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Josep Borrell / Ingeniero aeronáutico y Doctor en Ciencias Económicas: «Para los españoles Europa era un hada que repartía subvenciones»
Josep Borrell analiza desde el Instituto de Florencia la situación europea. Junto a Andreu Missé ha aportado su visión en un libro que mañana presentará en Sevilla: «La crisis del euro. De Atenas a Madrid». Tras treinta años de actividad política, prefiere no entrar en debates internos. Dedica sus esfuerzos a comprender y explicar la situación financiera internacional.
–Hay que empezar por algo que no viene en el libro. ¿Cómo ve el acuerdo para modificar el tratado de la Unión Europea?
–Aumenta la complejidad. Al verse obligado a hacer un tratado que no es de la UE porque Reino Unido se niega a ello, sino un tratado intergubernamental, se ha producido una confusión jurídica que irá a más si Reino Unido cumple su amenaza de acudir a los tribunales.
–En octubre de 2009, el Gobierno griego reconoce que el déficit era el triple del previsto y que se habían falseado las cuentas. ¿Habría que sancionar a los gobernantes que mienten?
–Es lo que se propone hacer ahora con los gobiernos que no cumplen. Lo que pasa es que se va a sancionar a los países y no a los gobiernos y los que van a pagar las culpas son los ciudadanos.
–Tampoco se les exigen responsabilidades a los gestores de las entidades financieras, por ejemplo, las cajas de ahorro en España. Se muestra muy crítico con el supervisor.
–Con el Banco de España y las comunidades autónomas. No ha habido la vigilancia necesaria. Y eso pese a que los inspectores del Banco de España lo advirtieron a través de una carta en los últimos meses de Pedro Solbes como ministro, en la que señalaban que se estaba produciendo una situación peligrosa para la solvencia de las cajas. Ha habido lo que podíamos llamar un saqueo de algunas cajas por parte de sus gestores.
–Finanzas públicas calamitosas, extendida corrupción y fraude fiscal endémico: así define usted a Grecia en 2009. Esa situación se me antoja parecida a la de España...
–Hay una enorme diferencia con el caso griego. España antes de la crisis tenía superávit. En Grecia, la pésima administración fiscal produjo la crisis; en España ha sido al revés. Es cierto que ese superávit era producto de estar galopando sobre una burbuja inmobiliaria. La economía era más débil de lo que el Gobierno creía y decía, pero la situación era distinta a la griega. Y aquí tenemos fraude fiscal, pero no tanto.
–En España no había déficit público, pero sí déficit de familias y empresas...
–Había un masivo endeudamiento privado. Desgraciadamente no sirvió para acumular capital productivo y avanzar tecnológicamente, sino para alimentar la burbuja.
–Señala que algunos amigos italianos le preguntan con sorna «Allora, il sorpasso...?». ¿Cuánto tiempo tardará España en volver a la situación previa a la crisis?
–Bastante. España tenía un motor de crecimiento que era la construcción y se ha parado. No tenemos otro. Dependerá mucho de lo que ocurra en Europa. Si todos los países a la vez reducimos actividad, vamos a provocar una recesión.
–Ni EE UU, con los planes de estímulo fiscal, ni Europa, con la contención, remontan. Parece que no hay alternativas...
–Siempre las hay. Los planes de estímulo americanos no han producido una recuperación, pero no sabemos qué hubiera pasado si no los hubieran hecho. En el libro defendemos que no hay que sacrificar determinadas partidas del gasto público, como la inversión en educación, porque nos estamos cargando el futuro.
–Apunta que Alemania «se ha impuesto una cura de austeridad difícil de imaginar, con el consumo congelado durante ocho años». ¿Ésa es la receta para España?
–Sería difícil. La austeridad, ¿para quién? Algunos sí podrían asumirlas, pero las desigualdades en España han crecido mucho. Cuando se dice que hemos vivido por encima de nuestros medios, comprendo que haya millones de españoles que digan «oiga, ¿de quién está hablando usted?». Es cierto que en Alemania esa austeridad les ha llevado a ganar competitividad, pero decimos que en algunas cosas no es un modelo a seguir. Todos no podemos ser alemanes. Su potencia se basa en las exportaciones, y alguien tiene que importar.
–Apoya los eurobonos como solución a medio plazo. Pero también apuesta por vender seguros de deuda (CDS)
–Es difícil de explicar. Los especuladores compran seguros contra el impago de una deuda que no tienen; ese seguro se ha convertido en un activo. Por ejemplo, vendamos un seguro contra el impago de la deuda española: si el país garantiza que se va a seguir pagando, ese seguro es un negocio redondo, porque no hay riesgo. Habría que hacer frente a la especulación: ustedes compran para especular, pues nosotros vendemos para evitar la especulación.
–El Banco Central Europeo ha salvado al euro quedándose con deuda pública dudosa. ¿Corre riesgo a medio plazo?
–Puede que su balance se deteriore, pero el BCE tiene aproximadamente el 2% del PIB europeo en deuda pública; la Reserva Federal tiene el 20. Creo que no es mucho.
–Aboga por nacionalizar parte de la banca y crear alternativas a las agencias de «descalificación». ¿Por qué nadie lo hace?
–No debe ser fácil. Deberíamos crear una agencia europea, pero se tiene miedo. Los chinos lo han hecho y le han rebajado la calificación a la deuda americana.
–La crisis ha hecho que desaparezcan los partidos de izquierda de los gobiernos europeos. ¿Qué deben hacer los partidos socialistas?
–La izquierda debe replantearse su discurso y sobre todo a quién lo dirige. Las clases populares europeas no se sienten representadas por los partidos socialdemócratas. Eso es un hecho difícilmente rebatible. En un momento en que es más necesario el sistema de protección social parece que la socialdemocracia no acierta.
– ¿Volver a creer en Europa será más difícil después de esta crisis?
–La idea de Europa sale resquebrajada. Para los españoles, Europa era un hada que repartía subvenciones y ahora parece una madrastra que impone disciplina. Pero los europeos tendríamos que imaginar cómo sería el mundo sin la UE: seríamos irrelevantes. Habría que salir con más unidad y eso requiere abandonos de soberanía. Seguimos cultivando el mito de la independencia pero somos interdependientes.
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