha mantenido siempre por encima de dicha barrera y la opinión pública está cada vez más preocupada. Ahora reducir la tasa de suicidios se ha convertido en una prioridad nacional. El primer ministro, Naoto Kan, dijo al inaugurar su mandato hace unos meses que su deber es «aumentar la felicidad nacional». Su Gabinete ha aclarado después que una de las maneras más efectivas es ponerle freno a lo que algunos burócratas llaman, ya sin tapujos, una «epidemia». 32.845 suicidios se registraron en 2009. O lo que es lo mismo: uno cada quince minutos. Se sospecha que son muchos más, pero las familias los ocultan. De entre los países que aportan datos fiables, sólo Corea del Sur y Rusia registran peores tasas.
El Gobierno nipón quiere concienciar a su población de que esta costumbre de tomarse las cosas tan a pecho no es sólo un drama individual, sino una sangría económica para el país. El mes pasado, el ministerio de Sanidad presentó un estudio según el cual los suicidios y las depresiones graves cuestan a Japón 32 mil millones de dólares al año. La cifra se antoja un poco aventurada: al coste de los accidentes provocados por los suicidas, se suma la estimación de sus salarios si no se hubieran quitado la vida, las bajas laborales relacionadas, las medidas de prevención del suicidio pagadas con dinero público y el gasto generado en los servicios médicos y psiquiátricos... Sea como fuere, si enfrentamos el montante con los datos de la FAO (la agencia alimentaria de la ONU) encontramos que los suicidas japoneses estarían «dilapidando» más de lo que sería necesario para arreglar las carencias nutritivas de los cerca de 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo, algo que la FAO dice poder solucionar con 30 mil millones de dólares.
Hay quien puede considerar frívolos datos como éstos pero, según el catedrático de la Facultad de Derecho de la UNED, Antonio López, este tipo de estimaciones ayudan a dimensionar el problema. «El suicidio es uno de esos fenómenos, en parte derivados de nuestros sistemas sociales, que están ocultos y no se visualizan, pero que provocan grandes problemas sociales y económicos. Otros ejemplos, los riesgos laborales, los riesgos alimentarios, etcétera, tienen costes sociales altísimos», explica.
Animar a seguir viviendo
Aunque por ahora los esfuerzos del Gobierno nipón no han conseguido disminuir la tasa de suicidios, las «campañas de prevención» se han extendido a muchos ámbitos de la vida pública, e incluso se han creado instituciones con presupuestos abultados cuya única misión es combatir el suicidio. En la propia televisión se repiten anuncios donde se anima a seguir viviendo y a pensar que siempre hay una solución mejor que tirar la toalla definitivamente. En muchas líneas de metro se han instalado espejos enormes en los andenes para que el suicida se mire a los ojos y se lo piense dos veces antes de dar el paso definitivo. Incluso se han desplegado voluntarios y personal contratado en acantilados, puentes y otros parajes que atraen a las almas en pena. Su misión es acercarse a cualquier sujeto sospechoso y animarle a seguir viviendo.
Según las estadísticas oficiales que maneja Andrew Grimes, director de Tokyo Counseling Services, el primer motivo de suicidio en el archipiélago nipón es la depresión, seguida por los problemas físicos, por los apuros económicos y las derrotas sociales (un despido, un suspenso, un divorcio...). Entre los jóvenes la tasa es especialmente alta, de suerte que el suicidio es la primera causa de muerte entre hombres de 20 a 44 años y entre las mujeres de 15 a 34, Al parecer, en los últimos años han crecido también mucho los impulsos autodestructivos entre mayores de 60 años, un fenómeno que suele achacarse a la desmantelación parcial de la red tradicional familiar y al empeoramiento de las prestaciones sociales a la tercera edad, que deja a muchos ancianos desvalidos y en soledad. Grimes también denuncia la escasez de asistencia psicológica de la sanidad, así como el tabú que existe en la sociedad nipona frente a los problemas mentales.
La crisis económica y la recesión parece estar condicionandofuertemente la tendencia. De acuerdo con Grimes, la interminable crisis que atraviesa Japón y el pesimismo con el que se plantea el futuro son determinantes. «Los motivos que están detrás de esta tasa de suicidios innecesariamente alta son el desempleo, la bancarrota y el creciente nivel de estrés provocado por los problemas económicos desde 1997», dice. Resulta sorprendente que estos problemas se cuenten entre los motivos en un país con tasas de paro que rondan el 6 por ciento en sus peores momentos y que cuenta con una de las rentas per capita más altas del mundo. Los sociólogos lo explican como un problema de expectativas. «La situación económica y social en Japón ha empeorado en los últimos tiempos y se han visto truncadas las expectativas de la gente. Este cambio radical es lo que más desestructura a la gente. Cuando alguien ha programado una vida determinada y después no tiene acceso a ella, esto se convierte en una fuente de inestabilidad y frustración muy fuerte», concluye el profesor López.
EN GRUPO Y DENTRO DE LOS COCHES
La solitaria práctica del «hara-kiri» está pasada de moda. Lo que más se lleva desde hace cinco años es compartir la experiencia con un grupo de socios, generalmente reclutados a través de Internet. La Policía encuentra periódicamente grupos de jóvenes muertos. La mayoría dentro de un coche aparcado en una zona boscosa, donde cierran las ventanillas y encienden una estufa de carbón para morir asfixiados. Los investigadores están convencidos de que lo que buscan los suicidas colectivos es apoyarse y reunir fuerzas suficientes para dar el paso fatídico. «Estos pactos son una posibilidad que atrae a quienes les asusta la idea de morir solos», comentó recientemente Yumiko Misaki, portavoz del Instituto del Suicidio de Tokio. La existencia de internet les ayuda a encontrarse entre ellos. Así, existen decenas de páginas web con foros donde se dan cita e intercambian impresiones aquellos que no tienen energías para seguir adelante.Algunas web están estructuradas como verdaderas «guías» para suicidas, en las que no sólo se facilita el contacto entre socios, sino que también se aconsejan lugares tranquilos y métodos para que resulte más rápido o indoloro. Según el tópico, el suicidio colectivo es cosa de «hikikomori», los cerca de millón y medio de jóvenes japoneses con problemas sociales, aislamiento, depresión y adicción a los videojuegos. Sin embargo, los investigadores sociales aseguran que puede afectar a todos los sectores de la población, incluso a personas con una vida social activa.
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