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Ann Sheridan y Cary Grant cambio de sexo

Howard Hawks quiso atreverse con los líos de faldas en su cine como medio de crítica a la burocracia

Ann Sheridan y Cary Grant, cambio de sexo
Ann Sheridan y Cary Grant, cambio de sexolarazon

En la época en que los agentes de inmigración estadounidenses estaban más relajados que un té con pastas, era posible que un tiarrón elegante como Cary Grant se pusiera peluca -de pelo de cola de caballo- y pasara por una mujer de muy buen ver. Tras la Segunda Guerra Mundial, uno se hacía travesti por amor y por conseguir los papeles. Lo más extraño de esta extraña pareja nacida al amparo del genio de Howard Hawks no es tanto el travestismo de su protagonista –que llega muy avanzado el metraje– sino que éste se produce en un contexto tan alérgico al disfraz femenino como el militar. Ahí está el atrevimiento del Hollywood clásico: trabajar la guerra de sexos subvirtiendo radicalmente sus estereotipos a la vez que denunciando el conservadurismo de ciertas instituciones.

«"La novia era él"lleva a su extremo la inversión sexual característica de la comedia hawksiana», decía el crítico Robin Wood en su excelente libro sobre el director de «Hatari» (1961). No era la primera vez que Hawks obligaba a Grant a sacar la mujer que llevaba dentro. En «La fiera de mi niña» (1938) lo vistió con la vaporosa bata de Katharine Hepburn para ridiculizar al convencional paleontólogo que le tocó en suerte interpretar. La feminización de lo masculino es la democrática estrategia que Hawks utiliza para equiparar a sus héroes con sus heroínas: sus parejas son todo igualdad de oportunidades. Cary Grant se viste de mujer pero Ann Sheridan, su objetivo romántico en la película, es una militar que luce en su cargo toda la eficiencia que se le suponía a un hombre en una profesión eminentemente masculina.

En la primera parte de «La novia era él» el capitán Henri Rochard –Cary Grant interpretando a un francés sin acento francés– y la teniente Catherine Gates (Ann Sheridan) tienen tiempo de odiarse para luego enamorarse. Se casan pero ni siquiera disfrutan de una noche de bodas como Dios manda: ella tiene que trasladarse a Estados Unidos, y para acompañarla, a su marido no se le ocurre otra cosa que convertirse en novia de su propia mujer. A Hawks siempre le han gustado los líos de faldas, aunque aquí el truco cómico está al servicio de la denuncia a la burocracia: la América de la que se ríe Hawks es la de los papeleos y el rigor normativo. Grant no sólo representa al hombre que lucha por adaptarse al medio sino a la vieja y libérrima Europa, menos encorsetada que el Nuevo Mundo a la hora de enfrentarse al ejercicio de las libertades del individuo. En definitiva, «La novia era él» se detiene a contemplar a la más extraña pareja que podamos imaginar: Europa y América, besándose y dándose codazos de complicidad.


Un rodaje accidentado
La cuarta colaboración de Howard Hawks con Cary Grant no fue precisamente un camino de rosas. «La novia era él» fue la primera película que Hawks filmó en Europa, pero el invierno alemán resultó más duro de lo previsto y buena parte del equipo cayó enfermo. Cary Grant contrajo hepatitis y Ann Sheridan pleuresía. Cosa extraña en Hawks, director a sueldo de los estudios acostumbrado a acatar apretados planes de rodaje, se pasó del presupuesto acordado. Menos mal que la abultada taquilla que logró la película apaciguó los ánimos de los productores. Faltaban dos años para que llegara el último capítulo de la alianza Grant-Hawks, «Me siento rejuvenecer», la más enloquecida de sus comedias juntos.