Parados de larga duración

Positivo pero mejorable

La Razón
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La primera impresión, tras el acuerdo social entre el Gobierno, las patronales CEOE y Cepyme y los sindicatos CC OO y UGT, es que el país se ha incorporado tarde a la lucha contra la crisis, que se ha perdido un tiempo del que no se disponía para desarrollar respuestas eficaces y que se ha apostado por unas recetas que agudizaron los efectos de la adversa coyuntura. Lo cierto es que 4,7 millones de parados después, el compromiso alcanzado por el Ejecutivo y los agentes sociales es un paso adelante y merece el aplauso. Más allá de su contenido, el proceso negociador tiene como principal virtud la imagen de unidad que transmite a los mercados y al exterior, y que tal vez haya contribuido a que el riesgo país esté por debajo de los 200 puntos, su mejor dato desde el rescate irlandés. Una imagen, por lo demás, necesaria para el Gobierno en fechas tan significadas como la visita de Merkel a nuestro país. Sea como fuere, después de los grandes titulares y de la solemnidad con que los dirigentes socialistas pretenden vender a la opinión pública este compromiso, la letra pequeña del mismo, aquello que nos sirve para calibrar su eficacia y trascendencia, puede justificar la satisfacción del Gobierno, pero no su euforia. Porque además de la reforma de las pensiones ya conocida, y que contempla el recorte de las prestaciones, el pacto sobre políticas activas de empleo, la negociación colectiva, la política energética e industrial y la I+D+i son en líneas generales una declaración de buenas intenciones, con exceso de continente y escasez de contenido real. Así, el calendario con las fechas límite para consensuar, por ejemplo, la reforma de la negociación colectiva o el mix energético, concreta poco o nada los compromisos. Se salva de esa indefinición la recuperada ayuda de 400 euros a los parados de larga duración y el plan de choque que fomenta el contrato a tiempo parcial, mediante incentivos fiscales, dirigido a jóvenes de hasta 30 años y a desempleados de larga duración, que supone un asidero para las empresas pero que no parece la panacea en un país que cuenta con una tasa de desempleo juvenil del 42%. Desde esta página hemos defendido en los últimos tres años la necesidad de un pacto global como instrumento vital para afrontar un escenario crítico desde la cohesión y no desde la confrontación. No se puede negar que la sintonía entre el Gobierno y los agentes sociales es un avance. Como tampoco que se cometió un error al mantener al PP al margen de este proceso. Cabe esperar también que la negociación del acuerdo en el ámbito parlamentario no sólo amplíe y fortalezca la base del compromiso, sino que también transforme las buenas intenciones y las mejores voluntades en herramientas normativas útiles. Este pacto está lejos de ser la estación final. En todo caso, es el principio de un camino largo y exigente, que requerirá sacrificios que sumar a los que ya se acumulan. Ni levantará la economía ni solucionará el paro, pero ofrece una imagen de unidad. Distinto es que nos quede la amarga sensación de que el Gobierno buscó sobre todo la fotografía de hoy con los sindicatos y los empresarios en torno al presidente en la firma solemne de un acuerdo que, desde luego, no son los Pactos de La Moncloa.